La semilla oscura
"Sin salida"
Nota del autor:
Enlace a los capítulos anteriores:
-Capítulo 18. Sin Salida-
—¿Diga? ¿Quién es? ¡Hola! ¡Hay alguien!
El silencio dio paso a una respiración, a esta le siguió una leve carcajada en tono grave.
—Mike, Mike, Mike... Pórtate bien. No te resistas, créeme, será mejor para ti obedecer...
Un grito de desesperación negativa inundó la sala de cine. Comenzó a soltar todo tipo de improperios hacia el auricular, dejándose contagiar por la ira, que tomó el control de sus acciones, otro elemento más que lo poseía. Golpeó el teléfono con toda la energía que su estado le proporcionaba. En vano, pues su enemigo todo lo contagiaba a la vez que evanescía.
Tenía el poder y dominio absoluto del lugar. Mudó su presencia de la cabina a la pantalla, alternando su presencia con escenas de sus acciones más recientes, ¿o quizás pasadas? ¿Tal vez futuras? Era como una mezcla heterogénea de imágenes estáticas con movimientos por la que había sido su casa, su habitación, su cocina, su trabajo… Aquel ser, solo mostraba lo que quería que se mostrara para comunicar o inquietar a su huésped.
Algunas cosas mostradas parecían no intencionadas desde el punto de vista de Mike. O eso quería creer para mantener la esperanza por escapar o de no sucumbir al completo a la inconsciencia de su poseedor.
Deambulaba por el pequeño espacio de la sala de cine viendo la única película que proyectaba.
—¿Está encogiendo o es cosa mía? Parece más pequeño de cuando llegué. Más que una sala de cine, parece una habitación grande. No sé cuál de los dos lo está haciendo posible —miraba la cabina de teléfonos destrozada —. He de controlar ese genio. Ya que no puedo controlar mi propio cuerpo, tengo que hacer el esfuerzo de controlar, bueno, esto que percibo de lo que queda de mí, ya me entiendes —comentaba como si tuviera algún espectador cuando, en verdad, el espectador era él —. ¡Pobre cabina! Voy a ver si puedo arreglarla de algún modo. Al menos las baldosas amarillas siguen intactas. Creo que debo seguir por ese camino, es decir, aumentar la senda, hacer muchos más, crear una maldita autopista hasta dar con la salida de este condenado lugar.
Pensaba su siguiente movimiento observando cómo Mike 2 se preparaba la comida en su cocina para luego subirla a su buhardilla mientras seguía trabajando en su novela.
—¡No puede ser! ¡Se está apropiando hasta de mi trabajo! Espero que no destroce mi novela. Tengo que salir de aquí de inmediato. ¡Piensa, Mike! Para volver a crear solo tengo que repetir y perfeccionar lo que ya me ha dado resultado antes. ¡Cómo dije! ¡Autopistas! ¡Creemos caminos para abandonar la sala!
Volvió a repetir el ritual. Cerró sus ojos, concentrándose en pensar formas que lo llevaran a su libertad. Imaginó una puerta en un lateral del cine; para llegar a ella, trazó imaginarios caminos amarillos desde el patio de butacas a la supuesta puerta. Abrió los ojos con la esperanza de no tener que volver a repetir el ejercicio y, en efecto. Allí se encontraba su obra tal y como la había imaginado segundos antes.
Un irregular camino amarillento que llevaba a una puerta. Anduvo por la senda recién creada hasta cruzar el umbral que lo conducía a un estrecho pasillo. Al fondo, otra puerta. Atrás quedaba la sala cinematográfica. Corrió hacia ella, abriéndola de par en par, lleno de esperanza. La puerta solo llevaba de vuelta al cine. Al extremo opuesto de donde había creado su puerta. El pasillo era un bucle espacio temporal. Llevaba al mismo sitio. Un agujero de gusano con coincidentes puntos de origen y destino.
Lo intentó una y otra vez. Caminos, puertas y pasillos en distintos lugares de la sala. Todos con el mismo resultado. Al cruzar el pasillo, unas veces más alargado, otras más ancho, el resultado final era el retorno a la sala de cine. A contemplar una y otra vez aquella pantalla. Su otro yo no había dejado de escribir en ningún momento.
La situación se tornaba en desesperada. No había forma de idear una salida. Pensaba cada vez más en resignarse hacia su destino final. Permanecer allí hasta que lo poco que quedara de su conciencia, desapareciera por completo, convirtiéndose, de pleno, en el otro Mike. En aquel ser que no reconocía.
—¡Maldito seas! ¡Hijo de mil demonios! ¡Déjame salir de aquí!
