La semilla oscura. Capítulo 8: Visita al hospital

La semilla oscura


"Visita al hospital"


Nota del autor:
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Capítulo 8
-Visita al hospital-


Solo cuando nos precipitamos involuntariamente hacia los límites, comprobamos nuestra valía. Mike se sorprendió al comprobar que, pese a sus malos hábitos, mantenía la forma física. Llevaba prácticamente dos jornadas de trabajo a sus espaldas. La de investigador consultor, junto con la que correspondía con su especialidad, la de escritor, se solapaban también con sus horas extras de sepulturero. Ahora se veía corriendo hacia la mansión. Llegó jadeando, poniendo a prueba sus pulmones de fumador, pero el hecho que lo preocupaba, más que motivaba, requería presteza.

Abrió como pudo las puertas de la mansión, como pudo, también, arrojó el ato con las herramientas del trabajo nocturno. Echó mano de su móvil para pedir un taxi con carácter urgente. Claro que, por mucha prisa que se diera, demoraría media hora en llegar desde la ciudad, tiempo más que suficiente para tomar una ducha y cambiarse de ropa. Lo agradeció, de hecho, lo tomaba como un requisito casi obligatorio.

Necesitaba quitarse el barro y ese olor a muerte que se había impregnado en sus ropajes y en cada poro de su piel. Olor que parecía no irse y costaría que se marchara. Se había instalado en sus narices y no quería abandonar, como un recordatorio de sus actos, como una especie de castigo por su pecado.

La ducha lo despejó, pero no hizo que se sintiera menos cansado. La jornada había sido muy larga y no veía el momento de llegar de nuevo a casa y poder conciliar el sueño. Apoyó sus manos en la pared que sostenía el grifo de la ducha. El agua bajaba como un torrente por su cabello y espalda. Llegaba a cada rincón del cuerpo. Se tomó más en serio que de costumbre el enjabonar y restregar con lo más áspero de su esponja. Aquel olor se resistía, pero parecía disimularse a cada paso de jabón. Había que ir concluyendo, pues el taxi no tardaría en llegar.

Se vistió y peinó hacia atrás su media melena, aún mojada y sin visos de poder secarse. El trabajo hecho con la toalla bastaría lo suficiente como para no calar demasiado su chaqueta con las puntas de sus cabellos. Bajó al salón y se procuró todo lo que pudiera necesitar para su visita al médico. Esperó en su sofá mirando su móvil hasta que escuchara llegar su transporte.

Escribió unas cuantas notas en el bloc del móvil referentes a sus recientes movimientos. Completando y relacionándolo con sus anteriores notas. Escribió la palabra "PARASITO" en mayúsculas como testimonio de su máxima preocupación. Estaba convencido, al menos eso le decían sus deducciones, que algún tipo de parásito que habitaba en la comarca, se había alojado en su cabeza, como una semilla oscura, lo que le propiciaba esos intensos, y crecientes en frecuencia, dolores de cabeza.

El desenlace de aquella extraña dolencia pasaba por acabar con la vida del huésped una vez que madurara en su cabeza. Esto último lo sospechó cuando recogió los datos en la hemeroteca y quedó patente cuando objetivamente pudo comprobarlo en las calaveras de las profanadas tumbas.

Se levantó de un salto del sofá y fue presto a abandonar la mansión, pues acababa de escuchar el claxon de su taxi. En un cerrar y abrir de puertas, le estaba diciendo al chofer que lo llevara a urgencias del hospital London Clinic. Que se diera toda la prisa que su licencia le permitiera.

Camino del hospital empezó a ensayar en su cabeza el cómo iba a plantear la situación para que lo atendieran, sin que lo tomaran por un loco. Gustaba de ensayar diálogos para obtener todas las respuestas posibles. Cada respuesta que daba, ensayaba una nueva pregunta y de vuelta a empezar. Lo de proveerse de futuras preguntas, para dar futuras respuestas, configurando así, un diálogo ficticio, le venía de oficio.

