La semilla oscura
"¿Recuerdas?"
Nota del autor:
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-Capítulo 19. ¿Recuerdas?-
La versión oscura de Michael observaba la pantalla del ordenador con las últimas acciones de su homónimo, su antiguo ser, su conquista en forma de victoria poseída. Desde aquella sala de cine, totalmente sometido a la voluntad de su nuevo ser, solo le quedaba observar y escuchar. En cierto modo, había dejado de existir. En lo más alto de la mansión, en aquella buhardilla que había servido de hogar y lugar de trabajo para Mike, solo quedaba aquel extraño ser venido de otro mundo con las riendas absolutas del control de su cuerpo y alma.
Miraba cómo parpadeaba la palabra “Enviado” debajo de la barra verde de carga. El destino, a veces, no está carente de cierta ironía. Verde. Color asociado a la esperanza, esperanza de que llegara el mensaje de aviso a tiempo a su receptor. Charles. Había una remota posibilidad de haberlo puesto al descubierto y, por tanto, en peligro. Cerró la pantalla del ordenador. No le dio mucha importancia. No había tiempo que perder.
—¿Sabes acaso qué es lo que has enviado? ¿Sabes qué es? Solo te has acercado a la superficie. ¿Qué crees haber visto en esta “novela”? ¿Un arma que supere todo lo conocido hasta la fecha en vuestra mísera historia? ¿Tecnología para un motor gravitacional para viajes estelares? —volvió a salir de su garganta aquella risa oscura y profunda, como si no quisiera nunca terminar de materializarse —. Creo que estabais al límite de haber sido considerados candidatos. No me extraña que en todos estos años no hayáis podido abandonar vuestro sistema solar. Patética especie. Pero aquí estamos, a fin de cuentas. Olvidemos el asunto del correo y su destinatario. Jamás podrías imaginar de qué se trata. No hay tiempo. Tengo un avión que me espera y una última tarea que hacer para completar nuestra misión.
Bajó a la sala de estar. Detrás de unos viejos libros ordenados y apilados estaba escondida la memoria USB que minutos antes había guardado celosamente a espaldas de Mike. Algo le decía que aún podía tomar el control y dar al traste con sus planes. Como así había ocurrido, aunque no es su totalidad, escapó, pero no dio con ello. El teléfono también lo había puesto a salvo de miradas curiosas, guardándolo debajo del grueso cojín del sofá donde aún reposaba cabizbajo la vieja marioneta de Pinocho. En aquel móvil se guardaba la tarjeta de embarque para su viaje a Suiza.
—Sin hilos yo me sé mover… —tarareaba mientras marcaba el número para solicitar un taxi a la vez que miraba sonriente a Pinocho, como si en vez de ver al hijo de Geppetto estuviera observando a su prisionero, a Mike, sentado y amordazado en aquella sala de proyección, la cual sería su última morada.
—¿Sí? Hola, buenos días. Por favor, necesito un servicio de taxi para el aeropuerto… No, solo equipaje de mano… Entiendo… Sí, es la mansión Foreign Wood… No, no, cuanto antes. Estoy listo. Mi vuelo sale a las diez… Muchas gracias, que pase un buen día.
Esperó pacientemente su transporte sin hacer nada. Sentado en el sillón más grande de la sala de estar, mirando a los ojos a la marioneta. Ambos inclinaban la cabeza casi en su horizontal. La del muñeco se movía imperceptiblemente. Poco a poco cedía. Hasta que la totalidad del peso hizo que cayera al suelo. Sus ojos quedaron mirando al techo. La versión maligna de Mike continuaba sin apartar su vista del muñeco. No hizo movimiento alguno ni se inmutó por la casual caída de su compañero de madera.
Se puso en pie. No porque le hubiera dado un ataque de empatía, sino porque el claxon de su taxi anunciaba su llegada. Cerró con ímpetu la puerta principal de la mansión. Miró hacia arriba para ver cómo las nubes se reunían para despedirlo, dando a la mansión un aspecto aún más siniestro. Se cercioró una última vez más de llevar su móvil y memoria USB y fue hacia el coche.
