La semilla oscura
"Sesión continua"
Nota del autor:
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-Sesión continua-
Una dulce melodía comenzó a contagiar la habitación. Era como Caronte, aunque de la vigilia, aquel barquero que se adentra en lo más profundo de los sueños para traerte de vuelta a la realidad. Acompañando a la música, una intensa luz que rompía la oscuridad. La de la pantalla del móvil. Era temprano. Las ocho de la mañana. A golpe de pulgar, Mike apagó la luz y silenció la melodía mientras observaba la hora que anunciaba su teléfono con uno de los ojos cerrados y el otro a medio abrir, como si no diera crédito a que la noche hubiera pasado en un suspiro. Y eso que los problemas con los que se fue a la cama hacían pesar su cabeza en la almohada, en ese momento, pensó que tardaría más en conciliar el sueño.
La mente a veces es impredecible, haciendo entrar en modo automático para que el reparo, venga casi impuesto de forma innata. Fuera como fuera, había descansado. Los problemas habían quedado aplazados para hoy. El nuevo día los haría encajar de otra manera, maneras que ayer, llevaban a callejones sin salida. El descanso, había creado puertas alternativas en esos callejones. Estaba convencido.
—Debería de ponerme de acuerdo con mis notas de agenda. Al final, acabo anotando en tres sitios diferentes —contemplo esta opinión mientras mareaba su café con la cuchara—. Ya no sé dónde mirar cuando necesito ver algo en concreto. Al menos es entretenido. Lectura improvisada que puede llevarme a recordatorios y acciones improvisadas. Bueno, dejemos las notas, la agenda, los problemas y el trabajo a un lado. Necesito despejarme del todo para enfrentarlos a todos. Es viernes. “¿Qué puede hacer un tipo como yo en un sitio como este?”—dijo tarareando la canción—. No es buen momento de pedirle a Charles que haga de taxista, menos para llevarme a la ciudad para temas de ocio. Descartemos el centro de momento. Eso nos deja una clara opción. Volver al pueblo. Apenas he rascado la superficie en mis incursiones anteriores. Puede que encuentre algo interesante si me adentro en sus secretos. ¡Hay que ver cómo nos gusta a los escritores adornar la normalidad! Llevaré conmigo la enésima nota de agenda, por lo que pueda encontrar. La inspiración es una acompañante permanentemente presente, imprevisible a la par que invisible.
Se pertrechó con lo necesario para su paseo y salió de la mansión. La mañana había amanecido con algo de niebla. De camino al pueblo, sus sentidos percibieron algo extraño en su recorrido. Los elementos estaban, pero estaban descolocados. Al menos era la impresión que recogía. Al principio, no le dio mucha importancia. Aunque era un hombre observador, lo era, como somos todos, de forma selectiva. Un camino, un árbol, una valla de piedra o cualquier elemento del paisaje, no era digno de ser memorizado. La memoria es un recurso muy valioso que solo había que llenar de recuerdos, tareas o eventos importantes y significativos. Pero ahí estaba la impresión. Como si alguien hubiera cogido el camino construido de la mansión al pueblo en su forma original y lo hubiera descolocado, por alguna razón, para montarlo en distinto orden.
Si en un principio no le dio mucha importancia, ahora había cambiado de parecer, ya que el cementerio con aquellas cuatro tumbas, causa de sus quebrantos, debería haber aparecido hace rato frente al perfil de su mirada y no había rastro de él. La mente siempre suele intentar buscar una solución lógica a lo acontecido; la que había construido en ese momento, le servía. Puede que hubiera tomado otro camino distinto al de los otros días, así de sencillo; de ese modo se explicaba la falsa percepción de que todo estaba cambiado, en desorden y que el cementerio, efectivamente, no apareciera. Simple deducción que ahora lo avergonzaba por haberlo dejado tan expuesto a su paranoico estado de ánimo. Claro que, no se culpaba del todo a razón de los hechos en los que había participado siendo testigo.