Llegaron a la rampa que accedía a las puertas acristaladas de las urgencias del hospital. Pagó su carrera y accedió al recinto. Estaba algo nervioso. No sabía si por todo lo ocurrido o por su visita al hospital. Siempre le alteraba el pulso. Se acercó a la ventanilla de recepción. Una mujer joven, de cabello negro, recogido en una larga y esbelta coleta, tecleaba en su ordenador como si no hubiera advertido su presencia.

A Mike le sorprendió la poca afluencia de pacientes. Supuso que era por la hora y el día. Un jueves a las ocho de la mañana hay menos enfermos que un lunes a primera hora. La diferencia es que el jueves está más cerca del ocio del fin de semana y los lunes están muy cerca del inicio de la jornada laboral. Cuestión de sugestión. Aunque siempre había excepciones más cercanas a enfermedades reales y no tan exageradas o interpretadas. Lo más seguro es que fuera una casualidad, que hoy y a esa hora, no hubiera mucha clientela en el hospital; lo demás, eran ganas de mal pensar por parte de Mike.

—Buenos días. —Pronunció Mike sin obtener respuesta por parte de la enfermera con turno de oficinista. —Buenos días. Déjeme su tarjeta sanitaria, por favor. —Mike sacó de su cartera la tarjeta sanitaria europea y la dejó en la repisa del mostrador que los separaba. —Aquí tiene. —La enfermera comenzó a teclear los números de su seguridad social. En su pantalla apareció la ficha de Mike y comenzó a hacer unas preguntas de control para cotejarlas con lo que aparecía en pantalla. Su nombre, dirección, número de teléfono y demás datos personales. Mike fue contestando acertadamente, faltaría más, aunque con el número de teléfono pasó algún apuro pasajero. —Como nunca me llamo. —Bromeo. Por la cara agria que puso la enfermera, supuso que el chiste ya era viejo y muy comentado en recepción. Entendió que había muerto la originalidad.

La enfermera le devolvió su tarjeta sanitaria y le preguntó el motivo de su visita. Según iba contando, la enfermera iba tecleando en su escritorio. —Sí, verá. Desde hace cosa de menos de una semana, desde este lunes, creo, vengo adoleciendo de fuertes e intensos dolores de cabeza. Cada día que pasa, son más intensos y frecuentes y... —¿Está tomando algún tipo de medicamento? —Interrumpió la enfermera. —Sí, analgésicos... El caso es que noto que cada vez hacen menos efecto y... —¿Ha notado o percibido o sufrido algún desvanecimiento a causa de esos dolores de cabeza? —Que yo recuerde, no... Aunque creo que estoy sufriendo de algún episodio de noctambulismo o alguna otra forma de inconsciencia que no sabría describir. —La enfermera continuaba escribiendo. Una vez acabado de registrar su entrada, le dio un ticket con la numeración MDC 0113 y le dijo a Mike que fuera por el pasillo, segunda puerta de la derecha. Allí se encontraba el triaje 2, donde debía esperar a que lo llamaran para una primera valoración.

—Buenos días. —Les dijo a los pocos pacientes, a sus compañeros de espera, que se encontraban en la sala observando el gran monitor que anunciaba los turnos. Respondieron cortésmente con el poco ánimo que se espera de aquel lugar, intuyendo, por el bajo tono empleado, que respondían lo mismo. A intervalos intermitentes, el silencio lo interrumpía aquel molesto y estridente pitido que se producía cuando llegaba un nuevo turno. "MRC-1977 triaje 2 puerta 1" indicaba en el monitor. El paciente MRC-1977 miraba su ticket y a la pantalla, como si estuviera comprobando los números de la lotería. Con boleto ganador se levantó y se dirigió allí donde las instrucciones del monitor decían.