—Buenos días. Al aeropuerto Heathrow, Terminal 5, por favor.
Era sábado por la mañana. El tráfico descansaba a esas horas. El viaje fue tranquilo y sin imprevisibles atascos en las vías principales. Llegó más que a tiempo, con sus dos consabidas horas de adelanto, tal y como marcaban las normas para vuelos internacionales. En la pantalla del teléfono listo su código QR que abrían paso en los arcos de seguridad. Serpenteando anchos pasillos atiborrados de locales comerciales para saciar el ansia consumista, el perverso Mike se abría paso buscando su puerta de embarque.
El mostrador para las últimas pinceladas administrativas estaba aún vacío. El monitor anunciaba la hora de apertura. Aún quedaba una hora larga. Una vez supo dónde estaba el acceso a su avión, buscó un lugar donde esperar la llamada para embarcar. No muy lejos de allí había una cafetería.
La taza era generosa, así como la crema que rebosaba de ella. El azúcar resistía en su cima cuando vertió el sobre, reposando, como si estuviera perezosa por llegar al fondo. Todo quedó mezclado con el remolino que provocaba la cucharilla. Crema, café, leche y azúcar formaron un solo elemento. Un exquisito café. Demasiado bueno para tratarse de una cafetería de desayunos rápidos. Acompañando a este, sobre un platillo diminuto, un cruasán de mantequilla con queso y jamón. Aquel ser había aprendido muy rápido las buenas costumbres de los humanos.
Como si fuera el anfitrión de algún evento en el cual solicitara la atención del público golpeando su copa con la cuchara, el ser lo hacía en su taza llenando el local con el molesto ruido.
—Bueno, bueno, bueno… Mi querido Mike. Ahora que estamos solos, tranquilos, en calma, y con este excelente desayuno, es hora de que hablemos tú y yo seriamente de todo lo que te ha ocurrido y lo que está por ocurrir. ¿No te parece? —dejó reposar la cuchara en el plato para llevar su taza al primer sorbo.
—Notable café, sin duda. Te va a hacer falta para estar despierto y atento. ¿Por dónde empezamos? ¡Ah, sí! ¡Por aquel día fantasma! ¿Recuerdas? ¿Fue a partir de ese momento cuando se sobrevinieron el resto de experiencias sobrenaturales? ¿No? ¡Cuán equivocado estabas! Te fuiste a la cama un domingo y despertaste un martes. ¿Curioso? ¿Verdad? Desconcertante. ¿Dónde estabas? ¿Dormido? —reía a carcajadas. El resto de las personas de la cafetería lo miraban con recelo. Aquel hombre solitario, hablando y riendo solo —.
—¿Atribuyes fenómenos sobrenaturales a nuestra más perfecta tecnología? No, querido Mike. Aquella madrugada del domingo fue cuando vinimos a por ti. O a por tu mente, para ser más exactos. Los lugareños del pueblo te hablaron de una extraña tormenta en las cercanías de la mansión. Éramos nosotros. Nuestra… ¿Cómo llamáis vosotros al transporte interestelar? ¿Naves? Una colosal nave de reconocimiento y exploración se posó en tu mansión mientras dormías. Eras uno más de todos los que hemos abducido a lo largo de vuestra historia. Estábamos muy cerca de conseguirlo, pero confieso que nos llevamos una grata sorpresa al conseguirlo en aquel mismo día, contigo, en esta segunda fase del plan.
Aquella noche te abducimos para practicarte un aumento neuronal y cargar, en tu limitado cerebro, nuestro complejo programa de transporte estelar. Fue aquella noche, lejos de miradas curiosas, ya que el proceso duró un ciclo completo de vuestro sol, cuando potenciamos y desarrollamos tu cerebro. Estimulamos tus células cerebrales para que fueran capaces de desarrollar y soportar la carga de información que precisamos para desarrollar el portal. Lo implantamos con nuestra tecnología, como una semilla oscura en un campo de luz. ¿Recuerdas tus dolores de cabeza? Tal como te dijo el extinto doctor, era tu cerebro en expansión. Nuestro programa se abría paso.
