La semilla oscura. Capítulo 14. Marioneta.

La semilla oscura

"Marioneta"








-Capítulo 14. Marioneta-


—¿A quién vas a llamar? —corearon ambos al unísono. Al terminar la canción, la sala de cine desapareció, produciendo de nuevo el mismo efecto túnel que antes había ocurrido en las escaleras, como si su butaca estuviera acelerando hacia la pantalla a velocidad vertiginosa. Mike volvió a recuperar la conciencia en un solo ser. Volvía a tener el control.

    Estaba en la cocina, a medio palpar la encimera. Sabía que es lo que había comprobado y que es lo que faltaba por comprobar. Lo sabía. Lo había visto desde la pantalla, sentado en aquella butaca del otro lado. ¿Otro lado de dónde? ¿Cuántas veces habría estado sin saberlo? ¿Qué era aquel sitio? ¿Qué formas adquiría? Esta vez ha sido una sala de cine, pero la anterior, con solo pensarlo, un escalofrío recorría su columna vertebral al pensar en el lugar donde se halló en el hospital.

—¿Qué demonios ha sido esto? —pronunció en voz alta llevando sus manos a la cabeza, quizás en ella se hallara el portal a otra dimensión, aunque fue más bien un acto reflejo al sentir un intenso dolor en su cabeza—.

    Sacó la nota de papel de su bolsillo. Cerraba fuerte los ojos en un fútil intento por amortiguar el punzante dolor creciente. Tanteó con sus manos por los cajones de la encimera en busca de algo con lo que poder anotar. Se acordó de la escena de Pulp Fiction al urgirle encontrar algo con lo que poder escribir, incluso el rescoldo de una cerilla apagada. —"Un marcador, un maldito marcador" —pronunciaba recreando el diálogo de Vincent Vega en dicha escena.

    Entre tenedores, cuchillos y cucharas, encontró un lapicero. ¿Qué hacía allí? No importaba, ya tenía con qué anotar en la lista su siguiente anomalía. El contacto con la madera del lápiz hizo dispersar su dolor. Pura casualidad, pero él lo atribuyó a algo mágico, acorde a los sucesos. Cosas de escritores. Todo era posible, pensó.

    Lápiz y papel en ristre, sin el dolor de cabeza, recuperado el control de su cuerpo y más calmado, se preparó una copa. Posiblemente, la copa más justificada de todas las que había ingerido hasta ahora. Dio por concluida la búsqueda psíquica en la cocina. Había encontrado una. Debía sentarse, anotar y reflexionar sobre lo recientemente ocurrido.

    Fue al salón y se preparó para escribir de su puño y letra.

—Autómata —tituló la anomalía—. Autómata-espectador de cine. Mi sueño, la pesadilla del día anterior, fue un aviso. Una alerta. Fue algo premonitorio. Me mostró el camino hacia donde mi conciencia debía dirigirse cuando tomaran el control. Supongo que algo fuerte queda aún en mi subconsciente, algo que se resiste a ser poseído del todo. Ha buscado un lugar seguro donde mantener lo poco que va quedando de mi “yo”, un entorno reconocible, apacible para mí, que transmita calma para habitarlo en estos estados transitorios en los que algo o alguien toma el control de mi conciencia, aunque, por el momento, me dejan ser espectador. Espero que mi inconsciente esté trabajando en una posible salida para cuando no haya punto de retorno y el control sea total. Es una corazonada, pero tengo esa sensación. Sea lo que sea que haya en mi cabeza, poco a poco está poseyendo mi alma. Algo quiere apoderarse de mí, controlarme desde dentro. Es previsible que acabe por conquistarme del todo. Es posible que solo quede de mí ese espectador en su butaca de cine. Siendo testigo de la película que mi otro “yo” realiza.

—Quieren convertir mi cuerpo en una especie de transporte. ¿Quiénes y para qué fin? Espero tener algo de conciencia y control para cuando lo averigüe. Ese yo sentado en la butaca representa lo poco que queda de mi verdadera conciencia. De algún modo debo encontrar, consciente o inconsciente, la manera de frenar esto. Presentaré batalla, no voy a dejar que me consuma. ¡Maldita sea, que llegue ya el lunes! ¡Necesito ver al maldito médico! Quizás pueda arrojar algo de luz a estas tinieblas que oscurecen mis pensamientos, ideas y, por visto, conciencia. Todos se empeñan en que todo está bien, que no pasa nada, mientras siento que me estoy convirtiendo en una marioneta, sin hilos, de carne y hueso, pero marioneta.

    “Sin hilos yo, me sé mover” —comenzó a cantar mientras terminaba de anotar y reflexionar —.

