La semilla oscura. Capítulo 16. Sin salida

La semilla oscura.

"Sin salida" 




-Capítulo 16. Sin salida-


—¿Seguro que se encuentra bien?
—Adiós, doctor. Que tenga un buen día.

    La simiente oscura de Michael abandonó la sala de consulta sin dejar de sostener en su cara aquella sonrisa siniestra. Una mueca que parecía forzada aun si la hubiera ensayado un centenar de veces.
Desde la sala de aquel cine espectral, mirando hacia aquella pantalla onírica, lo que quedaba del auténtico Mike, observaba cómo su autómata cerraba la puerta del médico y enfilaba el pasillo de regreso a la salida del hospital. Desde aquel punto de vista se sentía como el conductor de su propio cuerpo, un piloto de una máquina hecha de carne y hueso, solo que no podía ejercer ningún control sobre ella. No era dueño de ninguno de sus actos. Como un simple espectador, solo podía mirar y maldecir.

    El pasillo desapareció de la pantalla de cine, dando paso a la cara del impostor que lo miraba fijamente con aquella sonrisa que empezaba a irritarlo. Comenzó a hablar.

—Mike, Mike, Mike… Pórtate bien. No te resistas, créeme, será mejor para ti obedecer. Debo cuidar de ti. Esto que ha ocurrido es inusual. Debí haber tomado el control por completo. Pero no nos vamos a quejar ni hay tiempo para enmendarlo o para buscar otro sujeto. Eres nuestro primer caso de éxito en siglos terrestres. Quizás hemos subestimado vuestra inteligencia. Sea como sea, aquí estás… O ahí estás. Esa parte de ti que se resiste a ser poseída. Me ha costado mucho encerrarte, pero encontré la forma en esta sala de cine. Digamos que fue un acuerdo, un trabajo hecho entre nosotros y tu subconsciente. Agradécelo, pues serás testigo de lo que va a acontecer. Sin resistencia. Créeme. No hay salida. Resígnate y disfruta del viaje. ¿No es así como lo decís?

—¿Quién demonios eres y qué es lo que pretendéis de mí?
—A su debido tiempo. Si es que lo consideramos. A su debido tiempo… Confórmate con saber que necesitamos tu cerebro y tu cuerpo. Eso garantiza tu supervivencia, hecho que debería bastar para tu tranquilidad. Al menos de un momento... Hasta pronto, Michael. Volveremos a hablar...


    La imagen en la pantalla volvía a arrojar sus movimientos a ojos vista. Se encontraba cerca de la recepción. Se despedía cortésmente de la recepcionista con la misma educación y cortesía que él mismo hubiera empleado. Nadie del hospital podía sospechar que ese ser que deambulaba por ahí, no era él.

    Espectador de su propia vida. Se levantaba de la butaca recorriendo la pequeña sala de cine, palpando suelo y paredes para ver si aparecía milagrosamente alguna puerta. Miró al lado opuesto de la pantalla, donde debía estar el haz de luz del proyector con su correspondiente sala. Pero nada. Tampoco había, ni haz, ni sala de proyección. Solo las cuatro paredes, el reducido patio de butacas y la luminosa pantalla de cine donde presenciaba su propia película. Ahora, el falso Mike, estaba sacando su móvil para llamar a un taxi que lo llevara de vuelta a Foreign Wood.

    Decidió que sería buena idea comenzar a hacer caso a su “yo” malvado en lo referente a calmarse para así observar y pensar mejor. Una de las primeras dudas que le abordó, al resignarse a su nuevo estadio de conciencia, era preguntarse cuánto podía percibir Mike 2 de él mismo en aquella sala de cine. Estaba claro que, cuando hablaba allí, era escuchado por su doble siniestro, pero ¿qué pasaba con los pensamientos? ¿También los percibiría? De ser así estaba perdido del todo, pues anticiparía cualquier plan de fuga. Había que intentarlo.

—Construir objetos. ¡Buena idea, doctor! ¡Pero a ver cómo hago semejante prodigio! Espero que este hijo de puta no pueda oír mi pensamiento.

    Parecía que no o, al menos, no lo consideraba una amenaza de momento, ya que Mike 2 se encontraba subiendo tranquilamente al taxi e indicando al conductor la dirección de la mansión. Seguía la película sin que lo visitara aquella cara.

—Tomar notas como comienzo. Me comentaba el médico. Veamos. ¡Haz un esfuerzo, Mike! Quizás sea más sencillo de lo que imagino, es posible que... Si pienso que tengo mi bloc de notas en el bolsillo y llevo mi mano allí...

