La semilla oscura
"Reflexiones y recapitulaciones"
Nota del autor:
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Capítulo 9
-Reflexiones y recapitulaciones-
—¿Hola? ¿Se encuentra bien, señor Michael?
Estaba como congelado en el tiempo, aunque su respiración comenzaba a relajarse y su conciencia parecía retomar la transición de la locura a la conquista de la normalidad.
—Necesito escribir.
—Lo que necesita, señor Michael, insisto de nuevo, es pedir cita para que le vea su neurólogo. No se le olvide.
—¿Dónde pido eso?
—En recepción. Donde le han atendido nada más llegar a urgencias.
La mujer joven, de cabello negro, recogido en una larga y esbelta coleta, continuaba su turno de oficinista. Recogió de nuevo los datos de Mike y le entregó la cita para el neurólogo que recibía al segundo en su teléfono móvil a través de un SMS.
—Acaba de recibir su cita en el móvil, señor Michael. Que pase un buen día.
—Gracias, señorita. Le deseo también que pase un agradable día.
Abandonó el hospital, no así los pensamientos del episodio que acababa de suceder. La sensación que le producía recordarlo aturdía la percepción en sus sentidos. Andaba sin aparente rumbo para intentar despejar su cabeza, para recuperar el equilibrio emocional. Escuchaba el silencio y veía en su entorno, la acera, las paredes de los edificios, los transeúntes, imágenes mezcladas del presente con la de su recuerdo, como si quisieran suplantar su realidad. Debía seguir caminando para conquistar por completo su cordura, para estar de nuevo al mando de su objetividad. Percibía una lucha interior entre su conciencia y su cuerpo. Como si por unos segundos se hubieran separado como entes independientes. Era preciso volverlos a poner en armonía y la escritura era su respuesta.
Anotó en su bloc unas pinceladas del suceso ocurrido escasos minutos. Era buen material para encajarlo en algún capítulo de su novela. Los blocs de notas funcionan como extensiones de memoria. Una vez apuntado allí, puedes olvidarlo tranquilamente. Hizo este ejercicio por ver si se daba cumplida dicha norma no escrita y descargaba así sus miedos pasando de sus nervios al papel, aliviando un poco su pesar por la experiencia vivida. Si bien es cierto que luego volvería a ellos cuando tocara redactar, el hecho de leerlos no supondría mayor trauma que recordarlo. Se acordó de la función psicológica de los diarios. Apuntamos nuestras vivencias y sobre todo nuestros temores. Al leerlos, lo hacemos desde otra perspectiva, como si nos lo estuviera contando otra persona, y tendemos a minimizar la tragedia y buscar soluciones.
El hecho de haber consumado la acción de escribir, aunque fueran ligeras notas, lo relajó. Prueba de ello es que su estómago comenzó a piar. El trabajo nocturno, la visita al hospital y su viaje a otra dimensión, cuando se vieron calmados en su mente, dieron paso a un hambre atroz. Tenía que llegar a casa y escribir. Por alguna extraña razón lo necesitaba. Pero no se puede hacer nada bien con hambre. No con el estómago vacío.
Era cercana la hora de comer. No quería retrasarlo más, ya que el regreso a casa demoraría una hora, más otra, hasta prepararse algo que llevarse a la boca. Buscaría algún restaurante. Se lo había ganado.
No tenía grandes letras de neón o carteles pomposos que anunciara ofertas en su menú a pie de calle, pero captó por entera toda su atención. El Rincón de Cervantes. Un restaurante de comida española. Grata sorpresa. Por un momento creía que se iba a echar a llorar de la emoción debido al fortuito encuentro por las azarosas calles. Dio gracias a su buenaventura, por una vez estaba de su lado, por guiar sus pasos al encuentro de semejante templo gastronómico.
No era baladí su encuentro emocionado con sus ganas de comer, pues por las venas de Mike corría sangre española. Su madre era de un pueblo de Toledo y parte de su infancia la pasó allí. Hasta que sus padres se divorciaron. El restaurante le serviría para recordar viejos tiempos, practicar su español y comer como dios manda, sin desmerecer otras gastronomías, claro que, comparadas con la dieta mediterránea, las demás deben esforzarse mucho para estar a la altura.