—Me he levantado cantarín y cinéfilo. Ya es la tercera referencia al séptimo arte que gasto. Bueno, hora de cambiar a pensamiento positivo. El autómata ha aparecido al acercarme a la cocina. Allí también hubo actividad anómala hace unos días. Aquel baile de mi PC con aquella anotación que iba y venía. Quizás el autómata tenga algún tipo de capacidad o habilidad para percibir actividad. Un detector psíquico. Creo que ahora me estoy pasando de pensamiento positivo. He pasado del miedo a que me suceda de nuevo a desearlo para ver si son ciertas mis sospechas. No hay quien me entienda. No sé cómo Charles me aguanta —comenzó a sonreír —. 

—Puede que al percibir la anomalía, mi mente o el guardián de mi subconsciente, activara esa sala de cine como defensa, llevándome hasta su butaca para protegerme y mostrarme. ¡Qué locura! Autómata o menos autómata, consciente o inconsciente, sigo siendo un único ser. Cuerpo, mente y autómata. Una especie de trinidad infernal —apuró su copa—. Necesito otro trago y debería pasar esto al ordenador. Siempre puede servirme para mi trabajo, aunque el trabajo me lleve a la locura o a la muerte. "The Show Must Go On" Vaya, pasamos del cine, a la música.

—¡Espero que mi autómata se acuerde de llevar tabaco al cine! —exclamó mientras se encendía un cigarrillo y llenaba de nuevo su copa—. ¡Y Whisky!

    Antes de anotar lo ocurrido en su ordenador, fue a terminar de degustar sus vicios al salón. Allí también se había producido un suceso, el más reciente, de hecho. No había mucho que investigar, y el alcohol empezaba a liberarlo de la seriedad del asunto. Bastó con echar un vistazo de arriba abajo para comprobar que no había nada. Si había que palpar o rastrear cada centímetro de pared o mueble, que lo hiciera su otro yo.

    Imaginaba la música de Queen en su cabeza. Giraba sobre su cuerpo con los brazos extendidos. A su derecha el cigarro, a su izquierda su vaso. Derramó líquido y ceniza por el suelo. Culpó a su animoso estado como excusa para volver a rellenar la carga de ambos. Era posible que pensara de forma inconsciente que, alterar su estado a través del alcohol, pudiera ser una forma de contactar con el autómata. O quizás fuera otra vaga excusa para justificar su ingesta a horas tan tempranas de la mañana. No era ni mediodía.

—¡Bueno, es viernes! —sentenció mientras vaciaba la botella—. El preludio del descanso. Voy a decirle a Charles que me proporcione otra computadora. Estoy harto de subir y bajar esa maldita escalera. Debí haberme instalado aquí abajo. O no haber pedido esta maldita casa para trabajar —su ánimo comenzaba a pecar de ira, el whisky y la carga por la que su mente estaba pasando, fueron el perfecto combustible—. ¡Maldita sea todo! —arrojó su vaso con fuerza hacia una de las paredes del salón, rompiéndolo en mil pedazos, humedeciendo la noble madera al mismo tiempo que se hacía daño en sus cuerdas vocales por el grito descomunal proferido. Descargando su ira para recuperar la cordura. Si es que no era demasiado tarde ya.

    No hizo nada por arreglar el desastre. Simplemente, reemplazó el vaso cargándolo de nuevo y fue a buscar su PC. Escribir lo calmaba. Siempre lo hacía. Era el mejor calmante, la mejor compañía, la mejor de sus terapias. Podía confesar sus mayores secretos, mentiras, verdades o temores y decir siempre que formaba todo parte de la ficción o un fragmento a modo de borrador sobre algún capítulo o futuro trabajo. La mente de un escritor es confusa. Su trabajo consiste constantemente en mezclar verdad con la más pura de las mentiras para crear un relato, una historia. Siempre creíble en la mente de un lector, aunque en sus historias inventadas se describieran las más locas fantasías. Era el juego y la magia de la literatura. Hacer verdadera la mentira.

    En nota aparte, redactó su experiencia y reflexión acerca del autómata. Estaba en el lado de su verdad, pero sin duda, era material muy bueno para la parte de la mentira. Lo usaría en su novela. La escritura de la nota hizo calentar sus dedos al teclado. Los escritores también tienen sus rutinas de entrenamiento para desempeñar su trabajo. De modo que, con manos en caliente, se animó a comenzar a redactar el siguiente capítulo. Al menos, hasta bien entrada la hora de comer. Saciada su hambre, continuaría. El calentamiento general, manos y mente, había hecho mella en su ánimo por laborar.



    Pasaban las horas del viernes. Sin más incidentes que las visitas necesarias para sus necesidades biológicas, incluida la ingesta de alimentos que cumplían, cubriendo satisfactoriamente comida y cena. Dedicó la totalidad de lo que quedaba del día en trabajar en la novela. Un primer borrador de redacción que alcanzaba hasta el capítulo 9. Se sentía pleno de satisfacción por significativo avance en su trabajo y prácticamente borracho por el torrente de esencia escocesa que corría por su sangre.