Continuó caminando hasta llegar a la plaza del pueblo. Se detuvo en medio de esta y observó a su alrededor al mismo tiempo que no paraba de girar sobre sí mismo mientras alzaba sus brazos con las palmas de las manos abiertas con movimiento de incredulidad. A ver cómo su lógica podía explicar aquello. Puede que el camino escogido le hubiera hecho entrar a la plaza por el este en vez del oeste, sur o norte, pero una vez allí los caminos confluían para facilitar y reorganizar cualquier error en la orientación. No podían haber dado la vuelta a su recuerdo de forma tan acusada. Esto ya no eran percepciones erradas o equivocaciones orientativas. Algo estaba pasando. Su disposición actual no coincidía con lo que recordaba.
Los comercios de la plaza, y podía dar fe de ello, ya que en varias ocasiones había visitado y hecho uso de ellos, estaban en otro orden y disposición. Alguno de ellos, como el estanco, estaba dado la vuelta. Girado, con el tejado en el suelo y su suelo apuntando al cielo, burlándose de cualquier orden lógico en su construcción. Demonios, hasta la Merys Store, no estaba en el lugar donde lo recordaba e incluso había cambiado su maldito nombre a la de un tal “Di Lucas Store”.
—Pero qué… —Su piel comenzaba a erizarse al darse cuenta también que no había un solo alma en la plaza. Solo estaba él—.
La niebla parecía cercar la plaza. Actuaba como un acompañante o guía en aquella pesadilla. Curiosa anfitriona, pues despejó uno de los caminos que conducían al interior del pueblo. Se dejó llevar por aquella improvisada alfombra de neblina tendida a sus pies, caminando por sus angostas calles.
Esta vez no podía asegurar si el orden de las casas era correcto, pues no tenía recuerdos de aquellas calles, lo que sí le preocupaba en ascenso era aquel continuo desierto de gente. Anduvo durante diez minutos sin escuchar ni ver a nadie. Era como un pueblo fantasma. El silencio comenzaba a retumbar molesto en su cabeza. Sus pisadas por los adoquines húmedos de niebla hacían que parecieran tambores de guerra. Con pulso musical continuó caminando rodeado de piedra, madera y silencio hasta divisar un claro, una abertura en la calle que daba a una nueva plaza inexplorada. Parecía un lugar destinado al ocio. Un pueblo bien organizado y estructurado sin duda, pensó, más por calmar su miedo que por dar opinión acertada.
Su forma circular la iba formando una sucesión de pubs y restaurantes que, por su apariencia, ofrecerían comidas locales de carácter familiar. Nada de sofisticados platos de alta alcurnia. Comida llana y funcional. La mejor, sin duda. Todo acorde y en armonía con el pueblo de Foreign Wood. Coronando la plaza, como si se tratara de un rey en su trono, destacaba un majestuoso cine. Su marquesina anunciaba el estreno de "La semilla oscura". Era lo único que iluminaba el lugar, aunque sus luces tenues se dispersaban con la niebla, haciendo que la iluminación no concretara un lugar de reposo.
Era uno de esos típicos cines neoyorquinos con la taquilla en medio, sobresaliendo un poco de las dos entradas principales que guardaban sus costados a su izquierda y derecha. Pareció distinguir una silueta en la oscuridad del interior. Se acercó. Cuando estaba a punto de bajar su cabeza con la esperanza de encontrarse con alguien, una huesuda y vieja mano de pálido color de vela se dejó ver extendiendo una entrada dejándola en la pequeña bandeja del mostrador. Se retiró, desapareciendo también la aparente silueta con ella.
Mike cogió su entrada, al sostenerla, ambas puertas comenzaron a abrirse lentamente. De su interior parecía escaparse el quejido de mil almas, aunque solo era el sonido del viento. Estaba muy oscuro su interior, pero, ya que lo habían invitado a entrar, no quería ser descortés. Según iba avanzando a cada paso, el recinto respondía con tramos de luz apagada. Si bien era algo más que la oscuridad total, la distancia que iluminada no era como para estar carente de atención. Iba con paso lento, aunque firme, un pedazo de luz nacía a cada nuevo paso y sucumbía a la oscuridad con cada avance de sus pies, a sus espaldas moría. El anfitrión había cambiado de forma, dejando atrás la niebla para abrazar un estado algo más luminoso.