En esas andaba el pensamiento de Mike cuando cruzó la puerta y lo recibieron con un: —Buenos días, caballero, —en perfecto castellano.
—Buenos días. —Contestó Mike. Dominaba perfectamente el idioma, pero su desuso acusaba un pequeño acento anglosajón. El resto de la conversación en el interior del restaurante, siguió en castellano.
Mientras se sentaba a la mesa y revisaba la carta, el cordial “buenos días” que le dedicó el camarero en su recibimiento al entrar en el restaurante, activó su recuerdo como un resorte en la memoria. Se acordó de la enfermera en su despedida. “Que tenga buen día, señor”.
Miraba la carta de los primeros, aunque su mente viajaba por el recuerdo reciente. —Que tenga buen día. ¿Buen día? Como voy a pasar buen día. El día está del todo bien raro. De hecho, creo que ha sido el día más raro de mi jodida vida. El hecho de recordarlo me produce nervios y se manifiesta en forma de pinchazo en el estómago. ¿Debí haberlo comentado con la enfermera? ¿Ha sido otro episodio de sueño inconsciente? Aunque aquello era muy real. No. No estaba dormido. No solo lo veía. Sentía escalofríos y lo peor de todo, podía sentir un olor extraño… Lo olía. Putrefacción y muerte… ¡Dios mío! Fuera lo que fuera no era un maldito sueño. Ya he soñado antes y esa maldita cosa no se le parece. Ni siquiera a mis pesadillas o pensamientos más oscuros. ¿Quizás he viajado a otra dimensión? ¿A otro...?
—¿Ya lo tiene, señor? ¿O esperamos un poco? ¿Si quiere, puedo anotarle la bebida? —Interrumpió el camarero sus divagaciones.
—Sí. Disculpe. Casi lo tengo. ¿Puede traerme, de momento, una botella de agua? Deme cinco minutos y le cuento el resto. —Más que ver lo que podía apetecerle, comprobó que estuviera en la carta aquello que ya le apetecía, incluso antes de entrar, porque tenía una idea muy clara de lo que se le antojaba. Efectivamente, lo tenían en carta. De modo que pidió al camarero que lo sirvieran de entrante una sopa castellana con su pan y huevo escalfado junto con unas croquetas de jamón ibérico. El plato fuerte sería un asado de pierna de lechal con patatas panaderas. Para regarlo, un buen caldo. Un Ribera del Duero, gran reserva del 2013. Terminaría con un postre de flan casero con nata y un café. Si es que la pierna de cordero lo dejaba.
Evidentemente, no pudo acabar con todo. Cumplió el dicho aquel de comer más por los ojos que por la boca. Dejó el asado a medias y pasó por alto el postre, yendo directamente al café con leche. Entre sorbos de café y solicitudes de cuentas a abonar, volvieron las imágenes en su cabeza del suceso del hospital. La imagen de aquel ser con aquellos rasgos que desafiaban la lógica y las propias leyes de la naturaleza interrumpía en el control de sus pensamientos. Cerraba sus párpados y movía la cabeza de un lado a otro en señal de negativa, como si aquel acto pudiera deshacer o echar de su cabeza aquellas imágenes, en un intento por creer que eran materiales, como si el movimiento, pudiera romperlas.
—Su cuenta, señor. ¿En efectivo o tarjeta?
—Con tarjeta. Gracias.
—¿Todo bien, señor?
—¿Cómo dice?
—La comida. ¿Ha sido de su agrado? ¿Todo bien?
—Eh, sí, todo muy bueno. Gracias.
Por un momento había creído que el camarero era testigo de sus pensamientos y desventuras. Todo volvía de nuevo a la normalidad. Nada como una cuenta cargada de libras para traerlo de vuelta a la triste realidad. Había comido muy bien, eso lo compensaba.
—¿Puede hacerme un favor? ¿Puede pedirme un taxi en lo que termino el café?
—Por supuesto. —Dijo el camarero mientras arrancaba el ticket del datáfono con el abono de la cuenta. ¿Va a querer copia?
—No. Gracias.
—A usted, caballero. Gracias por su visita. En cuanto llegue su taxi le aviso. Que pase buen día.