Los pitidos y códigos de pacientes se sucedieron. Ya solo quedaba Mike en la sala de espera. De nuevo el pitido y ahora sí, su turno. El monitor anunciaba: "MDC 0113 triaje 2 puerta 6". Se incorporó del asiento y fue al pasillo de puertas del triaje. Buscó la número seis y entró. Un doctor y un ayudante detrás de una mesa donde tecleaban y revisaban el historial del paciente entrante.

—Señor Michael Donovan, ¿verdad?
—Creo que sí.
—Cuénteme. Que le ocurre. Veamos... Fuertes dolores de cabeza... Una semana... Alteración del sueño
—Episodios sonámbulos le indiqué a su compañera cuando me tomó los datos.
—Sí. Alteración del sueño, le he señalado. Vale. Cuénteme con todo detalle.

Mike relató con exquisito detalle. Era escritor, contar historias era lo suyo, aunque esta vez le hubiera gustado que todo fuera ficción. Naturalmente que en su relato, omitió cualquier tipo de cuestiones que no fueran del todo legales, como lo de profanar tumbas, aunque insistió en que le creyeran en lo referente a tener algo en su cabeza. Necesitaba cerciorarse por medio de la ciencia, que estaba limpio, que nada habitaba en su cabeza sin su permiso.


El doctor tecleaba al dictado de Mike. Le dijo a su ayudante que pidiera una resonancia magnética. Mientras terminaba de preparar el siguiente paso, se levantó y empezó a explorar a Mike, a invitarle a realizar una serie de pruebas: Andar en línea recta sin dar zancadas, es decir, poniendo el talón de su pie en la punta del otro y viceversa hasta recorrer un par de metros. Cerrar los ojos y juntar la punta de sus dedos o tocar con estos la punta de su nariz. Ver como reaccionaba la luz en sus pupilas, o comprobar sus actos reflejos al golpe y tacto de un pequeño martillo médico en sus rodillas. Todo parecía estar en orden.

—Bien. Pase por esta puerta, —el médico señaló justo la que tenía tras él y su compañero, —espere en la sala dos a que lo llamen para hacerle la prueba de resonancia. —Eso hizo. Se adentraba cada vez más en el entramado hospitalario. Nuevos pasillos que llevaban a nuevas salas de espera y de allí a nuevas estancias donde esperaba la maquinaria hospitalaria para realizar las pruebas pertinentes.
Esta vez no demoró mucho. Lo llamaron enseguida. Una enfermera se encargó de avisarlo y acompañarlo hasta la sala donde esperaba su resonancia. La prueba fue pesada y lenta. Pero ya se encontraba de nuevo en la sala de espera, esperando los resultados del técnico de resonancia. Una primera valoración preliminar antes de ir a consulta con el neurólogo.

—Espere de nuevo aquí hasta que tengamos los resultados de su resonancia, señor Donovan. —Dijo amablemente la enfermera al resignado Mike.
—Gracias, señorita. ¿Demorará mucho el resultado?
—Los resultados completos los enviarán al neurólogo que lo ha atendido en los próximos dos días. Deberá pedir cita en el mostrador cuando se vaya.
—Entonces, ¿puedo marcharme ya?
—Debe aguardar unos instantes, hasta que el técnico valide que la prueba ha salido bien y no tengamos que volver a repetirla. Espere una media o una hora como máximo. Le avisaremos y se podrá marchar.
—De acuerdo, pues aquí esperaré.

La enfermera cerró la puerta de la sala de espera al salir. Estaba vacía, de gente al menos. Solo estaba Mike frente a aquellos asientos mullidos de color azulado. Dispuestos todos frente al monitor de llamadas. Se sentó en uno de la fila de atrás. Lo más alejado posible del monitor. Le recordó a sus tiempos de escuela, cuando siempre que podía elegía el pupitre más alejado del encerado y profesora. No porque fuera el más gamberro de la clase, asientos, por cierto, reservados para esta clase de alumnos, no es que sea una norma escrita o algún tipo de pseudociencia, aunque curioso es que repita en síntomas, rasgos y resultados, generación tras generación. No. Era más bien, para que no le molestaran demasiado. Siempre había sido reservado y no le gustaba estar demasiado expuesto.

