La semilla oscura. Capítulo 10. La identidad del remitente.

 La semilla oscura

"La identidad del remitente."




Nota del autor:
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-Capítulo 10-
La identidad del remitente.




—Mike, por el amor de Dios, quieres calmarte, por favor, no sé de qué me estás hablando. —Contestó Charles, intentando en lo posible no perder los estribos.

—Claro, joder, ahora lo entiendo todo. Fue a raíz de aquel maldito día, ¿no? Del famoso día fantasma. ¿Me dormisteis? ¿Verdad? ¿Cómo fue? ¿Droga en la comida? Teníais que prepararlo todo...

—Mike, llevo muchos años contigo y jamás te he perdido el respeto, pero en este momento me está costando mucho sujetarme. Quieres hacer el favor de calmarte y explicarme qué ocurre. En serio, no sé de qué me estás hablando.

—Maldita sea. Excelente interpretación por tu parte, Charles, digna de un Óscar, parecías preocupado y todo aquel maldito día. Estoy muy decepcionado. Confiaba en ti…

—Estás perdiendo el juicio y yo estoy a punto de perder la paciencia contigo. Te repito una vez más que te calmes, que pienses antes de hablar, sobre todo cuando se trata de mi confianza. He hecho muchos sacrificios en mi vida y los he hecho por ti para que me sueltes ahora esa sarta de gilipolleces que no vienen a cuento ni sé por qué putas me lo estás contando. Ves, has hecho que al final pierda mi compostura con tus ofensas. Te cuelgo. Voy para allá, solo te pido que estés más sereno y dispuesto a explicarme qué demonios ha ocurrido.

Las pulsaciones bien podían oírse por toda la mansión debido a su insistente y acelerado ritmo debido a la tensión del momento tras aquella conversación acalorada. Pulso que recorría su cuerpo y se acentuaba ahora en sus sienes. Empañaba su juicio, razones y deducciones. No era buen condicionante para elaborar opiniones acertadas. Debía hacer caso a Charles y calmarse un poco. Pensar.

Pese a las acusaciones por su parte, que había vertido hacia Charles al considerarlo también parte involucrada de aquella locura, las palabras y reacciones de su agente literario parecían sinceras.

Si bien la ira creciente descargaría en su editorial con todas sus consecuencias al señalarse culpable, gracias a las deducciones elaboradas de lo que había pasado, quizás sería prudente absolver de la pena a Charles, de momento. Al menos hasta hablar cara a cara con él. Leer en sus gestos, en sus palabras, en la entonación que emplearía… Las conversaciones más claras y sinceras son las que se hacen en persona. Sin ruido mediante, en cualquiera de sus formas, mensajes de texto o llamadas de teléfono mediante. Se lo debía. Era más que su agente. Era su amigo.

Hora de componer un poco sus ideas. Una vez más. Se estaba convirtiendo en un ejercicio rutinario. No le importaba hacerlo. De hecho, era un profesional en eso de ordenar ideas e historias, solo que, en su profesión, lo hacía con historias y sucesos ficticios. Aquí tenía que lidiarlo con una surrealista y onírica realidad, al menos desde su perspectiva.

—No. Charles no. No lo creo. No sabía nada de mis pedidos por internet. No pudo intervenirlo y dejar el mensaje. —Dijo mientras recogía la nota y sobre del suelo de su recibidor. Lo dejó encima de la mesa de la sala de estar. Con su mano, acariciaba la nota, no para darle consuelo por su agresiva forma de arrugarlo hace escasos minutos, sino más bien para devolverlo a su forma original. En ella, escrito a mano, se leía: “Continúa escribiendo. NO TE DETENGAS. Se acaba el tiempo.




—Malditos sean. Siempre he cumplido mis plazos con ellos. Vale que no soy su escritor estrella, pero tampoco se venden tan mal mis títulos. Soy un buen activo. No tiene ninguna lógica que recurran a estas artimañas. Sí. Tuvo que ser así. Lo tienen muy bien planeado, preparado y ejecutado. —Alzó su mirada al techo, a las esquinas de las paredes, al suelo, hacia los muebles. —Puede que me hayan puesto cámaras. Ese nivel de coordinación requiere de buena información. Desde aquel día, cuando supuestamente desaparecí, empezó la función. Supongo que la droga que emplearon para dormirme es la causante de estos dolores de cabeza. Todas estas alucinaciones que estoy padeciendo pueden que sean efectos secundarios del fármaco que emplearon. El resto lo ha hecho todo mi cerebro, él solito para construir el relato con lógica. Como lo de esas tumbas, las casualidades de las fechas de sus muertes... claro que, ¿las causas en sí de sus muerte? No sé. En fin. No quiero pensar ahora mucho en los detalles. Sea lo que sea, estoy seguro de que han sido ellos. Quieren que termine el trabajo lo antes posible o volverme loco. No lo han hecho nada mal. Hijos de puta. Al menos, puede servirme como historia para mi libro. Buen giro argumental, sin duda. "La editorial oscura" voy a titularlo.

