La semilla oscura
"Billetes rotos"
Nota del autor:
Enlace a los capítulos anteriores:
-Capítulo 20 Billetes rotos-
Charles era un hombre de sueño ligero, su trabajo lo había precipitado a que así fuera, aunque últimamente se había acentuado aún más, poco a poco, como un constante goteo imperceptible, día tras día, a raíz de aquella discusión que tuvo con su amigo hace casi un mes.
Aquel perpetuo mal dormir, aquella mala rutina convertida en castigador insomnio, hizo que escuchara la notificación del correo entrante de su móvil al instante. Sin dudar si su percepción se trataba de sueño o vigilia.
Si en su cuerpo quedaba algún rescoldo de Morfeo, se esfumó por completo al comprobar el remitente del correo recibido. Michael.Donovan@editorialcontraband.com. Sus pupilas, en su obediente reacción a la luz que emanaba del teléfono al sostener en ellas la inmaculada pantalla de blanco luminoso, se quejaron en su intento por abrir los párpados. Charles era uno de tantos que rehusaba utilizar el modo nocturno de su teléfono. Con ojos algo más acomodados al contraste, pudo leer el revelador asunto del correo.
"URGENTE de VIDA O MUERTE"
—¡Será cabrón! No da señales de vida en un mes y ahora me sale con estas. "Vida o muerte" a ver qué tripa se le ha roto ahora.
Una de las faltas e inconvenientes de las habitaciones de hotel con mueble bar, es que el servicio de cafetería no está incluido. Siempre es el más olvidado. Para hacer frente al presumible problemático correo entrante, necesitaba dosis extra de cafeína. No de alcohol. Se incorporó de la cama y fue a sentarse a la mesita de escritorio. Encendió la lámpara que lo acompañaba. Tener noticias de Michael después de aquel día y de hace tanto tiempo, requería de un protocolo algo más formal que leerlo a desgana recostado en el colchón. A golpe de pulgar, abrió el mensaje.
"Hola, Charles. Esto es muy importante. Es de vital importancia, por favor, va a parecer una locura lo que voy a contarte y pedirte, pero es necesario que me creas. No tengo mucho tiempo ni sé cuándo voy a volver a dejar de ser yo, por lo que iré al grano. Te envío el archivo de la novela. Es importante, insisto. Es la clave de todo lo que ha pasado estos días y lo que creo está por llegar. Te suplico por favor que lo lleves a la policía, a las autoridades, a las televisiones, a internet, donde sea necesario para dar la voz de alarma. Cuantos más sitos mejor.Creo que estamos en peligro. Te ruego que llames a la policía de inmediato y vengan a por mí, a detenerme. No estoy loco, créeme. Si te preguntan, di que vayan a ver al doctor Falk, con eso no tendrán impedimento en venir a por mí. Di que fui yo.Espero que algún día puedas perdonarme. Perdóname por todo lo que he hecho y dicho estos últimos días. Debí habértelo contado desde el principio. Ahora creo que es tarde. Adiós, viejo amigo. ¡¡¡Acude a la policía!! Si logras verme, ten mucho cuidado y haz todo lo posible por DETENERMEHasta siempre.Tu amigo, Mike."
No entendía nada de lo que acababa de leer. Se quedó con el semblante de aquel que recibe una trágica noticia, paralizado, mientras sus sentidos volvían a reiniciarse. Hizo dos lecturas más sin poder encajar del todo bien todas las piezas. No parecían tener mucho sentido, eran palabras encadenadas sin orden ni concierto, firmadas con un sentimental perdón al final. Valdría como comienzo a su entendimiento.
Una sincera y sentida disculpa siempre debía ser escuchada. Aunque en su caso, no garantizaba que fuera aceptada. Aquel conjunto de palabras enrevesadas del correo venía acompañado de un adjunto. Un archivo de texto con el nombre de "La semilla de la oscuridad" Sin duda, el primer borrador de la novela. Después de todo, había terminado su trabajo, aunque la forma de presentarlo le había resultado un tanto particular. Sonaba a despedida, más que a presentación. Intentó abrir el documento, pero el archivo era tan exageradamente pesado, que el móvil entraba en continuo error de carga.