Allí, en su soledad, no lo estaba, pero el hábito creado no era fácil de esquivar. Sacó su móvil para comprobar la hora. Entre pruebas y esperas le habían dado casi las doce de la mañana. No lo parecía, porque en aquella sala no había ventanas. Manías de los nuevos edificios. Luz y aire artificial para que las esperas no desesperen. Quitan toda referencia de luz natural para alterar, de alguna manera, la percepción del paso del tiempo. El tiempo es relativo, pero si no tenemos una referencia de cuándo sale o se oculta nuestro sol, además de relativo, es burlón.

Ya que había sacado su móvil, se entretendría con él un rato hasta esperar noticias de la enfermera. Abrió los mensajes. Escribió alguno para Charles contándoles las novedades del trabajo. No el que hizo con las tumbas, claro, sino de las correcciones del capítulo cuatro y la redacción del quinto.

Pasando de nuevo por sus correos, volvió a detenerse e interrogarse sobre aquella reserva en Suiza. Aquellas extrañas vacaciones que alguien le había propuesto por sorpresa. Estaba convencido, por hechos anteriormente ocurridos, que algo o alguien le estaba mostrando el camino, que le dejaba pistas, que velaba por él. Solo había que estar atento a las señales. Esa reserva y viaje, debían ser una de ellas. CERN. Ocho de junio. Fue al navegador y en el buscador escribió "CERN". El enlace del primer vínculo de búsqueda lo llevó a la página oficial de Asuntos Exteriores del gobierno. El CERN, decía su página web textual:

Centro Europeo para la Investigación Nuclear o Laboratorio Europeo de Física de Partículas Elementales.
El CERN consiste fundamentalmente en un conjunto interconectado de aceleradores de partículas cuyo primer elemento, el Sincro-Ciclotrón de protones de 600 MW (SC o Synchro-Cyclotron), se construyó a mediados de 1955 y cuyo último eslabón, hasta la fecha, es el Large Hadron Collider o Gran Colisionador de Hadrones, que entró en funcionamiento a finales del año 2008 y en el que se llevan a cabo 4 grandes proyectos experimentales...

—Hadrones... Acelerador de partículas. —Pronunció en alto. Regresó al buscador de su móvil y escribió: "Primer acelerador de partículas". Accedió al primer resultado de la búsqueda. Una página de Wikipedia que hablaba de Ernest Orlando Lawrence.

Científico que desarrolló el primer ciclotrón en la Universidad de California en 1924*(1), ese mismo año, una vez desarrollado y presentado su descubrimiento, fallecía meses después de forma repentina.*(2)
Sus familiares y amigos señalaron, que semanas antes de su repentino e inesperado fallecimiento se quejaba de fuertes e intensos dolores de cabeza.

—¡No puede ser! Otra vez no, regresamos al mismo sitio; esto es una maldita pesadilla. 1924, una fecha más, una que coincide con otra muerte, pero ¿en California? Dios mío, eso quiere decir, no está localizado en Foreign Wood. ¡Están por todo el mundo!
De pronto todo quedó a oscuras. Se escuchó un sonido fuerte. Como si hubieran cortado la tensión eléctrica de todo el hospital. Silencio y oscuridad. Una oscuridad densa, solo cortada por la escasa luz de la pantalla de su móvil. Un silencio denso, solo interrumpido por su entrecortada respiración.

—¡Hola! ¡Se os han ido los plomos! —Silencio por respuesta. —¡HOLA! Encendió la aplicación de linterna de su teléfono e hizo un pase de izquierda a derecha. La luz captaba las pequeñas partículas de polvo en suspensión. Iluminaba los respaldos de los asientos azules, pero apenas llegaba con claridad a la puerta.