No te entusiasmes demasiado ni pienses que eres un humano especial. Antes de ti hubo otro. Nuestro plan es a largo plazo. Teorías relativas de espacio-tiempo al margen, llevamos bastante tiempo intentando llegar a vuestro planeta. Antes de tu éxito, tuvimos que allanar el camino para la primera fase del proyecto. Necesitábamos una base para crear el soporte. Un acelerador de partículas es lo más principal y necesario para llevarlo a cabo.
Lo logramos hace casi un siglo, si lo consideramos en tiempos de vuestro planeta, en 1924. ¿Recuerdas las tumbas? Casos fallidos. Sus cerebros no pudieron soportar la semilla cerebral, reventaron desde dentro, abriéndose paso trágicamente hacia el exterior. Recorremos el mundo entero, no solo en este país, en busca de cerebros desarrollados para implantar nuestras avanzadas instrucciones. En 1924 conseguimos nuestro primer objetivo. Ernest Orlando Lawrence recibió instrucciones para que tuviera la capacidad de desarrollar un acelerador de partículas. Estabais emocionados con la frontera de conocimiento que se os abría al desarrollar tal proeza tecnológica, sin saber que era la base para vuestra extinción.
Una vez concluido su trabajo, el cerebro del huésped no aguantó la continua expansión neuronal y murió con el cráneo reventado. Es nuestro signo de identidad. De modo que, gracias al señor Ernest y a ti, tenemos el trabajo casi listo. Acelerador de partículas desarrollado al completo y tu “novela”. Solo nos queda ejecutar la última pincelada.
La camarera trajo la cuenta del desayuno. Un ticket interminable con demasiado ruido con forma de publicidad e impuestos que interrumpían la lectura de la cantidad a abonar. Pagó con la tarjeta de su móvil y esperó sentado apurando su café.
La megafonía del aeropuerto anunciaba su vuelo: "Pasajeros con destino a Ginebra embarquen por la puerta 06. Pasajeros con destino a Ginebra, Suiza, diríjanse a la puerta 06. Gracias." Con paso firme y tranquilo fue a parar a la fila que comenzaba a formarse para entrar. Unas últimas pinceladas administrativas con el personal de vuelo, identificación y billetes de embarque, al que le seguía el habitual intercambio de sonrisas cordiales. Por un momento tuvo la sensación que alguien lo llamaba, que gritaban su nombre con insistente desesperación a sus espaldas, como una voz lejana. No prestó mayor importancia.
—¿Equipaje de mano?
—No.
—Gracias, señor Donovan. Que tenga un agradable viaje.
Avanzó por el pasillo metálico de la pasarela que desembocaba en la puerta delantera del avión. Allí esperaba más personal de vuelo que lo recibía con la misma sonrisa patentada de la compañía.
—Asiento 7B Caballero. En aquel sitio, caballero, a mano izquierda —la simpática azafata señaló el lado del pasillo donde estaba su asiento. Tocaba del lado de la ventanilla. En aquel momento, no recordaba quién lo había decidido de aquella manera, si él o su prisionero—.
El resto de los pasajeros fueron llenando los huecos de los asientos. Una vez todos colocados, equipajes de mano en sus compartimentos, sentados y amarrados, el capitán dio la bienvenida al vuelo, indicando destino y duración del viaje, una hora y cuarenta minutos, si las condiciones eran favorables.
El personal de vuelo comenzó su habitual coreografía, aquel baile siguiendo el compás de las instrucciones salidas de los altavoces internos para explicar las acciones a tomar, en caso de emergencia, mientras todo el conjunto del paquete se dirigía a la pista de despegue.
Ya en pleno vuelo, la versión alternativa de Michael retomó su soliloquio. Esta vez interior, en su forma más reflexiva. Lo rodeaban demasiados espectadores como para hacerlo a viva voz. Solo necesitaba que lo atendiera uno, su prisionero.