    Al sacarla de su bolsillo, allí estaba. Un bloc de notas de espiral, en su parte superior, dormía un lapicero. Mike, al verlo, reaccionó como si fuera la primera vez en su vida en asombrarse. Le temblaba el pulso cuando extraía el lapicero ante tal hecho mágico. Tenía cierto poder sobre aquella cárcel del subconsciente. Podía crear materia, si es que se podía considerar como tal, pero él se entendía.

—Está claro que ese maldito escucha lo que hablo, también percibe mi presencia en esta maldita sala, por lo que es lógico pensar que puede ver todo aquello que empiece a crear. He de estar atento. Si aparece su cara en esa pantalla, he de esconder todas mis creaciones. Hablo de “todas” como si hubiese originado ya un universo alternativo. El entusiasmo por este pequeño avance, pese a la situación en la que me encuentro, siempre ha sido buen estimulante para mis acciones. Sigamos creando. Piensa Mike. ¿Qué es lo que necesito? ¿Un arma? Podría generar un revolver y, cuando vuelva a aparecer esa cara fea, darle una sorpresa. ¿Y si con esas me mato a mí mismo? ¿Fea? ¡Soy yo, por el amor de Dios! En fin...
    Lo que necesito es salir de aquí antes de volverme loco del todo. Tomar el control de mi cuerpo y contarlo todo a las autoridades. Charles. Sobre todo, a Charles... A ver cómo se lo cuento para que me crea... Va a ser difícil, pero he de hacerlo. Bueno. Mientras pienso en el siguiente paso, voy a sentarme, a observar cómo roban mi vida y a tomar notas. Algo se me ocurrirá. Tiempo, creo que voy a disponer de todo el que quiera.

    Sentado con su bloc de notas, comenzó a escribir desde que su doble dejó la consulta médica. Eran notas simples. Como títulos de novelas. Pequeñas pinceladas de lugares y acciones. Se detuvo cuando anotó teléfono y taxi.

—¡Un teléfono! ¡Eso es maldita sea! ¡Tengo que crear un maldito teléfono! ¡A ver cómo me las ingenio para desplegar semejante artillería psíquica y crear un móvil! Aunque con uno de dial de disco antiguo me conformo.

    Cerró los ojos e imaginó que, en una de las paredes laterales de la sala de cine, se encontraba una antigua cabina de teléfonos. Construyó una historia, un relato en el cual se imaginaba en la taquilla del cine pidiendo una entrada para ver la película que tocara. Con paso firme se dirigía al interior de la sala. Deteniendo su paso al observar curiosamente una cabina telefónica de aquellas antiguas. Llamó su atención por lo inusual de su localización, es decir, dentro de la sala de cine.

    Abrió los ojos con la esperanza de que su pensamiento, relatando como pudo ocurrir, sirviera como contexto y refuerzo para el primer intento de creación mental telefónica.




    Volvió a aparecer en su faz aquellos gestos felices de satisfacción cuando contempló la presencia de aquella antigualla. Sus ojos brillaban de alegría al percibir su posible vía de escape. Encerrado, como él, entre aquellos viejos vidrios que formaban el cubículo, se hallaba el auricular reposado sobre el brazo del viejo cajetín telefónico.

—Diablos, espero no tener que crear monedas para hacer funcionar esta reliquia de la comunicación. La última vez que usé un trasto como este fue a finales de los años noventa. No es porque lo haya creado yo, pero, me ha quedado resultón. Ahora solo queda que resulte funcional.

    Se acercó a la cabina, caminaba con paso pausado hacia ella, alternaba su mirada entre la cabina y la pantalla de cine.

    Quedó algo extrañado. Ya que hacía escasos segundos, su alter ego malvado estaba indicando la dirección al taxista y ahora lo observaba subiendo las escaleras de su habitación. Habría jurado que apenas habían transcurrido escasos minutos desde el hecho de tomar el taxi y encontrarse tan pronto en la mansión.

—¿Es posible que en este lugar se dilate o distorsione la percepción del espacio-tiempo? Estoy en un lugar desconocido. Si bien con formas reconocibles construidas por mi mente para sentir un espacio apacible, desconozco en verdad dónde me encuentro. Perdido en algún punto entre el universo y mi conciencia... Concretando, con base en lo observado, podría afirmar que sí. Que el espacio y el tiempo en este sitio no siguen las mismas leyes físicas de mi verdadera realidad. He de darme prisa en salir, hacerme con el control de mi cuerpo y mi mente y eliminar a ese maldito impostor.

    Cada paso que daba en dirección al teléfono, más parecía alejarse la cabina de él. Como en aquellas pesadillas con pasillos infinitos en los que nunca alcanzas la puerta del fondo. Todo parecía ser un desafío de ingenio entre los dos “Michaeles”. Uno creaba la solución a un problema e inmediatamente el otro creaba nuevos desafíos. Todo dentro de aquel contenedor de pesadillas.



