MIND. Capítulo 2: La puerta blanca.

MIND

"La puerta blanca"


Índice de capítulos anteriores:

MIND. Capítulo 1. Perturbación en la nada. 


-MIND. Capítulo 2: "La puerta blanca"-


El sonido de la alarma de su móvil lo despertó. Con un pequeño gesto de sorpresa y haciendo un respingo improvisado, se incorporó como si ensayara estar sobresaltado. Miró la pantalla de su móvil guiñando un ojo, por la molestia que suponía el contraste de luz en sus dilatadas pupilas, debido a la ausencia de la misma durante la noche. Eran las 6:23. Hora y minutos un tanto extraños para fijar como punto inicial de la mañana. Sentado en su cama, alzó los brazos para desperezarse. Rascaba su cuello al tiempo que ejecutaba tal bostezo que dejó sin aire la habitación.

Había descansado bien. Había tenido un extraño sueño de universos atrapados en cubos, luz, oscuridad, nada y vacío. Pero como ocurre con la inmensa mayoría de sueños, al poco tiempo, quedan borrados de la memoria o, en su defecto, almacenados.

Puso su cafetera a trabajar. Primera tarea de la mañana realizada en actos mecánicos. Como la ducha que le seguía. Maximizando todo lo posible el tiempo, para poder aprovecharlos durmiendo un poco más. Cinco minutos de sueño a veces resultaban en un universo de descanso. Sobre todo, en aquellas madrugadas de otoño.

Antes de entrar al baño, miró la puerta de inmaculado blanco de aquella habitación cerrada. Tras el umbral… Rechazaba entrar al mismo tiempo que lo atraía obsesivamente. Estar en aquel lugar, detrás de aquella puerta blanca, producían en él, sentimientos enfrentados. Placer y dolor. Ira y calma. Locura y cordura. Amor y odio... Algo siempre lo atraía al mismo tiempo que luchaba por desasirse. Aquella puerta blanca. Aquella habitación inquietante de su casa.

Se quedó parado, observando y escuchando. A esas horas parecía que dormía. No escuchaba nada. Eso lo tranquilizó. Entró al baño para despejarse con agua antes que con la cafeína, que ya silbaba su cafetera, anunciando tan preciado estimulante. El café desconectaba del todo del mundo de los sueños. Lo vertió en su taza favorita, esa con un estampado con una frase recurrente, hasta la mitad. La otra mitad con leche directamente de la nevera. De ese modo quedaba a la temperatura adecuada para beberlo sin prisas pero sin pausas. Ganando de nuevo tiempo. No demoraría en acabar ese primer intento de desayuno, lo suficiente para no dormirse a medio camino. A esas horas, el estómago no podía contener nada más.

Algo había que disfrutarlo, de modo que fue a la mesa pequeña de su salón. Enfrente y a su izquierda veía su habitación con la cama desecha. A la derecha, tomando un poco de distancia, la habitación cerrada cuyo guardián era la cerradura de esa puerta blanca. Volvía a mirarla con atención, prestando sus sentidos por ver si emitía cualquier tipo de quejido o llamada. Silencio. Solo roto por el sonido de sus sorbos al café.

La taza en alto para terminar su brebaje anunciaba la hora de marcharse. Tomó su gabardina y el maletín con su ordenador. En su bolsillo derecho, las llaves de la casa. Antes de salir, se acercó a la puerta blanca. Acercó su mano lentamente con intención de tocarla, pero no llegó a terminar la acción. La retiró con la misma lentitud. Inclinó su cabeza cerca de ella para prestar mejor su oído. A estas alturas de su insistencia, no sabía muy bien si en su interior quería escuchar algo o no escuchar nada. Tampoco sabría decidir que lo iba a dejar más tranquilo, si una u otra cosa. Sacó las llaves de su bolsillo y buscó la de la cerradura de aquella habitación. Cerró con llave, pero ya estaba bien cerrada. Aun sabiendo que así era, quiso cerciorarse del todo. Más valía estar seguro.

La parada de autobús estaba cerca, a un agradable paseo de madrugada. Debía asegurarse de estar más o menos a las siete y cuarto. Tiempo de sobra para pasear hasta ella y fumarse el primer cigarrillo de la mañana. Llegó puntual al trabajo. Eran las ocho en punto cuando saludaba a la secretaria de su jefe y entraba en la sala común de su lugar de trabajo. Hoy estaba concurrido. Los jueves era cuando más compañeros acudían de forma presencial, quedando unos pocos para el teletrabajo. Los jueves también venía Valentina. Su más amor secreto.

La sola presencia de Valentina, hacía más felices las horas de trabajo. Ella levantó la mirada que le regalaba a su monitor para observar la llegada de Jaime. Aquellos preciosos ojos observaban como se acercaba a la mesa que tenía enfrente y comenzaba a montar su ordenador portátil. Cuando terminó de darle los buenos días, sus mejillas enrojecieron un poco y sus ojos volvieron al monitor. –Buenos días, Valentina—pronunció tímidamente Jaime.