—Terminado por hoy, mañana repaso, que ya no veo… ¿Quién me ha visto y quién me ve? Un viernes por la noche y aquí me tienen. Claro que antaño también estaría como una cuba, como ahora, pero al menos estaría haciendo el ridículo en un intento de cortejo en algún antro de mala muerte, intentándome hacer oír entre música chillona. ¡Qué horror! No sé a quién demonios se le ocurrió ese estándar para la diversión. Siempre lo he detestado… Me quedo sin duda con estos viernes… Me voy a la cama. Ya no me aguantan ni los ojos.

    El sábado y el domingo se produjeron en los mismos términos que la segunda mitad del viernes. Lo dedicó a la escritura, a la comida, al tabaco y al alcohol. No es que dictaran sus ideas, pero las despertaba. El alcohol no es el genio que hace arte, como muchos erróneamente suponen, era el estimulante para ayudarlo a encontrar aquellos fragmentos de texto geniales, que estaban perdidos en el cosmos de su mente. Nunca quiso ascender en estimulación, como experimentar con drogas. Blandas o duras. No para su trabajo, al menos. Le daba miedo lo que pudieran encontrar escondido en planos de conciencia más profundos, esos que permanecen cerrados en las catacumbas de la psique. Los acontecimientos por lo que estaba pasando bien podrían ser una fisura. O que su autómata hubiera encontrado la llave sin estimulación mediante.

    El sonido del teclado del ordenador, al mezclarse con el silencio, parecía potenciarse y empeñarse en conquistar cualquier palmo de la mansión. Terminaba el domingo. El contador de capítulos marcaba 17 completos en primera redacción.

—Bueno. Acabado el fin de semana. Uno de los más productivos que recuerdo, y uno de los más tristes y solitarios. ¿Cómo estará Charles? No me ha mandado ni un solo mensaje… Soy un egoísta. He pensado en él al pensar en mañana, que tengo que estar en la ciudad para mi cita con el neurólogo. ¡Qué demonios! —hizo el intento de abrir el gestor de mensajes, pero se detuvo—. No. Voy a respetar su retiro. Dejaré ese siguiente paso en su tejado. Pediré un taxi para que me recoja aquí a las ocho para que me lleve a consulta y listo. ¿Qué hora es? Es temprano aún para irse a la cama. Voy a concluir la tarea de búsqueda, al menos en lo concerniente a la mansión. Queda, pues mi cita con el sótano. Vamos allá.

    En lo que llegaba hasta la parte trasera de la mansión, llamó al servicio de taxis para concretar la recogida y destino.

—Sí, eso es. Sobre las ocho. Sí. La antigua mansión de Foreign Wood. Sí, eso es. Me hospedo aquí. ¿Algún problema? Ah, vale es que parecía Si, al Hospital London Clinic. De acuerdo. Pues hasta mañana entonces. Gracias.

    Abrió la doble puerta que medio dormía en el suelo. Esta vez todo estaba en orden. No había un bucle infinito que lo condenara a una escalera eterna, como en la anterior ocasión. Solo un simple y polvoriento sótano o trastero inferior. Lleno de estanterías y muebles viejos tapados con viejas cortinas o sábanas cubiertas de telas de araña.



    En una de las estanterías había un viejo juguete que llamó de inmediato su atención. Estaba sentado y parecía mirarlo fijamente a sus ojos, llamándolo de alguna manera para que lo llevara con él, lo rescatara del infinito abandono y buscara un nuevo dueño con el que jugar, si es que él no quería. Tenía una sonrisa indefinida, sin poder concretar si era de alegría o tristeza. Era una marioneta. Una marioneta muy conocida, la más famosa y conocida marioneta. Pinocho. Una reproducción de Pinocho.

    Lo rescató de la estantería y sopló para liberarlo del acumulado polvo. Tosía y apartaba las partículas con la mano. Buscó los hilos y la cruceta para hacerlo mover. Pero no estaban. Era la versión mágica del juguete, del momento en el que el Hada lo libera de sus hilos y comienza su andadura por la vida. Los problemas. Las dudas. Gente en la que confiar y en la que no. Gente a la que amar o de la que hay que huir y apartarse. Vivir. Sin hilos. Pero con todo el peso de la existencia en el mundo.

    Salió del sótano llevándose la marioneta. En el salón lo acomodó en uno de los sillones individuales. Fue a por una copa y un cigarrillo. Se sentó frente a él. Dio una bocanada del veneno de nicotina y entre el humo dijo, mirando a los ojos de la marioneta, medio tarareando:

—"Sin hilos yo, me se mover…"


Comentarios

  1. De una forma bastante profunda expresas la condición de un ser en su soledad, enfermedad y reflexión. La parte de interacción entre conciencia y subconsciente viene descrita magníficamente. Lo que más me impacto fue el encuentro de ese ser con la marioneta sin hilos, justo en un periodo de transición. Y la expresión: " Sin hilos yo, me se mover" es la conclusión máxima de ese monólogo de un ser en transición

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