—¿Se puede saber qué has escrito, Mike? Te pedimos unas doscientas o trescientas páginas y me has enviado la tercera parte del Quijote, por lo menos. ¡Qué barbaridad! Nada. No puedo abrirlo y encima ahora… ¡Mierda! Se me ha bloqueado.
Mantuvo el botón de encendido unos diez segundos para darle un apagón completo. La pantalla se llenó de vacío. Unos segundos después, volvía a presionar el mismo botón para traerlo de nuevo a la luz. No se la jugaría de nuevo. Precisaba una herramienta tecnológica más potente. Fue a por su ordenador portátil para descargar allí la novela. Un soporte digital algo más fiable.
—Guardar en… Veamos. Examinar, Trabajo… ¿Dónde estás? ¡Aquí! M. Donovan… 2024… Aquí, guardar —sonido del clic en su ratón —. ¡Madre mía! No me extraña que se bloqueara el teléfono. ¿No había un archivo más grande? ¡No puede ser! ¡Pero qué ha estado escribiendo este hombre! ¡Casi veinte gigas de texto! ¡Vamos, ni la biblioteca nacional! — el archivo terminó su descarga, de nuevo se escuchó el sonido, esta vez, doble clic—.
Ante su mirada fija en la pantalla apareció la novela. Una primera página estándar, con el título en grande, seguido por el nombre del autor. El conjunto era el único contenido que albergaba.
La semilla de la oscuridad
Por Michael M. Donovan.
A golpe de rueda del ratón pasaba las páginas del libro. El apartado provisional para el índice de capítulos, la dedicatoria, alguna que otra página en blanco para hacer anotaciones y ajustes finales de maquetación, trabajo para la editorial y, por fin, unas seis o siete páginas más abajo, el primer capítulo titulado "Nueva Residencia"
Hablaba de un escritor que presentaba su nuevo libro, firmando ejemplares, en un conocido centro comercial de Londres. Estaba terminando su jornada, hablando con su agente acerca del lugar escogido para escribir su siguiente trabajo, una antigua mansión Victoriana.
—¡Vaya! Ha usado como introducción un pasaje real. Bueno, nada mal, la inspiración es como la belleza, está en todas partes y depende de los ojos del que mira. Sigamos.
La pequeña rueda hizo bajar el texto hasta el segundo capítulo. "El largo sueño" El texto comenzaba como cualquier otro, pero a mitad de página, la letra se vio interrumpida, cambiada, no así su extenso contenido. —Pero qué cojones… —murmuraba observando aquel cambio de letra a número mientras no dejaba de bajar, de mover su índice sobre el ratón para mostrar más y más páginas—.
Complejas fórmulas matemáticas, operaciones infinitas, ecuaciones imposibles, potencias, números, derivadas, integrales, gráficas, matrices, cálculo, aritmética y geometría, todo un compendio matemático inimaginable tomaron el relevo al abecedario. Por más que quería bajar para encontrar atisbos de letras, palabras, frases o párrafos, solo hallaba matemática pura.
Cintos, miles de páginas caligrafiadas con el idioma del universo. Ahora, al menos, entendía el descomunal peso del archivo. Ahí detuvo, por el momento, su entendimiento. Cambió la rueda por el botón de avanzar página con idéntico resultado. Casi cincuenta mil páginas de código matemático. Bajó la pantalla de su ordenador. Mirando al techo, soltó un suspiro con la esperanza de renovar oxígeno que lo ayudara a relajarse, comprender aquel rompecabezas de números y letras. Código y auxilio. Ayuda y alarma. ¿Aquella interminable fórmula era el peligro que anunciaba en su mensaje.? Detenerlo si lo veía, llevar esto a la televisión, internet y la policía. Poco iba a conseguir. Necesitaba más certezas. Algo a lo que agarrarse para completar aquel despedazado contexto.
Regresó al móvil para llamar a Mike. Tenía que explicar todo aquello. Aún había una mínima posibilidad de que no se hubiera vuelto completamente loco y todo aquello formara parte de una mala broma, una original maniobra publicitaria a emplear en la presentación de su nuevo trabajo.
—"El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura"— hasta tres veces repitió la enlatada voz femenina la frase en los mismos intentos por comunicarse con él—.
