MIND capítulo 7 Darkness

MIND


"Darkness"


Índice de capítulos anteriores:

MIND. Capítulo 1. Perturbación en la nada.

MIND. Capítulo 2: La puerta blanca.

MIND. Capítulo 3: -Él-

MIND. Capítulo 4: -Ella-

MIND. Capítulo 5: Notas.

MIND. Capítulo 6: El otro lado. 


Capítulo 7

-Darkness-


Cerró la libreta y continuó observando la ciudad a través de la ventana del autobús. La lluvia no asomaba ni tímida. Parecía resistirse a hacer acto de presencia pese a que el ejército de nubes cada vez se hacía más fuerte en el cielo. —Seguro me espera a que baje del bus. —Pensó Jaime mientras guardaba la libreta en el bolsillo de su gabardina y tomaba la cinta de su maletín con el ordenador del trabajo para colgarla en su cuerpo como si fuera un rifle en tiempos de paz. Se acercaba su parada y había que anticiparse haciendo guardia en la puerta de salida.

Una mano agarraba la cinta, la otra agarraba firme una de las barras del bus. El conductor acostumbraba a frenar, como si no hubiera un mañana, a escasos metros de la parada. Requería de toda su fuerza y destreza para no caer. O eso le gustaba pensar, siempre fue un aficionado a los juegos de rol y a veces imaginaba partidas o acciones en su imaginario que solapaba con momentos de monótona y aburrida realidad. Bajó del bus y se atrevió a desafiar un poco más a la lluvia que se empeñaba en no caer. No iría derecho a casa. Era viernes y necesitaba aprovisionarse para pasar la tarde y retrasar todo lo posible la previsible salida del sábado a por más de ellas.

No solo de comida. También quería abastecer su intelecto, se pasaría antes por la librería para ver si estaba el libro que había encargado la semana pasada, seguro lo habían recibido. A la antigua. Jugándosela en una tienda física de las de toda la vida. Sin la seguridad que proporciona la notificación de turno en el móvil. Si no estaba, si no había llegado, probaría otro día. ¿Quién sabe? Lo mismo salía de la tienda con nuevas propuestas de lectura que esperan ser descubiertas.

La puerta hizo sonar las campanillas de la entrada, para anunciar al vendedor que había entrado nueva clientela. Un par de clientes miraba las estanterías repletas de libros. Eran como cachorros que esperan ser adoptados. Uno de ellos leía la contraportada. No debió seducirle, ya que lo devolvió de nuevo a su sitio. Uno más que se quedaba sin hogar. El tipo seguía cogiendo y leyendo contraportadas. Parecía estar decidido a no irse de vacío. Otro tipo estaba en la caja. Se llevaba dos ejemplares a su casa.

Jaime se puso detrás esperando ser atendido por el librero. En lo que terminaban de realizar la transacción de cultura y economía, Jaime miró la gran estantería de su derecha. Donde reposaban los clásicos de la literatura. Perros viejos que no necesitaban de mucha adopción, ya que no deben faltar en ninguna librería ni tan poco en ninguno de los hogares. Detuvo su mirada en una edición especial de "Don Quijote de la Mancha". Jaime sacó su libreta y añadió un nombre. Alonso. En recuerdo al ingenioso hidalgo.

—Muchas gracias, que disfrute de la lectura. —Le dijo el librero al cliente con el que había cerrado la venta. —Buenas, Jaime, ha llegado tu libro. Un segundo que voy al almacén. —Tienda pequeña, almacén pequeño. No tardó ni dos minutos en regresar.
—Aquí tienes. ¿Efectivo o tarjeta?
—Tarjeta. Tengo el ticket de la reserva. Pagué los cinco euros de señal.
—Veamos, sí. De acuerdo, pues, restan 14,95 euros. ¿Una bolsita?
—Pues sí, dámela, que parece que en cualquier momento va a empezar a llover, así lo protegemos. 
—Pues aquí tienes, Jaime. Un placer, como siempre.
—Gracias a ti. Ya me pasaré otro día a hacerte otro encargo. Estoy entre dos libros que quiero localizar, pero no me decido cuál va a ser primero. Ya te diré. ¡Nos vemos!



Abandonó la tienda, despidiéndose con el mismo tintinear de campanas que se escuchó al entrar. Las nubes hacían que la calle pareciera más oscura que su hora real correspondía. No ponía mucho cuidado al posible agua, ya que la librería y la tienda hacia donde se dirigía ahora, le pillaban camino de casa.

De su paso por la tienda no hubo nada que anotar en su libreta. Solo cargar con algo para tomar en una tarde de viernes, unas cervezas, y algo para cenar.