— Te he contado el cómo. Ahora es turno del cuándo y por qué. ¿Quieres que te cuente una historia? Claro que sí. ¿Qué otra cosa puedes hacer más que ver lo que está por llegar y oírme? Escucharme contar nuestra maestra intención. ¿Cómo empezáis vosotros? ¡Ah, sí!
"Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...." Había una especie muy, muy evolucionada, tanto, que los recursos de su planeta comenzaron a escasear, a ser un verdadero problema para nuestra supervivencia. Estuvimos al borde de una guerra civil. Al borde de nuestra propia autodestrucción. Lo irónico del asunto es que la idea de guerra fue al final nuestra solución y salvación. Claro que no para el resto del universo. Durante siglos nos hemos dedicado a buscar planetas que fueran óptimos para nuestros intereses. Buscábamos recursos naturales. En dicho proceso también nos especializamos en encontrar formas para optimizar la energía que suponía un viaje entre sistemas o galaxias.
Enviar naves de reconocimiento, estudio y exploración como avanzadilla, fue la solución. Enviar a cada galaxia, a cada sistema, a cada planeta, la totalidad de nuestra infraestructura era imposible. Cada nave pionera en su misión buscaba planetas óptimos junto con habitantes con cerebros desarrollados. Con el potencial suficiente para que sus mentes, albergaran la información que precisaban nuestros fines. La Tierra fue uno de ellos. Uno de tantos. Uno de miles.
Observación y seguimiento en planetas con vida inteligente. Observábamos cómo evolucionaban las especies. Necesitábamos una llave para entrar. Lo hacíamos a través de sus habitantes, una vez alcanzaban un desarrollo óptimo en su inteligencia.
Cuando llegamos por primera vez, el hombre estaba en los albores de su evolución. Aún erais más un simio que un humano. Pero había potencial en vuestros cerebros. La tierra se consideró apta. Candidata.
A medida que evolucionabais, la observación se intensificó. Alrededor del 1800 de vuestra época, la humanidad se encontraba en un punto óptimo para comenzar las pruebas. Cada cien años llegábamos y tomábamos una muestra. Elegíamos al humano más capacitado para introducir nuestra simiente alienígena. Una semilla de oscuridad. Un parásito tecnológico para albergar las instrucciones de nuestra invasión, si quieres buscar una metáfora.
Los candidatos al principio no superaban la prueba y fallecían. Debíamos perseverar. Estábamos muy cerca. El resto ya lo conoces… 1924, la primera fase y ahora, 2024 contigo, su segunda. El año cero de nuestra conquista.
El personal de vuelo comenzó a preparar el carrito con las bebidas y aperitivos individuales para ofrecer a sus pasajeros.
—No ha sido fácil ni rápido llegar hasta aquí. Te has portado y lo has hecho muy bien, subcriatura. Claro que siempre has contado con mi inestimable ayuda. Un guardián. Era mi trabajo. Debíamos vigilar nuestra inversión. ¿No te parece? Cada huésped tiene un guardián, pero no voy a aburrirte contándote nuestra organización e infraestructura interna. Además, creo que ya lo viste con tus propios ojos. Sí. No me mires tan sorprendido. Nos hiciste aquella inesperada visita. Efectos secundarios del implante. Casi das al traste con el plan. Desde ese día, decidimos intervenir más activamente. Rara vez se da el caso, pero lo hiciste. ¿Recuerdas? Aquel día en el hospital. Casi hacemos una presentación formal entre especies. Un viaje astral a través de tu mente. Espacio y tiempo. Materia y pensamiento. Viajaste millones de años luz hasta nuestro centro de mando. ¡Increíble!
Creímos que perdíamos la oportunidad de terminar el trabajo en la Tierra, perdiendo un activo muy valioso. Pero regresaste. Más bien, te hice regresar y decidí volver contigo. Una supervisión algo más personalizada. Si bien es cierto que desde que nos hicieron las presentaciones interplanetarias, el día de tu abducción, ya estuve presente de una manera más estándar. Más remota. Menos invasiva. Pero presente, sin duda. Era necesario reconducir y hacer que olvidaras ciertas cosas que hubieran puesto en riesgo nuestro plan. ¿Recuerdas? Hagamos algo de memoria.