Casi con la rapidez y precisión de un actor de teatro, mudó su pijama a ropa de calle. Llaves del coche, cartera, móvil y perfume eran todo lo necesario para la jornada de hoy. A un lado, el resquemor y el orgullo. Debía ir a encontrarse de inmediato con Michael. Antes de abandonar el hotel, se acercó a la recepción para comprobar si había recibido algún tipo de mensaje o llamada por su parte. Nada. Silencio en ese sentido.
De camino al garaje del hotel, realizó otro trío de llamadas con idéntico resultado. Solo aparecía repitiendo la frase como loro, aquella grabación automática.
Condujo tan rápido como le permitían los límites del tráfico, más que de velocidad. Era sábado y temprano, lo que significaba que muy lento no iba. En menos de quince minutos estaba a las afueras de la ciudad, camino de Foreign Wood, por sus serpenteantes carreteras. A esas horas, estaban más desiertas aún que el asfalto del centro de Londres. De lejos aparecieron dos luces en el cambio de rasante.
Un vehículo se acercaba a velocidad generosa. Ambos coches hicieron el ritual cortejo del cambio de largas a cruce. Cuando coincidieron en el mismo punto, de reojo, Charles observó que se trataba de un taxi. Miró, cómo se alejaba desde su retrovisor. En el estado en el que se encontraba, todo lo llevaba a las mismas conclusiones, pero hubiera jurado que el pasajero que veía ahora distanciarse, su silueta, se asemejaba a la de Mike. Regresó su mirada al frente con la carretera por objetivo; no faltaba mucho para llegar a la mansión. Lamentó no haber echado un paraguas; el cielo se cerraba en verdoso y oscuro nublado.
Llegó a su destino. Dejó el automóvil con la puerta del conductor abierta y el motor en marcha por si se complicaba el asunto. Fuera cierta o mala broma, no le había gustado esa advertencia acerca de detenerlo si lo volvía a ver. Golpeó con fuerza y puño cerrado la recia puerta de entrada al mismo tiempo, como marcando el ritmo, que vociferaba su nombre, llamándolo con asustada insistencia. Silencio por respuesta, interrumpido por un estruendoso trueno.
Protocolo de visita finalizado, sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta. Siguió llamándolo, decreciendo en intensidad de tono. Empleaba un solo "Mike" de llamada para cada estancia de la mansión. Recibidor, cocina, salón y sala de estar. Allí se detuvo un momento. Se quedó mirando una extraña marioneta de Pinocho que yacía en el suelo. La sostuvo un momento para observarla más de cerca, de arriba a abajo, girándola lo que daba de sí su muñeca. La dejó sentada en el sofá.
—Sin hilos yo me sé mover… —recordó la canción de la película—. Parece ser que no está tu compañero. ¿Está el señor de la casa? ¡Mike! ¿Estás aquí? ¡Soy yo, Charles, maldita sea! No me hagas buscarte por cada rincón. Si estás, aparece. No me gusta este nuevo juego que has montado. ¡Mike! —silencio en la casa, truenos fuera.
A sabiendas de que solo quedaba la parte de arriba por explorar, con poco gusto y menos ganas, emprendió el ascenso hacia las habitaciones y, más arriba aún, la buhardilla donde reposaba su material de trabajo, su ordenador. Quizás dentro hubiera más respuestas. Abrió la pantalla para comprobar que sería en vano, pues arrojaba la necesidad de un usuario y una contraseña para acceder a sus secretos.
—¡Mierda, Mike, joder! ¡Estabas completamente solo aquí, quien esperabas que registrara tus novelas! ¿Usuario y contraseña? ¿En serio? No son secretos del Pentágono, precisamente —regresó abajo, con Pinocho, para ver si su compañía lo ayudaba a pensar—.
Sentado enfrente del sofá, con la mirada fija en los ojos del muñeco, mientras sus manos cruzadas reposaban en sus labios, meditaba. Un repaso mental a los últimos días, semanas, meses. Cualquier encuentro con su amigo en persona, llamadas, mensajes, medio o soporte serviría para llegar a conclusiones que lo llevaran al siguiente paso. Hasta dar con él. Encontrarlo.
—Necesito un café. Espera aquí, amiguito mío. No te vayas a ningún lado. Espero que tu compañero haya dejado algo. Ahora vuelvo —tuvo suerte y quedaba—.