A medida que pasaba el tiempo, se iba calmando la nube ennegrecida que colapsaba su juicio. Comenzaba a desaparecer. Con los niveles algo más en frío, comenzó a pensar con más sensatez. Siempre pagan los platos rotos las personas que más aprecio tenemos. También nuestros cercanos son los únicos capaces de hacernos verdadero daño. Esta vez lo había hecho él con Charles. Muchos años a su lado. Si bien creía sin apenas dudas que la editorial había maquinado un absurdo plan para sus fines económicos, a medida que organizaba los sucesos producidos por la droga, las conclusiones alejaban a su amigo de cualquier sospecha.

Estaría a punto de llegar. Lo primero sería una disculpa. Prepararía unas copas; si él hubiera estado al otro lado del teléfono, tendría un enfado de tres pares de narices. Más aún, sabiéndose inocente, cosa que también empezaba a estar del todo claro en la mente de Mike.

—Estará de un humor de perros. Joder. Soy un capullo. —Comenzó a reír casi en acto reflejo, ya que la situación se alejaba de cualquier atisbo de comedia. —Sacaré mi mejor whisky. Bueno, el único que tengo. Algo es algo. Este lubricante es una navaja afilada por ambos lados. Puede salir bien, o puede que acabemos de nuevo en el hospital. Pocas veces he visto enfadado a Charles. Las veces que lo he visto he aprendido que mejor no enfadarlo. Bueno, también es cierto que es un hombre muy sensato. Tiene la conversación y la diplomacia por bandera cuando se trata de problemas. No es como yo, que soy un manojo de nervios. Impulsivo. Cuando los libero toman el control. —Llenó uno de los vasos con el brebaje escocés y se lo tomó de un trago.

Volvió a llenar su vaso y el de su compañero. Del congelador de la nevera sacó unos hielos que dejó en un plato. Lo puso todo en una bandeja, incluida la botella de whisky, y regresó a la mesa de la sala de estar. Dejó todo junto a la nota recibida. La causante de su erupción sentimental. La dio la vuelta para que, lo que allí estaba misteriosamente escrito, no se pudiera leer hasta que lo considerara oportuno en la conversación. Se encendió un pitillo y esperó sentado en el sofá la llegada de Charles. Desde donde estaba, podía ver la puerta de entrada. No llamaría. Abriría él mismo la puerta y entraría a por todas. Tocaría encajar los golpes.

Antes de acabar el cigarrillo escuchó a lo lejos el sonido de un motor de coche. Era inconfundible. Es curioso cómo nos apropiamos de los sonidos de las máquinas y aparatos que nos rodean. No había duda. Era él. Tampoco es que lo visitara mucha gente. Era su inconsciente el que no quería ese encuentro. Estaba muy claro que se acercaba. Venía a gran velocidad, a juzgar por el quejido del motor. No había marcha atrás. Aunque en su particular juicio ya lo había declarado inocente, no iba a mostrar tan pronto sus cartas. Aún tenía que averiguar si sabía algo de lo que estaba tramando la editorial.

Le temblaba el pulso cuando se encendió otro cigarrillo. Escuchaba cómo terminaba de llegar a la entrada de la mansión, silenciando el motor. El portazo al cerrar el coche. La llave, entrando en la cerradura, había acertado en sus predicciones, no llamaría, entraría sin permisos, sin protocolos…

—¡¡MIKE!! —gritó. —¿MIKE, DONDE ESTÁS? —Aumentaba su tono. —Ahí estás, tan tranquilo. Bebiendo y fumando. Menudos cojones tienes. ¿Más calmado? Supongo. ¿Me quieres contar qué cojones te pasa? ¿Qué más quieres de mí? Maldito egoísta de… ¿Se puede saber a qué viene esa actitud? Porque te juro que no sé lo que te pasa por esa "prodigiosa" cabeza. ¿Qué se supone qué he hecho para comprometer nuestra confianza, o lo que es peor, nuestro trato profesional? ¿Cuándo te he fallado? ¿Cuándo? No sé qué te habrá pasado, o lo que te habrán hecho, pero ha estado gravemente mal por tu parte el haberme acusado sin que pueda darte réplica considerándome, de pleno, culpable. Bien. Aquí estoy. Más vale que te disculpes conmigo para empezar y me cuentes, porque te juro que, como no resultes convincente, agarro ahora mismo mis cosas y me largo. Abandono. ¿Estamos? —Lo señalaba con el dedo índice y sus ojos parecían encendidos en pura ira y fuego.