—¡No interrumpas, subcriatura! —resonó con fuerza en la sala, apareciendo de nuevo su malévolo rostro en la pantalla —. He de terminar lo que comenzaste. Has hecho buen trabajo, pero no podíamos permitir que vieras la parte final. La conclusión. Eso es cosa nuestra. No nos conviene en absoluto que vuestra especie adquiera dichos conocimientos.
—¿El qué? ¿El final de una novela de terror es malo para los intereses del universo? No seas ridículo
—Lo has tenido delante todo este tiempo. Mirabas, pero no observabas. Oías, pero no escuchabas. Percibías, pero no atendías. Durante todo este tiempo y no has entendido nada. No prestaste atención. No te culpo. Ese era mi trabajo.
—Solo veo mi novela. Veo a través de tus ojos cómo escribes y continúas con mi trabajo. ¿Por qué capítulo vas? Solo por curiosidad —pronunció en tono sarcástico —.
—¿Novela? ¿De veras? —reía con su característico tono bajo, como si le costara romper a reír —. ¿Y ahora? ¿Qué ves?
—Te veo arrancando una hoja del calendario y como tachas con un rotulador los días de la semana del siguiente… ¿Un momento? ¿Qué significa esto? Ahora vuelves a estar en la habitación. Frente al ordenador, continuando con mi novela de nuevo. ¿Qué ha sido eso del calendario? No entiendo nada
—¿Eso? Un recuerdo. Solo un recuerdo. Ya queda muy poco. Estabas en lo cierto en tus pensamientos. El espacio y el tiempo ahí, donde te encuentras, son relativos. O más bien, un capricho que manejo a mi antojo.
—Pero no puede ser. ¡Arrancabas mayo y tachabas el siete de junio en el calendario!
—Así es. Te lo dije. Es un recuerdo no muy lejano. De esta mañana para ser exactos. Tiempo y espacio. Llevas en esa sala mucho tiempo. Agradece no haber sido consciente de ello.
Estaba a punto de concluir la novela. Al mismo tiempo que hablaba con lo que quedaba del antiguo ser, abrió el cajón del escritorio. Dentro reposaba la memoria USB que varios días atrás había comprado por internet. Lo desembaló de su ajustado empaquetado, necesitó de unas tijeras para liberarlo del duro y resistente plástico. Maldijo como si se tratara del Mike original. Una vez liberado de su envase, lo conectó a su PC.
—Lo has tenido delante todo este tiempo. Mirabas, pero no observabas. Oías, pero no escuchabas. Percibías, pero no atendías. Durante todo este tiempo y no has entendido nada. No prestaste atención. No te culpo. Ese era mi trabajo.
—Solo veo mi novela. Veo a través de tus ojos cómo escribes y continúas con mi trabajo. ¿Por qué capítulo vas? Solo por curiosidad —pronunció en tono sarcástico —.
—¿Novela? ¿De veras? —reía con su característico tono bajo, como si le costara romper a reír —. ¿Y ahora? ¿Qué ves?
—Te veo arrancando una hoja del calendario y como tachas con un rotulador los días de la semana del siguiente… ¿Un momento? ¿Qué significa esto? Ahora vuelves a estar en la habitación. Frente al ordenador, continuando con mi novela de nuevo. ¿Qué ha sido eso del calendario? No entiendo nada
—¿Eso? Un recuerdo. Solo un recuerdo. Ya queda muy poco. Estabas en lo cierto en tus pensamientos. El espacio y el tiempo ahí, donde te encuentras, son relativos. O más bien, un capricho que manejo a mi antojo.
—Pero no puede ser. ¡Arrancabas mayo y tachabas el siete de junio en el calendario!
—Así es. Te lo dije. Es un recuerdo no muy lejano. De esta mañana para ser exactos. Tiempo y espacio. Llevas en esa sala mucho tiempo. Agradece no haber sido consciente de ello.
Estaba a punto de concluir la novela. Al mismo tiempo que hablaba con lo que quedaba del antiguo ser, abrió el cajón del escritorio. Dentro reposaba la memoria USB que varios días atrás había comprado por internet. Lo desembaló de su ajustado empaquetado, necesitó de unas tijeras para liberarlo del duro y resistente plástico. Maldijo como si se tratara del Mike original. Una vez liberado de su envase, lo conectó a su PC.
—Hiciste una excelente elección de memoria. Ultrarrápida. La vamos a necesitar por si las cosas se complican.
Comenzó a transferir el contenido de la carpeta "Novela primer borrador" a la memoria USB. Mike observaba impotente desde su celda de inconsciencia.
—¿Qué es eso? Por el amor de Dios. ¿Dónde está mi novela? ¿Qué diablos es eso?
—Ahora sí, lo ves. Por fin empiezas a prestar atención —de nuevo terminó su frase con aquella risa casi ahogada, profunda e inquietante—.