Mientras la cafetera hacía su característico sonido de agua hirviente, Charles repasaba los mensajes de texto de su teléfono que Michael le había enviado en las últimas semanas. Asentada la cafeína en su cuerpo, vio uno que tenía todos los visos para considerarse pista.
El mensaje decía:
—"Buenas Charles. Oye, una cosa rápida. Referente a la promoción de mi última novela, recuérdame la agenda, hazme el favor. ¿Hemos hecho alguna reserva para firmar ejemplares en Ginebra, Suiza?? Gracias por adelantado! Ya me dices. ;)" —
Esa especie de sensación indescriptible que se forma cuando manifiestas nervios inexistentes en el estómago, pero que igualmente notas su presencia como viva, se hizo en las entrañas de Charles al atar cabos. "Suiza, Ginebra, taxi" palabras que se iluminaban como letreros de neón con claridad en su mente.
—¡Era él! ¡El del taxi era él! Suiza… ¡Este maldito cabrón se marcha! —tiró con fuerza la taza de café hacia el fregadero, rompiéndola en mil pedazos—.
Las ruedas giraban sin poder agarrar bien el camino de tierra. La prisa por llegar a tiempo al aeropuerto hacía que el coche perdiera estabilidad en su parte trasera, haciéndole bambolear y derrapar hasta que la inercia de la velocidad hizo encontrarse con la línea recta del camino. Iba a toda velocidad. El motor se quejaba por el ajustado cambio de marchas al llegar a cada límite de revolución.
Por mucho empeño que pusiera en su velocidad, tuvo que lidiar con el pulso del tráfico. Como un ser vivo, también obedecía a sus propios horarios y costumbres. Un margen de escasos minutos, arriba o abajo, hacían decantar la balanza, bien en un viaje rápido, bien esperando turno en un atasco. A Charles le tocó lo segundo. Maldecía su mala suerte, golpeando con ira el volante, la calmaba, intentando contactar con Mike en cada pausa larga. La radio fue la mejor mediadora para aceptar que tardaría más de lo previsto en llegar al aeropuerto y que su amigo no contestaría al teléfono.
Más que aparcar, tiró el coche cerca de la entrada de la terminal 5, comenzaba el juego de esquivar gente, puertas de cristal y controles de seguridad. No tuvo que pensar demasiado en cómo atravesar cada uno de ellos, solo tenía que darse prisa en hacerlo. Por su trabajo, siempre tenía el billete de viaje abierto. Eso le permitía entrar y salir de los aeropuertos como una especie de agente secreto, o eso le gustaba pensar, a fin de cuentas, se dedicaba profesionalmente a la ficción, un poco de fantasía lo ayudaba en su monotonía laboral, además, era cierto que era un agente, literario, pero agente, al fin y al cabo.
Vista y oído se coordinaban para recoger datos que acercaran al lugar donde localizarlo. Con el teléfono buscaba pistas para saber hacia dónde dirigirse por aquel entramado, por aquel laberinto de pasillos y salas. Atento a los carteles, observando cada anuncio de cada compañía y pendiente de megafonía. Estaba cerca de las puertas de embarque que tenían por destino Suiza. Solo quedaba saber, en cuál de ellas podría estar Mike. Acotaba el cerco, pero aún se le antojaba demasiado grande. Escuchó
—"Pasajeros con destino a Ginebra embarquen por la puerta 06. Pasajeros con destino a Ginebra, Suiza, diríjanse a la puerta 06. Gracias" —
—¿Puerta 06? ¡Mierda! ¡Estoy lejos! ¡Muy lejos! No voy a llegar a tiempo.
Echó a correr como en sus tiempos de secundaria. Estaba algo oxidado en cuanto a carreras de velocidad se refiere, pero nadie lo diría. Se encontraba cerca de la puerta número veinte. Debía apretar el paso si no quería perder oportunidad, porque la distancia entre una y otra, difería según su disposición en las salas, de esa forma, mal podía estimar el uso y organización de su energía. De la puerta veinte a la diez fue casi un suspiro. Pero bajar en número a partir de ahí se le antojaba como una maniobra planificada de mal gusto.