Permanecía sentado e iluminando la sala con su móvil. Escuchó el grito más aterrador que jamás sintió o imaginó en sus novelas. Largo y desgarrador. Su percepción hizo que se levantara de un salto y corriera a la puerta. Su mano temblaba en el pomo. Se debatía entre ser el héroe que socorre o el curioso que quiere observar para saber de qué peligro escapar. Las dos elecciones lo llevaban fuera de la sala. Durante ese breve instante de decisión, el grito cesó, como interrumpido de pronto, como si la muerte lo hubiera acabado devolviendo al silencio su armonía.

Abrió la puerta y salió al pasillo. La oscuridad era algo menos densa aquí, aunque el aire estaba viciado. Le recordó de inmediato al aire que respiró la pasada madrugada allá en las sepulturas de la noche anterior. Iluminó el suelo al sentir humedad en sus pies. Las losetas que componían el suelo del hospital habían desaparecido. O sustituido por una oscura carne. Todo el suelo era una sucesión de oscura carne orgánica que parecía moverse levemente a ojos del observador. Mike alzó la linterna de su teléfono para iluminar el pasillo al completo. El suelo, paredes y techo eran una sucesión orgánica de huesos, tejidos y vértebras que componían un escenario vivo. Era como si todo el hospital se hubiera convertido en un colosal ser, y Mike habitara en su interior, en sus entrañas, como si estuviera en el vientre de una bestia.


Las formas del hospital eran reconocibles. Seguía siendo un pasillo donde se intuían puertas a ambos lados. Se giró de pronto al sentir cómo se cerraba la puerta de la sala de espera a sus espaldas enérgicamente. Intentó que no se produjera tal hecho, pero cuando quiso volver al pomo para dejar abierta una sala segura en aquella pesadilla, que parecía estar diseñada por el mismísimo Giger, pomo y puerta desaparecieron convirtiéndose en parte del muro orgánico.

Por mala suerte o providencia, el rumbo estaba trazado sin elección. Solo había un camino posible. Avanzar por aquel extraño lugar y encajar lo que el maldito destino tuviera preparado para él. La vista no era muy agradable. Cada paso era una nueva experiencia macabra, una prueba a su cordura. Cuando armó el suficiente valor para enfrentarse a aquel lugar aberrante, levantó su móvil para que la luz mostrara algo más del cuerpo del pasillo. Al fondo pudo distinguir unas piernas. No parecía que formaran parte del escenario. Siguió caminando lentamente. Iluminando lo suficiente como para avanzar seguro y no tanto por ver lo grotesco de su paisaje. Más cerca lo percibió con más claridad. Parecían las piernas del cuerpo de una mujer. A juzgar por los tacones, medias y vestido hasta la rodilla, juraría que era la enfermera que lo llevó a la sala de espera. Estaba tendida en el suelo, o lo que fuera aquella maldita cosa, sin aparente vida. Su cuerpo estaba a medio camino entre el pasillo y una de las habitaciones, si es que consideramos la composición original del hospital.

A medida que se acercaba, algo parecía tirar de su cuerpo hacia el interior de la habitación. Era seguro que había sido aquella mujer la que había proferido aquel intenso grito minutos atrás. El cuerpo terminó de entrar arrastrado por completo en la habitación.

Mike avanzó, no sin miedo, decidido a entrar allí. Debía comprobar si aún seguía con vida y quién o qué cosa arrastraba su cuerpo. Estaba muy cerca de la puerta. Respiraba jadeante y su pulso hacía temblar la luz de su linterna. Cruzó el umbral. Esperaba encontrar en la habitación un escenario semejante al que dejaba en el pasillo; para su sorpresa, la habitación dejó a un lado el tejido orgánico para volver a ser una simple habitación de hospital, aunque no menos macabra en su escenografía dantesca.

