El sapo Gilberto

El sapo Gilberto




Nota del autor: 
Este relato, cuento o fábula que vais a leer a continuación, forma parte de un ejercicio para el taller de escritura de "Otras formas de contar la realidad" que estoy realizando en una biblioteca pública de Madrid. El ejercicio para estas dos semanas consistía en realizar una fábula de temática libre, con una extensión máxima de 1500 palabras. Espero que os guste. Un saludo. 


 "A nosotros, la gente sensible, se nos da el prestarle atención a los mínimos detalles que otros ignoran." 
Benito Pérez Galdós




-El sapo Gilberto-

Todo era paz, tranquilidad y armonía en el lago. Sus habitantes eran la envidia del resto de los animales del bosque. La rutina empezaba a crear tranquilidad, encajándola de alguna manera en la parte del todo que daba forma a la felicidad. Cada día, se reunían los mismos animales en torno al lago, para realizar sus labores antes de ponerse el sol. Eran viejos conocidos, compañeros de tareas que, con los años, otorgaban títulos cercanos a los familiares.

Gilberto era un sapo joven. Hacía poco que había llegado a la comunidad del lago. Su mejor amigo era Ori, el erizo, que lo introdujo en tan selecto y privilegiado lugar. Se conocían desde niños. Los padres de Ori eran miembros muy antiguos del lago. No tuvieron problemas en lograr que aceptaran a Gilberto, eran erizos influyentes dentro de la comunidad. Una comunidad segura, lejos y protegida de los depredadores del bosque.

Los días eran rutinarios. Aunque seguros. Pasaban toda la mañana laborando en el lago. En lo que hiciera falta. Entre tarea y tarea se ponían al día unos entre otros, con conversaciones interminables que acompañaban las horas de trabajo. Al caer la noche, de vuelta todos a sus hogares, madrigueras o nidos. La mañana siguiente transcurriría como la anterior y transcurriría igual que la de pasado mañana. El lago era feliz.

Un día, Gilberto se demoró en su trabajo diurno. Decidió quedarse un poco más, pues no quería encontrarse a la mañana siguiente con el nuevo trabajo que tocara, más el resto pendiente del que no había podido terminar.

Fue despidiéndose de cada animal que pasaba por su lado. Con Ori, se detuvo algo más que un —hasta mañana—. Le contó la situación y Ori lo encontró razonable, despidiéndose de Gilberto con un comentario irónico, típico entre buenos amigos.
Gilberto terminó su trabajo cuando ya había llegado la noche. De pronto, observó algo que lo dejó paralizado. Asombrado. Inmóvil. Algo, que por las mañanas no podía ser observado, pues lo ocultaba el sol y lo mostraba la luna.

Se acercó al espejo del agua que formaba el lago para verlo más de cerca. ¿Qué era aquella maravilla que se presentaba ante sus ojos? Allí estaban. Las estrellas reflejadas en el lago. Nunca había visto una belleza igual. Amor y obsesión a primera vista.
Se acercó más, hasta asustarse por ver su rostro reflejado. Tanto, que creyó que se había colado un enemigo que quería usarlo de cena. Pero solo era él. Comprendió entonces que la belleza lumínica de aquel coro cósmico era también un reflejo. Miró hacia arriba y contempló las estrellas en su forma original. Eran aún más bellas y su extensión recorría la totalidad del bosque.

Quería llegar a ellas. En un acto casi reflejo, comenzó a saltar. Cada vez más alto. En un intento del todo inútil por intentar alcanzarlas. Se pasó la noche intentándolo, hasta que el sol guardó las estrellas y trajo un nuevo día de trabajo.

Ori se sorprendió al verlo tan temprano. Le preguntó y Gilberto le contó todo lo ocurrido en un estado de euforia tan acusado, que tuvo que calmarlo en más de una ocasión para que no se atropellara en su relato. Entonces le dijo:

—Conozco esas extrañas luces que dices, Gilberto. Nunca podrás alcanzarlas. Confórmate con la belleza que tienes hoy, mañana y siempre. La que proporciona el reflejo del lago. Tienes esa felicidad delante de ti, pero aún no has aprendido a apreciarla. Hazlo. Es lo más cerca que vas a estar de alcanzar tu deseo.

Gilberto escuchó a su amigo. Pero sus palabras no calaron en su ánimo por aplicarlas y cada noche la pasaba saltando más y más alto, hasta que el sueño lo vencía.

Una noche, una comadreja vio a Gilberto. Observaba cómo la pasaba dando saltos al aire. Al principio lo tomó por un sapo loco. Regresó las siguientes noches solo para encontrarse con la misma escena. Vio una oportunidad.

Gilberto se asustó cuando escuchó de la comadreja:

—Buenas noches, joven sapo. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—Qué susto me has dado. ¿Una pregunta? Sí, Claro.