Comenzaba a faltarle el aliento, por lo que se detuvo un instante para recuperarlo. —Puerta ocho, vamos, estamos cerca — inició de nuevo su particular maratón. Faltaba muy poco. El cartel con el gigantesco "06" estaba en el horizonte de su mirada. Un último esfuerzo. No supo de dónde sacó las fuerzas, pero llegaron como acción divina cuando reconoció la figura de Mike y comenzó a gritar su nombre con insistente desesperación. Su voz solo chocaba en su espalda. No le prestó la menor importancia, ignorando por completo absoluto su llamada.
La completa ignorancia no iba a ser excusa para rendirse. No dejaba de gritar su nombre mientras se abría paso, a empujones, a codazos por la fila que no dejaba de crecer y lanzarle todo tipo improperios por las formas que gastaba, hasta llegar al personal de vuelo que, custodios de la última frontera, detuvieron su paso. Intentó apelar a un caso de emergencia para que lo dejaran pasar, escusa típica que no convenció a los dos guardianes que ya amenazaban con llamar a seguridad si no cejaba en su empeño.
Esta batalla estaba perdida, pero no estaba dispuesto a abandonar la guerra. Estaba decidido a llegar hasta el final. Buscó la localización de la compañía del vuelo para hacerse con un billete.
—¿No puede ser para hoy, señorita? Es muy importante. Pagaré lo que sea, pero por favor, necesito urgentemente ese billete para ya mismo.
—Lo lamento mucho, caballero, están todos los vuelos ocupados. Lo más que puedo ofrecerle es para mañana a primera hora. Lo siento. Lo único que puedo ofrecerle, como ayuda, es que deje un número de contacto. Si se produce alguna cancelación en los siguientes vuelos de hoy, podemos hacerle el cambio de pasaje.
—Está bien. Gracias, señorita. Deme ese vuelo de mañana y, por favor, si hubiera cancelación, avísenme de inmediato.
La joven anotaba en su ordenador y le hacía preguntas relativas a sus datos personales. Cuando le preguntó sobre el tipo de billete, Charles lo eligió en papel. Para ciertas cosas, seguía confiando en las viejas costumbres. Después de unos minutos, extendió sobre el pequeño mostrador su billete y la tarjeta de embarque. El vuelo saldría mañana a las diez de la mañana.
—No olvide estar dos horas antes aquí. Tengo sus datos. Quedamos en lo que hemos comentado; si hubiera una cancelación, le avisaría con tiempo. Puede irse a su casa u hotel y descuidar. En esta compañía nos manejamos con buen margen de tiempo. Descanse, señor.
—Muchas gracias por todo. Muy amable, señorita. Adiós.
Abandonó el aeropuerto para buscar su coche y regresar al hotel para hacer tiempo. Un desesperado tiempo contra el reloj. Como de costumbre. Solo parecemos percibirlo, percatándonos de su incesante movimiento implacable, cuando estamos pendientes de él. Se puso cómodo en su habitación, no demasiado, pues si bien es cierto que hasta el día siguiente no tenía el vuelo, en cualquier momento podían llamarlo. Revisaba el correo de su amigo una y otra vez, junto con aquellas interminables fórmulas matemáticas.
—No olvide estar dos horas antes aquí. Tengo sus datos. Quedamos en lo que hemos comentado; si hubiera una cancelación, le avisaría con tiempo. Puede irse a su casa u hotel y descuidar. En esta compañía nos manejamos con buen margen de tiempo. Descanse, señor.
—Muchas gracias por todo. Muy amable, señorita. Adiós.
Abandonó el aeropuerto para buscar su coche y regresar al hotel para hacer tiempo. Un desesperado tiempo contra el reloj. Como de costumbre. Solo parecemos percibirlo, percatándonos de su incesante movimiento implacable, cuando estamos pendientes de él. Se puso cómodo en su habitación, no demasiado, pues si bien es cierto que hasta el día siguiente no tenía el vuelo, en cualquier momento podían llamarlo. Revisaba el correo de su amigo una y otra vez, junto con aquellas interminables fórmulas matemáticas.
—¿Qué está pasando por esa cabecita tuya, Mike? ¿Qué pretendes? ¿Qué quieres decirme con esto? Policía... Alarma... Peligro… —Marcó de nuevo su número, a estas alturas, sin esperanza de que lo descolgaran del otro lado. Menos aún en vuelo—. ¡Vamos, cógeme el teléfono, maldita sea! ¿Se puede saber qué demonios vas a hacer en Suiza? ¡Esa es otra! Cuando llegue allí, ¿cómo voy a dar contigo? Registros de entrada, supongo. Antes de irme, he de recordar hacer un par de llamadas a la oficina, para ver si me pueden echar una mano con eso.