Si mal no recuerdo, creo que mi "Grand Debut" fue aquel día en el que andabas algo perezoso en tu escritura y aparecí en medio del descenso de las escaleras para volver a subir a la habitación, tomar tu ordenador portátil y escribir una nota de aviso en él: "No te detengas" para bajarlo a la cocina y que lo encontraras allí, por arte de magia. Menuda impresión te causé. Tiraste tu vaso de whisky. Intentaste llegar al ordenador para que el tacto materializara alguna explicación, pero hice de nuevo acto de presencia para sacar las fotos de la pantalla con tu móvil y dejarlo todo tal y como estaba. Fotos que luego descubriste en tu teléfono a la hora de irte a la cama. Un trabajo sensacional, no me lo negarás.
¿Recuerdas al taxista cuando interrumpió tu sueño y te comentó que te habías vuelto a quedar dormido? No, no estaba errado. La primera vez que dormiste, aproveché para tomar el control e indicarle al taxista que, antes del regreso a casa, se desviara rumbo hacia la agencia de viajes más cercana. Fue cuando contraté el viaje a Suiza. A Ginebra. Al instituto CERN. Nuestro destino. Sin embargo, te extrañaste cuando el precio de la carrera del taxi fue algo elevado o cuando recibiste el mail confirmando la compra, los billetes y el cargo en el banco. Estas fueron, sin duda, mis intervenciones más memorables.
He tomado el control en otras ocasiones, como cuando compraste la memoria USB. Esta imprescindible memoria USB —sacó de su bolsillo sosteniéndola en sus manos mientras la medio giraba y observaba—. algo más consciente estabas en esta acción que considero maestra. Me gustó arriesgar, sin riesgo, no hay diversión.
Cuando recibiste el envío con esta memoria, nada más recibirlo actué. Escribí aquella nota y la añadí al contenido del paquete. ¿Recuerdas la nota? ¡Cómo olvidarla! ¿Verdad? Gracias a ella, me deshice de Charles de una vez por todas cuando, sorprendido, reconoció tu propia letra manuscrita con la tinta aún fresca. ¡Qué cara de tonto pusiste cuando volviste a escribirla para comparar ambas a petición de tu asistente! Aun con esas no sospechaste de mi presencia. Preferiste orquestar una conspiración editorial. Patético. No, querido Mike. No hubo nada de paranormal en todo aquello. También bajé a por la pala al sótano y la dejé en el salón mientras imaginabas escaleras infinitas, bucles infinitos. Siempre era yo. O tú. Tú y yo.
—Señor, ¿desea tomar algo? ¿Café, infusión, refresco? —le preguntó la azafata.
—Café. Un café con leche. Necesitamos estar despiertos.
—¿Despiertos, señor? ¿Quiénes?
—Es una forma de hablar. —recibió su vaso de duro cartón ofreciendo, al cambio, una sonrisa burlona—.
Sea como sea, solo nos queda el final. Despídete de tu querido planeta. Infiltrarme en el instituto CERN va a ser fácil. Hay rutas guiadas que facilitan la tarea. Entrar en el núcleo del sistema va a requerir del trabajo sucio. Aún no has visto desarrollar todo mi poder. Cuando estemos cerca del sistema principal, podrás presenciarlo. Deshacerme de doctores y científicos no va a suponer un problema, de hecho, es mi especialidad. Tengo experiencia en la materia. ¿Recuerdas? —la siniestra risa en forma de atronadora carcajada que produjo no fue reflexiva. Lo hizo en alto, lo suficiente como para llamar la atención de sus compañeros de viaje más cercanos. Lo miraban con recelo, pensando que era otra pieza enloquecida más de la desgastada sociedad actual—.
Continuará.
Aún no ha terminado la historia de Mike. Atento al blog, en breve, cerraremos con el último capítulo de la novela. Gracias por haber llegado hasta aquí.
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