—¿Qué es lo que haces? Es decir, no de forma literal, que ya veo que estás saltando. Me refiero a ¿Por qué saltas tanto y todas las noches?

Gilberto le contó todo con pelos y señales. No se dejó nada. Era su deseo y todo aquel que se interesaba por su gesta, era bien recibido el interés por contarlo.

—¡Bah! No hagas caso a tu amigo —comentó la comadreja—. Eso es porque tiene envidia. ¿Alcanzar las estrellas, eh? ¡Claro que se pueden alcanzar! De hecho puedo ayudarte.

—¿De veras? —dijo Gilberto, tan ilusionado como confiado—.

—Yo conozco a alguien que puede hacer que llegues a las estrellas. Es inventor, ¿sabes? Puede que te ayude a fabricar algo para que tus ancas puedan saltar más alto.

—¿Qué debo hacer, dónde puedo encontrar a ese amigo tuyo inventor?

—¿Conoces el claro que está cerca de la roca blanca de la asamblea?

—Sí, claro. ¿Quién no? —comentó orgulloso, Gilberto. Era un sapo de mundo—.

—Pues espérame allí mañana a media noche y te llevaré con él. No me falles.

La media luna iluminaba el claro donde se reunirían. Sapo y comadreja llegaron casi al mismo tiempo. Le indicó a Gilberto que esperara un segundo, ya que debía acercarse a la rama del árbol más grande, visible desde el claro, donde aguardaba su contacto. Gilberto asintió mientras observaba cómo la comadreja trepaba por el grueso tronco, hasta alcanzar una de las grandes ramas superiores. Se acercó a una gran sombra, reposaba quieta y paciente, desde abajo parecían las hojas y ramas amontonadas del propio árbol. La imponente figura en sombra parecía moverse, lentamente, al escuchar las palabras de la comadreja.

De la parte superior de la figura ensombrecida aparecieron, como de la nada, dos tenues luces que parecían apuntar en dirección a Gilberto. Eran dos grandes y penetrantes ojos que lo observaban. La comadreja regresó al claro donde esperaba el paciente y sorprendido sapo. Estaba ansioso por conocer la identidad del amigo de la comadreja. Su deseo por alcanzar las estrellas, estaba cada vez más próximo.

—Bueno, bueno, querido Gilberto —la comadreja lo rodeó con el brazo—. Te presento a mi amigo. Ha accedido a tu petición, pero… Será mejor que él mismo te cuente los términos y requisitos del acuerdo.

La sombra en la rama del gran árbol triplicó su volumen, dejando casi a oscuras la totalidad del claro. Eran las alas del gran Búho Real que se desplegaron para ayudarlo a llegar al suelo en majestuoso vuelo de aterrizaje, justo a los pies de Gilberto. El búho miraba a la comadreja y al sapo sin decir palabra. Entonces, antes de que cualquiera de los dos iniciara pregunta alguna, dijo:

—Buen trabajo, mi fiel y despiadada comadreja. ¡Oh! Veo que hoy es una entrega especial. Un sapo, mi manjar favorito. Terriblemente difíciles de conseguir. Tendrás la recompensa de costumbre, más un extra, por tan preciada presa. Retírate y déjame a solas con nuestro nuevo amiguito. Voy a disfrutar saboreándolo.

Gilberto, antes de ser engullido, recordó con tristeza las sinceras palabras de su amigo Ori, acerca de la felicidad.


-FIN-





Moraleja: No te fíes de falsos charlatanes que te prometen realizar lo imposible. No todo vale para cumplir tus ambiciones o deseos. Plantéate ambiciones o deseos reales, no imposibles, como alcanzar las estrellas, ya que aprovecharán tu ingenuidad para engañarte. Aprende a encontrar la felicidad en tu día a día mientras sueñas y alcanzas tus deseos por cuenta propia. Nadie regala nada. 



Nota del autor. He reflejado de forma escrita la moraleja. En el ejercicio, nos indicaron que no lo hiciéramos. Pero a la hora de plantearlo en público en clase, en el taller, varios apuntaron que no tenían clara la moraleja o sacaban conclusiones erróneas con ánimo de valorar negativamente mi trabajo. A veces, los relatos no cuentan la belleza y bondad del mundo. A veces, el mundo es cruel. Es una realidad a la que nos enfrentamos. Que no te guste un argumento que te inquieta por dentro, no es necesariamente problema del relato.   


 Por James M Brown. Tarea 2. La fábula. 

Taller de escritura "Otra forma de contar la realidad"



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¡GRACIAS!












 










Comentarios

  1. Hola James, muy buena fábula, y con una gran moraleja, nadie da duro por pesetas, como dice el refrán.
    Un abrazo.

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    1. Muy buenas Dakota. Siempre un placer tenerte por el Scriptorium. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Nos leemos ;) un abrazo.

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