Decidió que era hora y buen momento para tomarse una copa. Pero no en el aséptico y solitario mueble bar de su habitación. Bajaría al confortable salón común del hotel, provisto de una excelente barra con sugerentes combinaciones de bebidas y aperitivos que servían un excelente servicio de camareros, atendiendo siempre con amabilidad a cualquier demanda de sus huéspedes.
Decidió que era hora y buen momento para tomarse una copa. Pero no en el aséptico y solitario mueble bar de su habitación. Bajaría al confortable salón común del hotel, provisto de una excelente barra con sugerentes combinaciones de bebidas y aperitivos que servían un excelente servicio de camareros, atendiendo siempre con amabilidad a cualquier demanda de sus huéspedes.
Pidió su whisky con soda —con mucha soda— e indicó la mesa donde se sentaría para que lo sirvieran allí. Dejó sobre ella, para tenerlo listo y a la vista, las llaves del coche y el billete de avión. Mientras esperaba la llegada de su copa, revisaba, a golpe de pulgar, las diferentes noticias y chismes de las redes sociales en su móvil.
Algo en el tráfico de la red empezó a llamar su curiosidad más de la cuenta. Algunas tendencias empezaban a cobrar fuerza. Los comentarios subían casi en progresión geométrica, haciendo de ellas pasar de locales a mundiales. Internet era un pozo interminable de exageraciones, no pasaba ni un solo día sin que "III Guerra Mundial" "Fin del mundo" o catástrofes similares coparan las portadas de las redes, comentarios u opiniones globales.
Esta vez, algo le decía que era distinto. Sensaciones que iban acrecentándose cuando comprobaba los mensajes que arrojaban palabras como "Fin del mundo" "Agujero negro" "Instituto CERN" y la definitiva de las tendencias, "Suiza". Miró hacia su billete de viaje para comprobar, como si no lo supiera, su destino. Los mensajes que llegaban traían consigo una mezcla de todos los sentimientos humanos. Como acostumbraba cada día el medio. Tragedia, comedia, ignorancia o preocupación extrema, entre otra extensa variedad. A buen entendedor, los mensajes correctos bastan. Del amasijo de sentimientos y opiniones, al final podías hacerte una idea de lo que ocurría en el mundo justo en el momento en que se producían las cosas. Ventajas e inconvenientes de la red. La información era instantánea, pero el ruido era proporcional a su inmediatez.
La inconsciente inquietud comenzaba a contagiarse por todo el salón. El resto de los acompañantes que ocupaban mesas y barra, también recibían la misma información en sus teléfonos. Sus caras comenzaban a reflejar lo que sentían, más que lo que pensaban, pues era complicado asimilar, de forma clara o sencilla, aquello que estaban recibiendo. ¿Qué estaba ocurriendo? La sensación era extraña. Se percibía en el ambiente que algo no estaba bien, no encajaba del todo con una situación normal. En la sala empezaron a aflorar los primeros brotes de nerviosismo. Alguien pidió al camarero si, por favor, podía encender la televisión. Aquella inmensa televisión que ocupaba casi la totalidad de la pared central del salón.
Ajeno a los mensajes de internet, al estar trabajando, atendió tranquilo la petición del cliente. Debajo de su barra guardaba el mando a distancia. Encendió el televisor. Daba igual el canal elegido, en todos se retransmitía el nacional. Era lo normal ante una noticia o acontecimiento de interés general. Este hecho hizo que absolutamente todos los presentes en la sala, fijaran su atención en la pantalla de televisión, en las palabras del presentador y en las imágenes que acompañaban las noticias. El relato era desolador, inquietante y perturbador.
La transmisión interrumpió en el salón con las palabras del presentador ya comenzadas:
"—…un accidente que podría afectar gravemente a la seguridad de los ciudadanos. Un suceso de gran magnitud ocurrido en el instituto científico. Por el momento no podemos concretar el alcance, pero las previsiones no son optimistas.
