La semilla oscura. Capítulo 11. Una herida en la amistad.

La semilla oscura

"Una herida en la amistad"










-Capítulo 11-
Una herida en la amistad.  




Charles puso ambas manos en su rostro, dejando reposar el dedo corazón en sus ojos para ejercer una leve presión. Era el acto reflejo que anunciaba un intento por relajarse. Quería parar esto de alguna forma sin necesariamente perder los nervios. A veces, era bueno un reinicio sin más, como si nada hubiera pasado o lo hubiese afectado. Sin más explicaciones. Su mente iba deprisa por buscar y encajar todo lo ocurrido, necesitaba una respuesta que aplicar. Después del intento de excusa de Mike, con aquel final inesperado construido de su puño y letra, había hecho que no creyera ni una sola de sus palabras, pese a sonar sinceras. 

Era normal. En eso de inventar historias convincentes era un profesional. ¡¡Demonios, se ganaba la vida con ello!! Solo que ahora, su ingenio estaba traspasando la frontera de la ficción. Lo afectaba. Acababa de llevarse un disgusto y una culpa. Culpa que intentó enmendar, pero con aquella nota manuscrita, todo intentó por construir un discurso creíble, se vino abajo en décimas de segundo.

Se hacía tarde. No quería volver a la ciudad conduciendo de noche. Mike, no dejaba de mirar asombrado ambas notas. Casi se podía escuchar su lucha interior.

—Michael —cuando lo llamaba por su nombre completo, significaba que el asunto era serio, bien profesional o bien, como era el caso, personal—. Déjalo ya, por favor, te lo pido. Deja... Eso de una maldita vez. De fingir o interpretar o...
—Charles, te juro que...
—¡Ya! Por favor, te lo pido. Para. Ya pasó. No quiero saber absolutamente nada más. Ahora mismo no sé lo que pensar de todo esto. No sé si ha sido tu manera de entender una broma, si te ha poseído alguno de tus personajes o si estás aplicando una nueva metodología para tu trabajo consistente en traspasar fronteras. Reconozco que, si es esto último, es muy ingenioso por tu parte, pero te pido por favor que me saques de la función. Sea lo que sea, te pido que pares de involucrarme. Voy a marcharme, Mike, vuelvo a la ciudad. No quiero darle más vueltas al asunto porque, de hacerlo, sé que voy a enfadarme mucho y ahora mismo no quiero iniciar ese camino. Aclara tus ideas. O tu metodología. Emplea este circo que has montado para llevarlo a tus relatos. A la editorial le va a encantar. Sigo siendo tu agente. Escribe. Es lo que tienes que hacer. Quizás deberías beber menos, esto, como consejo de amigo.

Mike no decía palabra. Dejó las notas sobre la mesa. Escuchó apesadumbrado las palabras de su amigo. Estaba cabizbajo, lo miraba de reojo con cada una de sus frases, frases que en su cabeza sonaban a sentencias.

—Me voy. Necesito pensar. Deberías hacer lo mismo, aunque esta vez, prefiero que tus deducciones las vomites en tus relatos, no en mi persona. Escribe. Termina tu trabajo. Cuando todo acabe, publiques y terminemos la promoción, te daré una respuesta. Ese es el tiempo que voy a tomarme para pensar.
—¿Una respuesta? ¿A qué pregunta, Charles?
—A la de si voy a continuar o no contigo. Soy un profesional. No voy a dejarte tirado ahora. Me gusta terminar mis trabajos. Pero puede ser que esta sea la última novela en la que trabajemos juntos.

Hizo ademán de darle réplica. Pero se mantuvo en silencio. Movió su cabeza con gesto afirmativo, aunque más bien parecía de absoluta resignación. Se lo había buscado y ganado. Eran los efectos a sus causas.

Miraba cómo su agente le daba la espalda para marcharse. Por un momento, su mente de escritor dudó de la escena, más bien de cómo clasificarla. No sabía si lo había pensado de forma literal, o metafórica. Ambas cabían en la acción. Se marchó. Al menos, no hubo portazo. Puede que Charles se fuera herido, pero la ausencia de ira, esa que a veces demostramos en forma de violencia material, era significativa. Habría esperanza si no erraba más con él.

En momentos de tensión fumaba, en momentos de distensión fumaba más. Encendió de forma muy continuada el siguiente cigarrillo. Observaba las notas de su puño y letra. Las miraba sin dar crédito a lo que había pasado. Tampoco encontraba ninguna explicación. Algo estaba pasando y juraría por lo más sagrado que estaba en lo cierto. Alguien orquestaba aquello. —"Sin embargo, se mueve"—. Aludió pronunciando en alto la famosa frase de Galileo en señal de reafirmación y protesta. Fuera lo que fuera, controlara quien controlara aquello, estaba claro que no querían que solicitara ayuda. En cuanto había un atisbo por pedir socorro, se las ingeniaban para que lo tomaran por loco. En esta ocasión estuvieron a punto de que su más íntimo amigo, antes que agente o compañero de trabajo, lo dejara en la estacada. Y no podía asegurarlo del todo que ocurriera a futuro. Debía tener cuidado. Miraba las notas que empachaban su cabeza con dudas. Poco a poco fueron ahogadas por una impotente rabia.