    Comenzó a correr en un intento de ganar terreno, aunque fuera ínfimo, en vano. Permanecían los dos, hombre y cabina, a la misma distancia, el uno de la otra. Se sentía ridículo. Como si estuviera en una de esas cintas de correr esperando a terminar su serie o la caída irremediable al suelo por el pago de su novata experiencia. Cuanto más corría, más se acentuaba el efecto túnel distorsionando la sala de cine tomando como punto de fuga la propia cabina.

    Se rindió al imposible. Estaba cansado. Por lo menos se sentía así, ya que su cuerpo físico no le pertenecía, ni siquiera estaba allí. Pero necesitaba pensar como siempre para que todo volviera a ser como siempre. Tomó asiento en una butaca para descansar sus piernas y recuperar aliento.
Cerró sus ojos e imaginó un cigarrillo en sus manos. Al abrirlos, allí estaba, encendido y con la primera bocanada saliendo ahora de sus pulmones.

—Siempre me ha gustado ver cine fumando un pitillo —aspiró con fuerza haciendo que el fuego se intensificara al rojo vivo en el extremo de su cigarro—.

    Exhaló el humo hacia la pantalla de la sala. El sabor del tabaco estaba muy bien conseguido por su parte. Lo siguiente sería imaginar un buen vaso cargado de whisky escocés. El mejor que pudiera conceder su recuerdo. Lo cierto es que no se podía permitir el lujo de rendirse. Solo estaba recuperando aliento. Nada era lo que parecía, sino que parecía lo que era. No podía alcanzar la cabina de formas o maneras normales, realistas.

    Había que adaptarse a lo paranormal del lugar y probar métodos surrealistas. Estaba en el núcleo de la creación. Como escritor, debía construir sus propias realidades circunscribiendo el magnetismo de aquel lugar que repelía las maneras más cercanas a lo formal.

    Inhaló la última calada que le quedaba arrojando al suelo lo poco que quedaba del tabaco. La colilla desapareció con destellos dorados y luminosos antes de concluir su viaje en la moqueta.

—"Sigue el camino de baldosas amarillas" ¿Cuántas citas de cine llevo? No me extraña que haya elegido este espacio como cárcel, tengo el cine más presente de lo que creía —se puso en pie con intención de ponerse en marcha de nuevo hacia el teléfono—.

    Recordó las palabras de Glinda, el Hada Buena del Norte del mundo de Oz. Un camino que llegaba hasta las puertas del mismísimo Mago para ayudar a Dorita a regresar a su casa. Los escenarios eran distintos, aunque la finalidad era compartida. Una vez más debía crear para dar con la solución al problema. Hasta ahora le había dado buen resultado cerrar los ojos e imaginar. Eso hizo. De nuevo el entusiasmo conquistó su rostro. Un pequeño camino de baldosas amarillas partía desde su butaca hasta la puerta de la cabina telefónica.

"Follow the Yellow Brick Road… Follow the Yellow Brick Road… Follow… Follow… Follow… Follow… Follow the Yellow Brick Road" —cantaba pausado y feliz mientras recorría el camino de baldosas amarillas, viendo cómo, esta vez sí, la cabina no se alejaba de él. Logró llegar a la puerta. Entró en la cabina y descolgó el auricular. Lo llevó a su oído y dejó de cantar de inmediato. Nuevo desafío se presentaba. El teléfono no daba señal alguna. Muerto. Desconectado. Aun así, intentó marcar el número de emergencias. Silencio absoluto por respuesta.

Colgó de forma colérica, materializando su frustración en forma de golpe seco al dial numérico con su puño, al mismo tiempo que gritaba con desesperación. Había dado un paso más, pero sin tiempo para celebrarlo. El teléfono no funcionaba, hecho que ponía en jaque su fuga, su auxilio.

Más calmado dijo: —Al menos hemos tendido puentes — en referencia al camino recién creado —.


—Regresaré a mi asiento. Parece que allí las ideas fluyen de formas más espontáneas. He de pensar en otra cosa, aunque teniendo en cuenta este teléfono. Puede ser la clave o la pista que nos lleve a la siguiente hasta que logre salir de este maldito lugar.

Nada más dar la espalda a la cabina e iniciar el paso, se detuvo en seco. Quedó paralizado al escuchar un sonido muy familiar. Antiguo sonido pero familiar. Era la inconfundible llamada de los antiguos teléfonos. Ese característico "ring" vociferaba incansable y repetitivo desde el teléfono. Lo descolgó muy rápido, pero lo llevó muy lentamente a su oído.

—¿Diga? ¿Quién es? ¡Hola! ¡Hay alguien!
El silencio dio paso a una respiración, a esta le siguió una leve carcajada en tono grave.
—Mike, Mike, Mike... Pórtate bien. No te resistas, créeme, será mejor para ti obedecer...







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