La mañana de trabajo transcurrió hasta la hora del almuerzo. Parada obligatoria en la que unos pocos iban al local de enfrente del lugar de trabajo. Sobre la mesa redonda del bar, iban llegando los cafés y las tostadas para Jaime, Mario, Alberto y Valentina. A esas horas de la mañana tardía, Jaime, prefería un pincho de tortilla española con refresco de cola. Hablaban del trabajo. Jaime solo escuchaba. Le aburrían esas conversaciones de gente y compañeros que no podían hablar de otra cosa que no fuera de trabajo, aun siendo un descanso del trabajo. De vez en cuando miraba a Valentina, que también escuchaba sin apenas participar. El tiempo de descanso se convertía en improvisadas reuniones de empresa.

--Por fin jueves, chicos. Después del curro, unas birras, ¿no? —Dijo Alberto.
--Como lo sabes—Contestó Mario alzando su taza de café en señal de brindis.
--¿Tú vas a ir? —Le preguntó Jaime a Valentina.
--No puedo este jueves, chicos. Tengo que estudiar para mi examen de la semana que viene. Lo siento. Quizás el siguiente jueves.
Mario y Alberto pronunciaron un sentido coro de lamento. Sobre todo, Mario, que también se sentía atraído por Valentina. –Y tú, Jaime, ¿te apuntas? – Ir sin Valentina a las sesiones de cervezas de los jueves no era lo que más le apetecía, pero ya había precedentes y no había resultado tan horrible la experiencia, más sabiendo que aquellas sesiones también se convertían en reuniones improvisadas de empresa. Habría ido sin dudar si Valentina lo hubiera hecho también. Pero el hecho de que no acudiera, era un agravante para su decisión. De pronto se acordó de la habitación de su casa. Aquella que guardaba su blanca puerta. Lejos de lo que sentía aquella madrugaba, ahora tornaba en ansias por llegar a casa lo antes posible dejándose poseer por su llamada.

--Me temo que tampoco puedo, lo siento chicos. —
--Venga tío, no seas aguafiestas. Tómate al menos una y te vas.
--Sabes que eso no funciona ¿Verdad? No, lo siento, no insistáis, de veras. Tengo cosas que hacer.
--¿Qué cosas? ¿Jugar a los marcianitos? ¿No me digas que prefieres jugar a la consola antes que quedar con tus amigos?

--No me tientes a responderte, Alberto. —Contestó Jaime medio riendo. Medio en broma. Aunque como reza el refrán: “Entre broma y broma, la verdad asoma”—Tengo trabajo. No puedo. Pero como dice Valentina, el jueves que viene ficho. Prometido.

Volvieron a sus puestos de trabajo terminado el almuerzo. La jornada laboral iba a concluir sin menor contratiempo. Había sido un día tranquilo. Lo que más le mereció la pena a Jaime eran esas miradas furtivas que se cruzaban sin querer entre él y Valentina, sin apenas coincidencia. Cuando la suerte o el destino hacían que esas miradas se encontraran, ambos reían tímidamente. Sin delatarse que ambos se amaban en secreto sin saberlo.

Llegó el momento de recoger su ordenador y guardarlo en su maletín. Cerró su cajonera con llave y ofreció a los compañeros que quedaban sus mejores deseos por pasar una buena tarde. Un “hasta mañana” y camino del bus que lo llevara a casa.

En el trayecto, sentía una necesidad obsesiva por llegar a casa y traspasar el umbral de aquella habitación que tan celosamente había custodiado bajo llave antes de ir al trabajo. El mismo paseo agradable de madrugada lo hacía ahora con paso acelerado. Pulsaba compulsivamente el botón del ascensor de su bloque de viviendas, como si su insistencia fuera a influir en el movimiento del cacharro para que se diera más prisa.

Entró en casa. Se despojó de gabardinas y maletines y fue hacia el salón con las llaves en mano. Su respiración era fuerte y jadeante. Estaba nervioso. El pulso le comenzó a temblar cuando observó que, de los marcos de la puerta de aquella habitación prohibida, salía un haz de resplandeciente e inmaculada luz blanca. La puerta contenía aquella luz al tiempo que la oscurecía por contraste de la misma. Jaime alzó sus manos para amortiguar la luz del haz que lo cegaba. Con sus pupilas algo más acomodadas se acercó a la puerta, tomó sus llaves y liberó la cerradura. Al abrir, libró todo el potencial de luz contenida en la habitación. Desde el salón se podía ver su perfilada silueta en sombra frente a la puerta. Cómo la luz lo dibujaba y contorneaba a su paso.

La luz cesó. Jaime entró a la habitación prohibida. Cerró con llave desde dentro.

Se escuchó lo que parecía un lamento. Un quejido al silencio. Lo siguió un estruendo ensordecedor que fue acallado por minúsculos sonidos parecidos al pulso de algún animal pequeño.




Comentarios

  1. Nos quedamos en ascuas tras ese estruendo ensordecedor, esperaremos el siguiente capítulo.
    Tienes una forma de escribir que atrapa.
    Saludos!

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