Encendió su mechero, esta vez no para continuar llenando sus pulmones con nicotina, sino para quemar aquellas malditas notas, purificándolas con el fuego. Al menos, eso pensaba mientras las depositaba en el cenicero cuando aún eran mitad ceniza, mitad papel.
Sus ojos resplandecían con el fulgor de la llama que ahora se extinguía, acabando con aquella anomalía.

—Puede que sea mi letra, pero esto no lo he escrito yo. ¡Demonios! ¿Cómo iba a ponerlo dentro de un paquete que me han enviado? No tiene ningún sentido. Han imitado mi letra. Me están ocurriendo cosas muy raras. Algo está pasando. Hay eventos que no sé cómo encajarlos o explicarlos. Trascienden del tiempo y el espacio. No es algo local. Debo ser más listo. Debo mostrarme indiferente. Pero seguiré investigando, anotando, observando... Puede que sea un circo montado por la editorial. Pero... ¿Si ellos no son? ¿Quién diablos son?

 Para continuar protestando, llenó de nuevo el vaso hasta la mitad. La otra la reservó para el refresco de cola. Toda una declaración de intenciones a los consejos de Charles. Era cabezota. Seguiría en sus trece con todo. Lo que sí iba a hacerle caso era en eso de escribir. Aún faltaba un poco para la cena. Toda la experiencia de lo ocurrido en el día era un excelente cimiento para plasmarlo en el papel. Necesitaba impregnarlo con aquellas emociones que iban a ayudarlo a escribir ciertos pasajes que tenía en mente para su novela. Diálogos y descripciones sueltas que luego encajaría en los correspondientes capítulos. Se sentía cómodo en aquella sala de estar. Allí había ocurrido toda su sincera confesión y los eventos siguientes con Charles. El ambiente era propicio para canalizarlo en su novela. De modo que trasladaría allí su portátil para trabajar.

Durante horas, solo se escuchaban en la mansión los chasquidos del mechero, el líquido verterse y el leve sonido de las teclas que sus dedos acariciaban.
La noche llegaba anunciando el fin de la jornada y el cambio de escena. Un punto y final tecleado lo confirmaba. Se echó hacia atrás, alzando sus brazos para desentumecerlos de la postura mantenida en su labor de escritura. Algunos huesos de su hombro sonaron con la acción. Guardó el trabajo e hizo un primer salvado en la memoria USB. En la "famosa" memoria recibida en aquel paquete que había resultado ser la detonante de aquella extraña tarde.

Mike estaba a merced de la tecnología, pero no se fiaba del todo de ella. Mejor guardar su trabajo en dos sitios distintos. Si uno fallaba, tendría el otro. Había un tercero, si consideraba la nube de su correo. Lo guardaba y sobrescribía sin enviar. Sin destinatario. Cuando estuviera listo el primer borrador de la novela se lo mandaría a Charles, como hacía siempre, para que le dieran un primer vistazo y le enviaran el informe de lectura con las primeras correcciones a realizar.

El trabajo de redacción era el segundo trabajo que tenía un escritor. El primero era una idea para una novela. Primeros apuntes y planificación. Personajes, tramas y final. El tercero y más tedioso era el trabajo de revisión y corrección. Después de eso, la promoción. Algo que siempre disfrutaba y a la vez lo llenaba de nervios por ver si su trabajo resultaba en buenas ventas para su editorial y en buenos lectores para él, para satisfacer su ego artístico.

Un último guardado en el gestor de textos, por si acaso, y se dispuso a cerrar la pantalla de su ordenador una vez que había quedado completamente apagado. —Mañana será otro día. 

Terminó pronto de prepararse algo para cenar y regresó a la sala de estar para hacerlo mientras veía un poco la televisión.

Si bien escribir lo había hecho despejar su atención del problema durante la sesión, ahora regresaba impidiendo que disfrutara de la película. No se sentía muy bien. Aquello lo había desequilibrado. Necesitaba poner sueño de por medio para que su cabeza encajara todo. Mañana sería otro día y los problemas de hoy, se verían de otra manera mañana. Terminó de cenar, dando también por finalizada su ración cinematográfica. Subió a su cuarto para preparar su descanso. Aseo, ropa de faena para la cama, un par de vistazos al móvil. Luces fuera, edredón hasta el cuello y postura de medio lado. Ya solo quedaba intentar conciliar el sueño. 







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