De nuevo los deseos de un buen día. Empezaría a serlo cuando sacara la experiencia de lo ocurrido de su conciencia. Necesitaba escribir. Echarlo fuera. Encerrarlo para siempre en un papel. Regalarlo a los lectores en forma de ficción y que ellos hicieran lo que les viniera en gana. Escribir era su forma de lucha contra aquel enemigo invisible. Un complejo y difícil enemigo, pues solo parecía percibirlo él en exclusiva, cerrándole las puertas a tener o pedir ayuda de nadie. Escribir parecía ser la cura que necesitaba, o al menos, el placebo que quería creer en ese momento.
Llegó su taxi. Enseguida pidió que lo llevara de vuelta a casa. Durante el trayecto, su mente trabajaba.
Todo pensamiento conduce a deducciones, intentos por entender, por encajar, por ajustar a la lógica cualquier hecho. No le disgustaba la idea de que había encontrado y atravesado un portal a otra dimensión. Era la deducción a la que había llegado. Si en un principio se esmeraba por eliminar cuanto antes cualquier referencia al hecho ocurrido, ahora intentaba memorizar cada paso, cada detalle. Era importante, ya que, de alguna forma, todo lo ocurrido, le había llevado a crear un portal a otro mundo. Un mundo desagradable, inquietante, desgarrador, violento y peligroso. Pero a otro mundo, al fin y al cabo, aunque con trazas del nuestro, puesto que ciertas formas del hospital se mantenían en aquel “otro lado”. Quizás se solapaban uno con otro. Coexistían de alguna forma en ese punto, en esa puerta que, de forma inexplicable, logró abrir. Era importante recordar. ¿Habría más portales en otros lugares? En su casa habían ocurrido hechos que ahora cobraban sentido dentro del contexto de esta locura. Sin duda, era un buen lugar para buscar. —¡Taxi llega ya! —Pensaba ansioso. Necesitaba poner todo esto en orden en el escritorio de su PC.
Pagó la carrera del taxi y esperó a que se marchara de las inmediaciones de la finca de la mansión. Cuando el polvo de la tierra levantado por las ruedas del taxi dejaba ver de nuevo la claridad del camino, se dirigió a la puerta de entrada. Miraba la casa de otra manera. Los sucesos empezaban a cambiar la forma en la que pasaría el tiempo en ella. Las experiencias vividas harían que las sensaciones en su interior cambiaran. Aún quedaba por ver si para bien o para mal. Empezaba a notar que le debía respeto. Eso, aparte de ser absurdo, no le gustaba como le hacía sentir.
Tanto ajetreo por poco le hace olvidar que era un fumador empedernido y que casi estaba al borde de ser un alcohólico temporal. Pondría remedio a sus dos vicios. Ambos tenían la particularidad de esconder un pasaje en primera clase con destino a la muerte, pero ahora mismo, los necesitaba. Subió a su buhardilla cargado de tabaco y alcohol. Mientras arrancaba su ordenador, se encendió un cigarrillo. Dio una gran y prolongada bocanada, de esas que parecen que van a quedarse a vivir en los pulmones. Exhaló el humo con fuerte resoplido y apagó el ardor de su estómago, producto de la pesada digestión del banquete que acababa de dedicarse, con el fuego del whisky con cola.