Llegó al hall principal. La luz aquí no era tan conservadora y decidió iluminarlo por completo, aunque sin mucho entusiasmo. Podía ver el mostrador donde servían refrescos gaseosos y palomitas. De la misma manera que la taquilla, la pequeña tienda improvisada custodiaba las entradas a la sala de proyección a ambos lados de su costado. De nuevo, una puerta a la izquierda y a la derecha. Misma distribución que antes para dirigir la corriente de gente, separándola de los elementos que producían el dinero en un cine. Entradas y palomitas. Solo que, esta vez, no había nada que distribuir ni vender. Estaba completamente solo.
La completa y absoluta soledad le permitía escoger el asiento a su antojo y gusto. Todo el patio de butacas estaba a su disposición. De modo que se procuró una bien centrada. Cerca del pasillo también central. El centro, para él, era sinónimo de equilibrio. Su lugar para ver la película estaba equilibrado. Lo suficiente para calmar a sus leves neuras. Se sentó. Descansó sus codos en los apoyabrazos y entrecruzó los dedos de sus manos. Posición física de la reflexión. Rezó para que el desierto humano en el que se encontraba, diera tregua a un proyeccionista. Llegados a este punto le valdría incluso una maldita sombra oscura con forma humana, misteriosa o un espectro del averno, como el que lo atendió en la taquilla. A estas alturas, debía de tomar con humor aquella situación surrealista. Puede que apareciera un demonio que se lo llevara, pero al menos, que antes lo dejara ver la película. ¿Qué menos? ¿No?
Es esas estaba Mike cuando las tristes luces, de cada uno de los lados de las paredes del recinto del cine, comenzaron a extinguirse. La película iba a comenzar. En la sala se hizo tal oscuridad que por un momento dudó de encontrarse en el vacío del universo.
No duró mucho cuando el resplandor de la pantalla tomó el relevo. La sala quedó parcialmente iluminada. El cuerpo de Mike parecía emanar la luz de su origen, pero era la proyección, que ya anunciaba el título de la película, únicos créditos que sucedieron antes de dar comienzo la película. Estaba rodada en primera persona. El protagonista parecía despertarse de un sueño. La cámara simulaba el parpadeo del personaje. Intermitentes sombras y luces se intercalaban. Debía de estar tumbado, pues cuando dejó de parpadear, la escena arrojaba con claridad un techo de color blanco, con una lujosa lámpara de araña que colgaba del centro.
El personaje se incorporó, dejando ver la habitación donde se encontraba. Le recordaba terriblemente a la habitación de su mansión. Se acercó a la ventana para retirar las cortinas. La escasa luz del día nublado iluminó algo más la estancia, sin mucho entusiasmo. Antes de atender su higiene personal, bajó por las escaleras y se dirigió a la cocina a prepararse un café. La película seguía mostrando las escenas en perfecta primera persona y daba la impresión de continuar así hasta el final. Sin duda, aquella era la visión artística de su director. Desde los ojos del personaje, Mike contemplaba cómo se preparaba el café. Era como ser el espectador en el interior del cerebro de alguien. No sabía si le fascinaba o si lo turbaba. Se sentía como un diablo que posee un cuerpo.
Las siguientes escenas fueron costumbristas. Visita al baño, aseo y acomodo de ropa informal. Cuando salió de la ducha, todo el baño estaba empañado por la bruma que había producido el agua caliente. Se acercó al espejo para comenzar a poner orden en su rostro y cabello. Se intuía la figura de un hombre, pero la niebla no dejaba dibujarlo con claridad al espectador. El personaje entonces pasó la mano por el empañado espejo para verse reflejado. Y allí estaba. Mike. Era él.
Se incorporó de su butaca de un salto al contemplarse en la pantalla. Todo daba vueltas en su cabeza. Estaba contemplándose a sí mismo a través de los ojos de un director filmado en primera persona. ¡Qué clase de maníaca broma era aquella! El pulso comenzó a acelerarse. Giraba sobre su cuerpo buscando una salida, pero todo se había convertido en niebla, salvo la pantalla del cine que ahora mostraba a un Mike mirándolo a los ojos sin parar de emitir una siniestra carcajada.
Despertó. Estaba en la cama de la habitación de su mansión.
Una dulce melodía comenzó a contagiar la habitación. Era como Caronte...
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