Llegó a su casa y lo primero fue despojarse de las cargas. Maletín con portátil cerca del mueble del recibidor. Comida y cervezas en la encimera de la cocina y la bolsa con el libro encima de la mesa del salón. Al pensar en el libro, no pudo evitar pensar en la habitación custodiada por la puerta blanca. Siempre que entraba en casa quería creer que no pensaba en ella. Pero estaba muy presente siempre en su conciencia. A veces disimulaba peor, otras mejor. De esta última caían siempre los viernes. El fin de semana daba un extra de confianza haciéndolo más llevadero. Dejó de mirar la puerta para prestar atención a la compra realizada en la librería. Sacó el libro de la bolsa. Lo empezaría a leer de inmediato. Nada mejor para comenzar el fin de semana que una buena lectura de un buen libro de ciencia ficción. Lo llevaba esperando con ganas y hoy sería el comienzo para adentrarse en su mundo. Era de su autor favorito. Philip K. Dick y se trataba de una de sus mejores obras: "Los tres estigmas de Palmer Eldritch"

Acompañaría la lectura con la primera de las cervezas del viernes y un cigarrillo. Sofá de lectura, lámpara en posición y algo de música jazz para completar el cuadro de ambientación perfecto. Pero como siempre suele ocurrir cuando creas un entorno confortable y todo parece indicar que vas a pasar una buena velada solitaria, algo lo rompe. En este caso, el sonido de llamada entrante del móvil.

—No me lo puedo creer. Parece que lo huelen. No falla. ¿Quién demonios será?

Cambió el móvil de la mesa por libro y cerveza. Miró la pantalla y vio el nombre de "Pablo Pueblo" junto con la foto del susodicho. Era Pablo, evidentemente, el mejor amigo de la infancia de Jaime. Las anécdotas y batallas de sus salidas nocturnas allá en el pueblo, cuando gozaban de la virtud del tiempo, podían llenar bibliotecas de escritos. Ahora, solo se juntaban para recordar viejos tiempos.

Por un momento pensó en no contestar. Ya tenía planes para terminar su viernes particular de cerveza y lectura. Pero tratándose de Pablo, era muy capaz de llamar insistente hasta quemar el teléfono o de presentarse en su casa si no contestaba por ver qué pasaba. No era preocupación fraternal. Era más bien el egoísmo de la soledad. Seguro le habían fallado otros planes y Jaime era una apuesta segura. Algo podría sacar. Contestó con el protocolario:

—Sí, ¿dígame?
—¡Ese Jaime! ¿Qué pasa loco? ¿Qué tal estás?
—Pues mira, aquí, en casita. Descansando un poquito del curro.
—¿En casa? ¿Un viernes? Estás hecho polvo. Con lo que tú eras.
—Sigo, sigo. Sigo siendo Pablo, que todavía no estoy tan carca. ¿Tú qué tal?
—Bien. Oye, ¿te apetece que quedemos para cenar y luego irnos a tomar algo? Van a venir estos.
—¿Quiénes?
—Pues los de siempre, la Carlota, el Vives, el Juancar y la Cristi. ¿Te apuntas? Nada, vamos a ir de tranquis. Cenita y unas copitas, que ya tenemos una edad.
—Buff. Pues es que me da pereza total. Ha sido una semana muy intensa en el curro y...
—¡Venga, tío! —interrumpió Pablo. —No me seas muermo. Que hace mil que no quedamos. Venga, va. Que va a ser de tranqui, te lo juro.
—De tranqui. Ya me conozco yo tus tranquis. Vale, venga. Iré, porque si no, no me vas a dejar de dar la brasa.
—Genial. Pues reservo en "Rosis" para las ¿nueve y media? ¿Te viene bien?
—Nueve y media. Perfecto. Allí estaré.
—Luego iremos al "Darkness", para recordar viejos tiempos. ¿Te acuerdas la última que montamos allí? Fue...
—¡Venga, Pablo! Te veo a las nueve. —Colgó. Esta vez le tocó a Jaime interrumpir. No quería que se alargara demasiado la conversación recordando batallitas personales añejas, más cuando esa misma noche saldrían algunas a la palestra, en coro de a seis.

Lo dicho. Ya solo quedaban para recordar viejos tiempos. No construían nuevos recuerdos. Eran nostálgicos a tiempo parcial del pasado. El único nexo que los unía. Un nexo triste, pues estaba construido por entero de alcohol.

Cambió de nuevo el móvil por su libro. Agarró el tercio de cerveza y lo remató. Necesitaría otro. Era aún temprano para el siguiente acto del plan y la tarde, por el momento, le pertenecía. Seguiría con su lectura, sus cervezas, su música y su tabaco. Hasta que diera la hora de marcharse con aquellos que habían interrumpido su viernes.


La llamada hizo que estuviera más pendiente de esa cena que de su lectura. Decidió aparcar el libro en la mesa y empezar los preparativos. Una ducha, elegir vestimenta y entonarse un poco con el resto de las cervezas. Era lo bueno de la cerveza. Se amoldaba y servía para cualquier cambio de planes. Era como el hilo conductor de cada fin de semana.