Con el botón derecho de su ratón, creo un archivo nuevo de texto. Lo llamó: “Sucesos Notas.” Pinchó en el blanco inmaculado de su página y comenzó a escribir alternando con su voz en alto:
—Veamos. Sí, lo primero, mi extraño sueño. Cuando desaparecí por completo un día entero. O eso es lo que dicen. El caso es que parece que sí, que me esfumé del espacio-tiempo. ¿Un portal? ¿El primero de ellos? —Escribió en el portátil. “El día Fantasma.” —Sin duda aquello fue más que un sueño. Intentaré recordarlo más adelante. Sigamos. ¡Las tumbas! Sin duda, si bien no son un suceso como tal, las coincidencias en las fracturas de sus cráneos, las fechas, cada cien años… algo tienen que ver. También tengo que pensar en ello más a fondo. —Escribió la nota correspondiente en su ordenador: “1624 - 1724 - 1824 - 1924” —¿Qué más? ¿Qué pasó después? Vine a casa… ¡Ah sí! Lo tengo delante de mis narices, mi ordenador viajante. El suceso de la cocina con mi portátil. Apareció y desapareció de la nada con aquel mensaje que se ha venido repitiendo. En el móvil esa misma noche, y aquellas letras ensangrentadas del hospital. —Anotó "No te detengas" y "Visita al hospital"
—¡Se me olvidaba! ¡La pala y el sótano! ¡Demonios! No pensé en ello hasta ahora, porque la intensidad de los demás sucesos lo habían eclipsado, pero… algo extraño habita en el sótano. No me dejaba bajar. Intentaba llegar a suelo firme, pero no hubo manera. Suerte fue que luego la pala apareció en el interior de la casa. La verdad es que no sé cómo no me detuve a preocuparme por ese hecho. —De nuevo tecleo una nueva nota en su escritorio: “Profanador de tumbas”, la pala misteriosa. —Creo que ya tengo bastantes sitios por los que comenzar a buscar algún indicio de portal o puerta dimensional. Mi primer candidato al final va a ser el que más pasé por alto. El sótano. Aunque en la habitación fue donde se desarrolló la anomalía que dio origen a todo.
De nuevo sentía un pinchazo en el estómago debido a los nervios que le producían los siguientes pasos de su plan. Apuró su copa y encendió un pitillo.
Su vista miraba fijamente al exterior desde la ventana de su buhardilla, absorto en sus reflexiones y recapitulaciones. De vez en cuando, la visión quedaba espesa debido al humo de su tabaco. La campana lo trajo de vuelta. Dos toques desde la puerta de entrada lo llamaban. Aplastó el cigarrillo en el cenicero y se dispuso a bajar al recibidor para ver quién demonios era. No esperaba visita. Abrió la puerta.
—¿Michael Donovan? —Era un repartidor que traía un paquete.
—Sí. El mismo.
Mientras le entregaba el paquete, el repartidor le preguntó por su D.N.I. que anotaba al dictado de Mike en una especie de terminal portátil.
—Muchas gracias, que pase buena tarde. —Le entregó el paquete.
Mientras el repartidor se metía de nuevo en su furgón, Mike se metía de nuevo en su casa y cerraba la puerta mientras observaba el paquete recibido. No era muy grande. Una caja del tamaño de una cajetilla de tabaco. Tuvo una pequeña sensación, como si el tiempo por un momento se hubiera detenido. No le dio mucha importancia, lo atribuyó al cansancio y la pesadez de estómago. Abrió con cuidado el papel marrón que lo embalaba y descubrió su contenido. Un pequeño sobre negro y la caja con el USB de transmisión ultrarrápida que ayer tarde encargó vía internet. El USB lo esperaba, pero ¿el sobre? Supuso que era un agradecimiento del vendedor. A veces, tenían esos detalles para fidelizar a sus compradores. Buenos vendedores y buena gente, sin duda. Abrió el sobre y dentro había una pequeña tarjeta con algo anotado.
Cuando leyó el contenido de la nota, su cerebro comenzó a relacionar ideas que lo llevaron a entender y comprender lo que estaba pasando. No le gustaba la sensación que empezó a sentir, puesto que se consideraba una persona bastante reflexiva que no se deja llevar por los impulsos, pero la ira empezaba a abrirse paso, tomando el control de su conciencia. Aplastó nota y sobre con enérgica cólera tirándolo al suelo de su recibidor. Su primer impulso fue salir corriendo por ver si podía pedir algún tipo de explicación al mensajero, una pista acerca del emisor de aquel sobre, pero solo quedaba la nube de polvo que levantó su furgón al marcharse.
Estaba furioso. Llamó a Charles.
—Buenas, Mike qué...
Mike interrumpió el saludo de entrada de forma atropellada. En el tono de sus palabras se notaba el nervio, el ansia y la ira:
—¡Qué tipo de broma es esta! ¿Me queréis contar qué pretendéis con esta mierda? ¿Qué queréis de mí? ¿Estás tú detrás de todo esto? No me lo puedo creer, no puedo confiar en nadie. ¡Siempre he cumplido con vosotros! ¿En serio tenéis que recurrir a este? No sé cómo definirlo... ¡Sois unos miserables hijos de puta! ¡¿Queréis volverme loco!?
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