Nos informan, desde el Complejo Científico de CERN, Suiza, que se ha registrado una extraña actividad relativa a una anomalía, producida en el sistema central del reactor del gran colisionador de hadrones. Las primeras muestras de datos obtenidas, arrojan un resultado altamente preocupante.
Según los científicos, basándose en un primer informe preliminar de emergencia, comunican que los datos recogidos de la anomalía producida en el núcleo muestran, en su composición y configuración, semejanzas con las propiedades de la antimateria del cosmos.
De confirmarse los datos, sería una situación impredecible y potencialmente peligrosa para el planeta. Las mediciones siguen de forma continuada y, por el momento, no se registra disminución o receso por parte de la actividad anómala.
Por el momento, los científicos y personal del CERN no pueden explicar el origen del suceso ni cómo ha podido producirse el accidente, ya que, por un lado, no había pruebas de potencial riesgo programadas para el día de hoy y, por otro, el lugar donde está ocurriendo la actividad es altamente restringido. Sin embargo, aunque tengamos registros de la evolución del incidente, e informando en su consecuencia, las causas de la misma apuntan a un posible atentado terrorista, según comentan los primeros testigos—.
El presentador, junto con las imágenes genéricas del instituto CERN dejaron paso a la mesa de tertulianos de la mañana, esos que hablan de todo sin llegar a saber nada. Cumplían su cometido, entretener, calmar y alienar a la población. Servían, como sirve un tope a una puerta, como soporte esperando a que pase algo, como distracción, mientras llegaban nuevas noticias acerca del incidente. Charles, junto con el resto de la sala, estaban más que pendientes de cualquier atisbo de novedad, con sus miradas a caballo entre los teléfonos y el gigantesco televisor. El ambiente se respiraba algo tenso, debido al no saber cómo encajar todo aquello que les acababan de relatar, todo aquello que parecía estar sucediendo. Algunos tímidamente cuchicheaban entre ellos con el ánimo de entender la situación, saber, al menos, cuál debía ser su nivel de preocupación.
Uno de los tertulianos, aquel que la semana anterior era experto en energía renovable y hoy lo era en agujeros negros y partículas aceleradas, fue interrumpido abruptamente por el presentador de las noticias.
—Interrumpimos el coloquio para dar a conocer la información más reciente del suceso. A medida que pasan los minutos, son más los testigos que llegan, a lo que tenemos que sumar una importante novedad que arroja algo de luz al causante del desastre. Hemos podido tener acceso a las primeras imágenes que el personal de seguridad ha registrado en sus las cámaras. En ellas se aprecia cómo un hombre, blanco, de mediana edad, que formaba parte de uno de los grupos de visita guiada del Instituto, abandona su grupo en un momento muy preciso y sin que nadie se percate para internarse en las secciones restringidas del complejo.
En las sucesivas imágenes, contemplamos al mismo individuo deambulando por los pasillos y galerías que conducen al acelerador de partículas. Se detiene en, lo que nos han precisado, una gruesa puerta acorazada de seguridad principal que custodia el sistema central de control. En ese momento, como pueden observar, el individuo se encuentra frente a ella, logra abrirla con una especie de energía luminiscente que brota de sus manos, en una acción que plantea dudas en su ejecución y nos deja atónitos, derritiendo el resistente acero hasta fundirlo en líquido, logrando abrirse paso a la sección principal del núcleo.
A partir de este instante, lo que van a presenciar a continuación, puede herir la sensibilidad del espectador. Rogamos que lo atiendan bajo su completa responsabilidad. Insistimos, las imágenes que vamos a mostrar, pueden herir la sensibilidad del espectador—.
La versión oscura de Michael estaba cerca del control central del núcleo del sistema. La sala era amplia y estaba atendida por una decena de operarios, científicos y personal de seguridad. De la misma manera que había fundido el acero instantes antes, lo hacía ahora con la carne, los músculos y huesos de todos y cada uno de los presentes. El escenario era dantesco. Algunos parecían hervir su sangre antes de desaparecer en una explosión que todo lo salpicaba en macabra macedonia de órganos y tejidos. Toda la sala central se convirtió en una orgía de sangre, miembros amputados sin formas definidas, por techo, suelo y paredes.
Mike se acerca al terminal principal. Conecta su memoria USB y carga el programa mientras introduce datos en el teclado como si fuera un alma poseída que lleva el diablo.