Mike no se atrevía ni a parpadear. No movía un músculo. Acercó como pudo la mano que sostenía su cigarro en un intento de tomar una dosis de nicotina. —Discúlpame, Charles. Te pido perdón por mi actitud. Te acusé o te creí involucrado en algo de lo que no tienes culpa. Lo supe en el momento en el que terminamos la conversación telefónica. Perdóname. Nunca debí dudar de ti. Ahora déjame que te explique y si, después de eso, no ves lógico mi enfado, por muy injusto que haya sido por la parte que te toca, eres libre de hacer lo que consideres, yo lo aceptaré con resignación y sin queja alguna. Por favor.

Seguía señalándolo, aunque sus ojos poco a poco fueron apagándose, volviendo a ser los de Charles. La disculpa sonó muy sincera, eso era un bálsamo para retomar la conversación desde un prisma más sensato. Antes de tomar asiento y sin dejar de señalarlo, movió un par de veces su mano balanceando su señal. —Eres un capullo, Mike. ¿Lo sabías? —Con la licencia que proporcionaba aquella situación, tomó su vaso de Whisky al tiempo que se sentaba frente a Mike. —Soy todo oídos. Cuéntame. —Bebió de un trago y se llenó otro. Sin permisos.

Parecía que los niveles de estrés producidos por el enfrentamiento habían descendido en ambas partes. Inconscientemente, se había instaurado una base firme para que se desarrollara una conversación en confianza. El alcohol y el tabaco servirían como catalizador para mantener el relato sin alterar desfavorablemente el ánimo. Mike comenzó a contar su versión de los hechos. Solo como un escritor sabe hacerlo. Midiendo las palabras, las pausas, las escenas y los diálogos. Contó lo justo y necesario para predisponer a Charles de su parte, para que entendiera el desenlace que había llevado a culparlo por error. Con eso le bastaba. Como buen escritor, también supo llevar a su oyente hacia donde quería tenerlo. Engañando o adornando según qué pasajes e incluso omitiendo algunos.

La explicación fluía tan bien, que sintió no haber cogido notas para reflejarlo de algún modo en su novela. Estaba inspirado. Se acercaba al final. Antes de la llamada alterada de su ánimo, justo cuando recibió el paquete con la memoria y la nota.

—Entonces advertí un sobre que acompañaba al paquete. Al principio creí que se trataba de una nota de agradecimiento del vendedor, ya sabes que algunos suelen incluirla para fidelizar y esas cosas. Bueno, pues cuando abrí el sobre, me encontré con esto. —Dio la vuelta al papel arrugado que estaba sobre la mesa, descubriendo su mensaje.

Charles, había estado escuchando su discurso sin pronunciar palabra. Atentos sus sentidos con cada una de las circunstancias y hechos relatados. Al descubrir la nota, alzó su brazo en su dirección para intercambiarlo por el vaso que ya apuraba. Tomó la nota y, más que leer, parecía escrutar cada letra, cada palabra, cada frase. Permaneció un largo minuto en silencio. En el semblante de su rostro se intuía tormento, sorpresa, asombro, incredulidad, que podía confundirse con miedo. En ese eterno minuto sus ojos iban de la nota manuscrita a los ojos de Mike y viceversa.

—¿Y bien? ¿Qué opinas? Dime algo, no te quedes tan callado, demonios.
—¿Reconoces la letra, Mike? —Pronuncio algo aturdido, Charles.
—No, maldita sea, esperaba que me arrojaras algo de luz con lo que te he contado y con esa maldita nota. Es la única prueba tangible que puedo ofrecer a esta locura. ¿La reconoces tú?
—Es posible. Esta letra… Ya la he visto antes.
—¿En serio? Bien, joder, bien. Vamos aclarando algo. Haz memoria, Charles, ¿dónde la has visto? ¿Lo conocemos? ¿Trabaja con nosotros? ¿Algún editor? ¿Dónde vas?

Charles no dejaba de mirarlo. Su cara empezó a palidecer, como si acabara de ver un fantasma. Se levantó del sofá sin responder a nada de lo que se le preguntaba. En silencio, como si fuera un sonámbulo, se dirigió a la mesa grande del salón. Allí descansaba un bloc de notas y un bolígrafo. Arrancó una hoja y regresó de nuevo con Mike.

Puso la hoja en blanco en la mesa. La acercó hacia Mike y le ofreció el bolígrafo.

—Mike. Escribe por favor lo que voy a decirte: "Continúa escribiendo".
—No te entiendo, Charles
—¡¡Hazlo!!
—Está bien, pero no grites, íbamos muy bien.
—Debajo, en mayúsculas: "NO TE DETENGAS". Debajo de nuevo "Se acaba el tiempo".
Cuando terminó de escribir lo que le dictaban, Charles puso la nota recién manuscrita al lado de la nota arrugada que había recibido con el paquete.
—¿Y ahora? ¿La reconoces o me vas a decir que tampoco?
—No entiendo nada, Charles. ¿Qué significa esto? ¿Qué está pasando?
—Tengo sentimientos encontrados. No se si estoy terriblemente enfadado o asustado. ¡¡Es tu letra Mike. Tu maldita letra. ¡¡Por el amor de dios!!





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