La descarga del PC a la memoria externa estaba a punto de concluir. Al hacerlo, la versión maligna de Mike dejó a oscuras la sala de cine. Nada se proyectaba en ella. No quería que el Michael original supiera dónde iba a guardar aquella información que consideraba de vital importancia. A los pocos minutos, la pantalla volvía a emitir luz e imágenes.
—¡Cielo santo! Creo que empiezo a encajar las piezas. Si eso es lo que creo que es… ¡Todo tiene sentido! ¡Cómo he podido ser tan estúpido! ¡Tengo que avisar a las autoridades! ¡Tengo que avisar a Charles! ¡Todos corren peligro! No podrás salirte con la tuya. Hay gente que depende de mí, que se preocupará por mí. ¡Tarde o temprano se darán cuenta de esta farsa!
—¿Qué gente? ¿Charles? Hicimos un buen trabajo la última vez. Estuvimos geniales. No creo que moleste más. No va a ser necesario hacer... Bueno, lo que le hice a tu impertinente Doctor. ¿Quieres ver cómo quedó? Toda una obra de arte —la versión maligna de Mike le mostró un escenario dantesco. El escenario parecía ser el salón o la sala de estar de la casa del doctor Falk.
La estancia estaba por completo salpicada por su sangre. Muchos de los trazos que manchaban las paredes parecían estar hechos a propósito y no salpicaduras naturales provocadas por los cortes del cuchillo. Las paredes eran un lienzo y la sangre del doctor, la pintura para realizar caracteres ilegibles. Sobre la chimenea encendida colgaba, en postura de crucifixión, el doctor decapitado. Tenía un gran corte en su estómago, y sus entrañas caían hasta dar a parar en las brasas donde ardían con la llama viva. Sobre la mesa del salón reposaba su cabeza. Mike cerró los ojos y suplicó un sentido basta. No quería seguir mirando aquella tortura sufrida por el pobre doctor.
—¡Eres un maldito y despiadado miserable! —con los ojos algo húmedos por las lágrimas de dolor e impotencia.
—Ahora escúchame con atención. Si no quieres que tu querido Charles corra la misma suerte, asume tu destino. No intentes tomar el control. Si no, atente a las consecuencias.
—¡No, miserable! ¡Charles, no! ¡No se te ocurra amenazarlo! ¡Maldito bastardo! ¡Noooooo! —gritó con todas sus fuerzas. ¡Con todo lo que le permitía su ira! —.
Algo comenzó a emerger en su interior. Su pecho comenzó a emitir una luz blanca. El instinto de supervivencia fue como un catalizador de sus más puros sentimientos, dispuestos con toda la intensidad a potenciar su poder de creación. El fuego incandescente que comenzaba a brotar de su cuerpo lo hizo flotar en la sala de cine. Levitando, con la frente en alto, como si la energía que fluía por cada poro de su piel fuera la corriente salvaje e incontrolable de un río que dictara sus movimientos. Conteniendo y cargando energía, tanta, que parecía que durante toda su vida hubiera estado aguardando este momento.
Extendió sus extremidades formando una cruz, y un grito de rabia salió como una exhalación, como si llevara el peso de la salvación sobre su sonido. Una invisible esfera de esencia vital fue expandiéndose a tal velocidad que todo lo arrasaba a su paso, desintegrándolo.
La sala se consumía ante su descomunal energía. La esfera llegaba a los límites y frontera de la pantalla. Todo se llenó de luz con un grito infinito.
Silencio. Oscuridad. Niebla. Atisbo de luz. Madera borrosa. Comenzó a percibir unas manos posadas en el suelo. Escuchó una respiración jadeante. Estaba postrado. De rodillas en su buhardilla. Había escapado. Había recuperado el control de su ser.
Se alzó tambaleante, estaba aturdido y mareado, como si recuperar su cuerpo necesitara de un periodo de adaptación. No había tiempo. Debía reaccionar. No sabía de cuánto tiempo iba a disponer hasta que su yo maligno se percatara de su fuga y volviera a encerrarlo de nuevo allí, esta vez para siempre. Miraba a su alrededor, la casa olía a humedad, todo estaba muy descuidado y desordenado.
—¡Mierda! ¡He de encontrar esa memoria y destruirla, tengo que llamar a Charles y contarle, tengo que avisar a todo el mundo! ¡¡Dónde está mi teléfono!! ¡Mierda! No puedo perder el tiempo. No sé de cuánto dispongo… Puede que sean minutos o segundos. No tengo tiempo que perder. ¿Qué puedo hacer? ¡¡Mike, piensa!! ¡Maldita sea!
Encima de la mesa del escritorio reposaba su PC encendido, aunque sin la memoria USB conectada, la luz que emitía su pantalla parecía un mensaje divino.
—Eso es. Avisaré a Charles. Dios quiera que no haya borrado "la novela" del ordenador —se acercó raudo a comprobar sus archivos —.