La luz del flexo parpadeaba, mostrando de forma intermitente la sangre que adornaba el espacio de las paredes y techo. El cadáver de la enfermera estaba tendido en la entrada. Le faltaba la parte de la cintura para arriba. La otra mitad estaba crucificada en la pared de enfrente. Debajo de su medio torso, unas letras escritas en sangre. Más bien una especie de símbolos que no lograba entender. De hecho, no era capaz de encajar nada de lo que observaba, el pánico y el horror nublaban su juicio. Todo le parecía dar vueltas en su cabeza.



El flexo dejó de parpadear para convertirse en una intensa luz roja. Una voz profundamente fuerte comenzó a escucharse en un idioma ininteligible. Mike no sabía si aquella voz que retumbaba lo hacía por toda la habitación o solo en su cabeza. Daba igual cualquier supuesto, sus manos ya tapaban sus oídos para amortiguar el dolor que le producía aquella voz. Los símbolos de la pared empezaron a cambiar a caracteres más reconocibles. Un instante y el rojo de la luz que inundaba la habitación volvía a ser blanco. Pudo leer aquellas palabras claramente cuando terminaron de mudar al alfabeto clásico:

"NO TE DETENGAS"

El muro que contenía aquellas conocidas palabras comenzó a alejarse de él con un efecto túnel, convirtiendo la sala en un infinito pasillo. Al final del mismo se divisaba un vacío. La nada. Apareció de nuevo una intensa luz roja, cortando su perfil en sombra, una silueta, una figura, un ser extraño. Se acercaba muy deprisa hacia Mike. Pudo ver que era un ser de dimensiones grandes aunque de cuerpo delgado. Largas extremidades que cubría con una especie de túnica negra. No parecía andar, más bien levitaba y se acercaba muy deprisa. Mike comenzó a retroceder andando de espaldas. No quería perder de vista aquel extraño ser, aquella abominación que se acercaba cada vez más deprisa y que ahora extendía sus brazos con intención de atraparlo.

Mike se dejó seducir totalmente por el pánico. Notaba que su intención era dar media vuelta y salir corriendo hacia donde fuera, aunque eso significara caer en otro infierno. Pero no pudo. Se quedó inmóvil. El extraño ser estaba tan cerca que pudo ver por un instante sus rasgos que asomaban por la capucha de tela negra que lo cubría. Sus fauces eran una sucesión caótica de dientes y colmillos. Sus ojos cubrían el resto de su cara con distintas formas en su tamaño, pero todos ellos con algo en común, esféricos, totalmente negros y sin intenciones de parpadear. Miraban fijamente a Mike y este se veía reflejado en ellos, mientras su boca se abría con intención de devorarlo. Sus largas extremidades de largas manos y largos dedos tomaron a Mike por los brazos, cubriendo parte de su espalda por el tamaño de los mismos. Parecía ser el fin. Mike solo pudo cerrar los ojos y gritar:

—¡¡AAAAAAAAAAH!!

—¡Señor Michael, ¿se encuentra bien? ¡Menudo susto me ha dado! ¡Por el amor de Dios!

Mike abrió los ojos y estaba en la sala de espera del hospital con su móvil en la mano. Sentado al final de la fila de aquellos asientos azulados. El monitor de la pared anunciaba los turnos de los pacientes y la asustada enfermera, acababa de entrar por la puerta para anunciar a Mike que todo había salido bien.
Mike respiraba alterado, como si necesitara todo el aire de la sala. Miraba de un lado a otro incrédulo.

—Qué susto por dios. Pues nada, ya puede marcharse. Parece que todo está en orden. No parece haber lesiones. De todas formas, el informe completo se lo enviaremos a su neurólogo. No olvide pedir cita para dentro de dos días. Que tenga buen día, señor.






Notas:
*Ernest Orlando Lawrence desarrolló en verdad su ciclotrón en 1929. Por motivos de la trama ficticia, he cambiado su fecha a 1924.
*(2) Ernest Orlando Lawrence murió en el Hospital de Palo Alto el 27 de agosto de 1958 de Ateroesclerosis




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