Los reactores comienzan a funcionar al doscientos por cien. Es un programa avanzado, demasiado para aquellas máquinas, atrevido en su concepción, brillante, científicamente hablando, a años luz de toda ciencia, matemática o física conocida. Aquellas fórmulas eran del todo revolucionadas, muy avanzadas para la especie humana. Eran de otro lugar…
—El individuo continúa aún en la sala principal —casi ahogado, comenta el presentador—, como pueden apreciar en las imágenes… Pareciera que…
Un estruendo, grave en su sonido, como si fuera un coro de ultratumba, opaca las palabras del presentador y hiela su habla al percibirlo. Las imágenes de la transmisión ahora muestran el exterior del recinto, del Instituto CERN. Algo está empezando a ocurrir…
Las cámaras comenzaron a temblar al notar cómo el terreno, donde reposa el Instituto, se movía. Una esfera de energía apareció flotando en el cielo, cielo que empezaba a oscurecerse por las oscuras nubes que comenzaban a unirse en torno a la anomalía. Parecía haberse materializado de la nada, pero el origen yacía subterráneo en el suelo: el descomunal acelerador de partículas lo estaba creando; con ayuda de Michael en el sistema central.
La esfera comenzó a ganar tamaño en progresión geométrica, atrayendo todo lo que estaba a su alrededor, como si la humanidad presenciara el nacimiento de un agujero negro, incluyendo las oscuras nubes que al precipitarse hacia su centro, comenzaron a generar infinitos rayos en su interior, como si fueran los gritos desesperados de sus últimas plegarias, uniéndose en la creación, con fuerzas desconocidas que comenzaron a emerger del núcleo. El inestable círculo de energía tenebrosa ocupaba casi un kilómetro de diámetro, misma cantidad de materia engullida en proporción por todo su perímetro, incluida la totalidad de todo el complejo del Instituto científico.
En ese preciso instante, Charles supo que había perdido a su amigo para siempre.
Del centro esférico brotó una inmaculada, poderosa y deslumbrante luz. Muy blanca, como la de una estrella. Ganaba espacio a la oscuridad. Crecía rápidamente, como antes había crecido su versión oscura, apoderándose con su resplandor la totalidad de la esfera.
La luz se disipaba. Apareció la terrible conclusión final. En un principio, el locutor del informativo comentaba que parecía un reflejo de la Tierra, un espejo cósmico creado en suspensión. No lo era. Era otro lugar lo que se veía en esa esfera. Otro planeta visto desde aquí que se encontraba a millones y millones de años luz de distancia del nuestro. El portal estaba abierto. Estaba completo. Un portal que unía dos mundos, dos sistemas, dos galaxias que coexistían en ese mimo punto, en aquella especie de agujero de gusano creado gracias al perfecto plan ejecutado por aquella especie alienígena superior.
—¡Oh que es esto! ¿Dios mío, qué es? —casi llorando gritaba el presentador—. Es… No… No puede ser… Es un portal y… ¡Dios mío! ¡Estamos perdidos! ¡Es una invasión! ¡Una invasión! ¡Estamos perdidos! ¡Que Dios nos ampare! —
Un descomunal ejército se presentaba ante los ojos de la humanidad, un incalculable número de naves, incontables maquinarias de guerra y soldados armados con potencial tecnológico comenzaron a cruzar el portal ante la mirada incrédula e impotente de todo un planeta a punto de sucumbir a su invasión. A ser conquistado.
Unos mantenían la calma pidiendo calma. Otros llamaban a sus seres queridos, otros gritaban, otros iban y venían sin rumbo fijo. El caos y la histeria se apoderaron de la sala donde, impasible, observaba Charles.
Apuró su copa. Tomó los billetes de su viaje a Suiza y los rompió en mil pedazos.
AVISO DEL AUTOR
Continuará.
Aún no ha terminado La semilla oscura. Falta un último capítulo en forma de epílogo donde se resuelve y se cuenta, el verdadero final de la novela. Este epílogo estará en la novela final disponible en Amazon en tapa blanda y formato e-book.
Para eso, aún faltan algunas semanas.
Atentos a mis redes sociales y a mi página de Amazon.
¡Muchas gracias por tu lectura. Espero que hayas disfrutado de la aventura de Michael Donovan. ¡Hasta pronto!
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