Sus ojos se humedecieron con lágrimas de alegría, el pulso le temblaba. Allí estaba. No había tiempo que perder. Abrió el gestor de correos, redactó rápido el mensaje y adjuntó el gigantesco archivo con su novela.
—Enviar —no respiró tranquilo hasta ver la notificación de mensaje enviado —. Una cosa hecha. Puedo estar algo más tranquilo. Ahora voy a intentar buscar esa memoria y el teléfono. Puede que me dé tiempo a… No sé. ¿A qué? Me van a tomar por un loco. Aunque así estaré tranquilo con mi conciencia. He de hacer mi parte. Veamos, dónde ha podido guardar ese maldito ser mis cosas…
Permanecía apoyado en la mesa donde descansaban sus brazos junto al ordenador portátil. No se había ni sentado. Inclinado sobre la pantalla, envió su mensaje. Mientras ideaba su siguiente paso, se mantenía cabizbajo. Observando el mueble del escritorio y sus manos a cada lado del teclado.
Comenzó a notar un leve cosquilleo en sus brazos. Esa misma sensación de hormigueo o leve ardor, como cuando se duermen o quedan entumecidos. Como de la nada, comenzó a materializarse algo parecido a una especie de cintas blancas de tela. Revoloteaban alrededor de sus brazos, piernas y cuerpo. Lo acariciaban suavemente, casi con timidez, como si les diera vergüenza aquel extraño inicio de cortejo.
Comenzó a notar un leve cosquilleo en sus brazos. Esa misma sensación de hormigueo o leve ardor, como cuando se duermen o quedan entumecidos. Como de la nada, comenzó a materializarse algo parecido a una especie de cintas blancas de tela. Revoloteaban alrededor de sus brazos, piernas y cuerpo. Lo acariciaban suavemente, casi con timidez, como si les diera vergüenza aquel extraño inicio de cortejo.
Cuando quiso reaccionar, los vendajes ya volaban por todo su espacio vital, como una danza de dragones blancos. La habitación comenzaba a oscurecerse. Al tiempo que lo hacía, más se acercaban los vendajes y, cuando estos se acercaban, más se oscurecía la habitación. Su vuelo se acrecentaba en velocidad e intensidad, produciendo un molesto y ensordecedor ruido.
Quiso llevar sus brazos a sus oídos para apaciguar el dolor que comenzaba a producir, en vano, ya que su cuerpo no reaccionaba a sus intenciones de movimiento.
La habitación comenzó a expandirse y contraerse, como si estuviera en el horizonte de sucesos de un agujero negro. Calmó lo anómalo de su situación con un estable efecto túnel. Los dragones blancos, de las revoloteantes cintas blancas, comenzaron a adherirse con fuerza a su cuerpo, amordazándolo de pies a cabeza. Mike comenzó a volar a velocidad de vértigo a través del túnel formado. Hubiera gritado por el efecto vertiginoso, sin duda, pero la mordaza blanca que cubría su boca se lo impedía.
Su cuerpo, ignorando las leyes de la física conocida, se estiraba distorsionado por el angosto pasillo mientras seguía avanzando por él sin parar de acelerar.
En unas décimas de segundo todo se detuvo, tanto el movimiento como la distorsión del lugar. Abrió los ojos y reconoció el lugar para su pesar y desesperanza. Sus ojos se humedecieron, esta vez, por el dolor de saberse perdido. Si algo era distinto era él mismo, que ahora, aparte de encerrado en aquella sala, lo estaba del todo amordazado y atado a una butaca de cine. Inmóvil y sin poder mediar palabra.
Nunca vio o escuchó al demonio de cerca. Solo lo que sabía o reposaba en su memoria gracias a los conocimientos adquiridos a lo largo de los años, de las lecturas voluntarias o la educación del imaginario colectivo. Pero debía ser muy parecido a lo que presenció y escuchó. El ser reveló su verdadera forma en la pantalla. Su rostro y su voz no eran de este mundo. Sonaba profunda y tenebrosa cuando pronunció sus palabras.
—¡Cómo osas a desafiarnos, Subcriatura! No volverás jamás a tu estado original. Buen intento. Sorprendente, sin duda. Pero como habrás podido comprobar, aprendo enseguida. Me has obligado a tomar medidas drásticas. Permanecerás encerrado y amordazado aquí, para siempre. Iba a ser clemente, privándote también de la visión. Pero ahora quiero que lo veas todo y sufras en silencio. Desgarraré cada célula de tu cuerpo con la desesperada sensación de la más profunda y perfecta de las impotencias. Serás testigo del dolor y aniquilación de toda tu especie.
Mike solo podía pensar, más que pronunciar, un grito desesperado. Pero la mordaza de su boca amortiguaba cualquier sonido.
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