Llegó puntual a su cita. Los fumadores esperaban fuera del restaurante su llegada, el resto, guardando la mesa. Cuando se reunieron todos, entraron a dar cuenta de la carta. La cena fue agradable y satisfactoria. Los recuerdos fluían, iban y venían del limbo de la memoria para materializarse en relatos. A medida que pasaba el tiempo, el tono y las risas iban en aumento debido a la ingesta de vino, cervezas y otros licores que siguieron a los postres. La desgana con la que Jaime salía de casa quedó diluida al poco rato de estar acompañado de sus viejos amigos. Terminaron de pagar la cuenta, cada uno lo suyo y siguiente asalto.

Tenía planeado desde un principio acudir solo a la cena. Pero el alcohol hace bajar la guardia de la determinación. Es un mal consejero con muy atractiva seducción, por lo que no dudó ni un segundo en acompañarlos al "Darkness" para seguir con la fiesta.

El Darkness era uno de los pocos supervivientes de los antiguos garitos de los años 90 que quedaban en la ciudad. Un bastión del recuerdo, como toda aquella cena, noche y reencuentro. Un cúmulo de vivencias pasadas que ahora querían revivir tomando el mando por la fuerza del recuerdo. Parecía no haber intención o necesidad de construir nuevas vivencias que entraran en el juego de la memoria. Los nuevos recuerdos ya no se construían. Se calcaban con viejo papel desgastado. Las últimas salidas nocturnas parecían tener un guion escrito del que no se podía salir.

Jaime y su grupo lograron abrirse paso entre la multitud y conquistar un pedazo de barra donde poder aprovisionarse de copas y dar rienda suelta a conversaciones a golpe de voz en grito, en un esfuerzo por hacerse oír entre la atronadora música que excedía en mucho, lo que se podía considerar sano para los tímpanos.

La oscuridad abnegaba el local de forma intermitente. Las luces de los láseres y focos iban y venían, como las copas, a sus estómagos. La música no quería agotarse esa noche, ni tampoco las decenas de gentes bailando al ritmo que marcaban las baterías, las guitarras eléctricas y los chillidos del infierno del metal. El humo artificial de las máquinas aliñaba el paisaje, haciendo que el Darkness hiciera honor a su nombre.

Pasaba la noche y Jaime empezó a notar los efectos del alcohol de forma física. Necesitaba evacuar el líquido ingerido. Encaminó sus pasos al wc. Abriéndose paso entre el ejército de las tinieblas que ocupaban su camino. Llegó al primer destino. La música aquí estaba algo más amortiguada por la serpenteante forma del estrecho pasillo que daba a la puerta del baño. Entró y le sorprendió que estuviera completamente vacío.

A su derecha, una fila de puertas con retretes en su interior. A su izquierda, una fila de lavabos con un gran espejo que los recorría de un extremo a otro. Al fondo, secadores de mano con papeleras a rebosar de papeles con restos de material orgánico, por llamarlos de alguna manera. Aun con los flexos encendidos, la estancia permanecía apagada en tenue luz verdosa. 



Terminó de hacer lo suyo y fue a los lavabos a higienizar sus manos. Mientras las embadurnaba en jabón y las ponía en la corriente de agua del grifo, observaba su rostro en el espejo. Algo lo hizo parar de pronto.

Un vórtice de sombra oscura empezó a aparecer en el centro del espejo. Jaime se acercó a observarlo. Empezó a ver cómo, desde el interior de la abertura que estaba formando, se materializaba al otro lado una imagen semejante a la estancia que ocupaba. Era el mismo baño, pero del revés, como si fuera la imagen en el espejo. Solo que él no se reflejaba. Donde su imagen debía aparecer, vio la imagen de una mujer y un hombre al otro lado. Jóvenes. De unos treinta o treinta y cinco años. Los miraba asustado. Los señalaba mientras su cara se le desencajaba al intentar encontrar lógica a lo que estaba contemplando.

—¿Quiénes sois? ¿Sois vosotros? ¿Qué hacéis ahí? —Pronunció Jaime.
—¡Puede vernos! —Dijo Claudia a Lucas —¡Hola! ¿Puedes vernos? ¡Ayúdanos! ¡Sácanos de aquí! ¡Hola! ¡Socorro! ¡Ayúdanos! ¡Socorro! —Empezó a gritar desesperada. —¡No! ¡No! —Gritó aún más cuando percibía que el vórtice, poco a poco, se iba cerrando.
—El UMBRAL, DEBÉIS BUSCAR EL UMBRAL —Gritó a su vez Jaime mientras quedaba apenas un ápice de abertura. Finalmente, se cerró por completo. La sombra se disipó y solo quedó el espejo que volvía a reflejarlo en los lavabos del Darkness.



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