MIND
Índice de capítulos anteriores:
MIND. Capítulo 1. Perturbación en la nada.
MIND. Capítulo 2: La puerta blanca.
-Capítulo 5-
-Notas-
El móvil anunciaba, cantando y vibrando sobre la mesita del salón, el nuevo día. Jaime lo iba posponiendo a cada nuevo reclamo. Estaba rendido al sueño, tumbado, encogido de medio lado en su sofá.
Había permanecido en la habitación de la puerta blanca hasta altas horas de la madrugada. En algún momento que no recordaba, había logrado salir de allí. Se tumbó en el sofá y concilió el sueño. El recuerdo de su estancia en la habitación lo despertó y despejó de inmediato, más que el quejido de su móvil que lo llamaba por quinta vez. La puerta estaba abierta. Torpe error por su parte. Culpaba su infortunio. El sueño y el cansancio no podían ser justificaciones a su descuido.
Se apresuró acercándose al quicio de la puerta. Todo parecía en calma. No se escuchaba nada. Tampoco estaba la presencia de luz. El Umbral, como lo llamaba Jaime. Cerró despacio, no fuera que estuviera durmiendo y despertara. Era tarde y no podía hacerlo frente. ¿Cuánto de tarde? Miró su móvil y casi podía notar la mirada del tiempo. Las 7:03 de la mañana. . —Mierda, voy a llegar tarde.
Era hora de convertirse en multiusos. Café soluble con leche ajustada en el microondas mientras, camino de la ducha, pedía un taxi para dentro de quince minutos en su portal. Mientras se terminaba de vestir, terminaba su taza de café. En dos minutos llegaría el taxi. Tiempo más que de sobra para tomar su abrigo y maletín con su portátil y salir disparado camino del trabajo. Llegó tarde, pero llegó.
Sarai, la secretaria, le dio los buenos días algo extrañada. —Buenos días, Jaime, ¿cómo un viernes tú por aquí? —Maldijo cien veces su estampa en forma pensativa. Maldijo los días, el móvil, la madrugada, la habitación maldita, su condenada puerta blanca y las alarmas del despertador. Todo en un segundo de maldición pensativa. Hoy era viernes. Y los viernes, teletrabajaba. Improvisó sobre la marcha para no quedar como un tonto despistado que no sabe ni en el día en que vive.
—Buenos días, Sarai, sí, eh, bueno. Necesitaba venir hoy. Tengo que ir a… A comprar algo en la papelería, sí. Como está cerca del trabajo, he aprovechado y he venido hoy a la oficina. Así, en la hora del desayuno, me acerco y lo compro. Ya cambiaré el día para recuperarlo la semana que viene. Teletrabajaré dos en vez del “uno” de costumbre, si no hay problema. Disculpa si lo comunico ahora, pero ha sido casi improvisado.
—Descuida, Jaime. No creo que haya problemas. No estamos ahora en un pico de trabajo muy acusado.
Jaime se dirigió a su mesa y comenzó su ritual laboral.
—Menuda cara traes. ¿Al final, saliste ayer con estos? Preguntó Valentina.
—No. No salí con ellos. Me fui a casa y… He pasado mala noche, supongo. ¿Qué tal tus estudios? ¿Avanzaste mucho? El jueves que viene no podremos decir que no a este par de dos.
—Van muy bien. Me vino genial quedarme ayer estudiando. Descuida. El jueves allí estaré contigo.
Al decir esto, Valentina enrojeció sus mejillas. Aunque era un anuncio general para estar con sus compañeros de trabajo, también era una declaración encubierta de sus intereses reales. Si por ella fuera, estaría solo con él hasta que sonaran las trompetas del día del juicio final.
El día se desarrolló con tranquilidad. Tal y como había improvisado, a la hora del desayuno, faltó a la cita con sus compañeros para dar verosimilitud a la farsa de su escusa. Encaminó sus pasos, no a la cafetería, sino a la papelería, para comprar lo que se le ocurriera por el camino. Quizás, una vez en la papelería, algo llamara su atención, como así fue. Una pequeña libreta de notas y un bolígrafo de tinta azul. Pensó que le vendría bien. Ya tomaba notas en su móvil, pero creía que delegábamos mucha confianza en la tecnología. La tecnología siempre falla. El papel es más seguro como soporte. Y más duradero. Reflexiones que se hacía camino del trabajo. Contento, con su improvisada compra.
Después de unos cuantos cruces de correos electrónicos, unas localizaciones de albaranes perdidos, unas llamadas a los proveedores y un puñado de miradas cruzadas con Valentina, concluyó la jornada laboral.
Recogiendo su equipo, por un segundo, estuvo a punto de preguntarle a Valentina qué iba a hacer el fin de semana, con intención de invitarla a comer en algún lado. Mario se le adelantó. Jaime bajó la mirada para atender sus tareas de recogida, así no tendría que atravesar con ella a Mario y hacer patente sus celos ante la escena. Valentina salía al paso de la propuesta de forma rápida, aludiendo a que pasaría la totalidad del fin de semana, viernes tarde incluido, en el pueblo de sus padres. Lo vio venir de lejos. Mario no le interesaba. Jaime cerraba su maletín con una sonrisa de alivio. Relajó su mirada y deseó buen fin de semana a todos los presentes mientras abandonaba la oficina.
La aplicación del móvil decía que aún quedaban doce minutos para que llegara su autobús. De modo que encendió un cigarrillo para amenizar la espera. Dio una profunda primera bocanada. Pensaba en Valentina. Se veía junto a ella camino del pueblo. Pasar el fin de semana en su entorno. Con su familia y amigos. Tardes de vino y conversaciones. Noches de películas y paseos nocturnos. Hablar del futuro. Del pasado. Tomarla de la mano. Mirar en sus ojos y encontrarse en su mirada...
El sonido de la puerta del autobús lo trajo de vuelta. Tiró la colilla antes de entrar y buscó un asiento libre. Casi siempre que hacía este ejercicio, pensaba en cuánto era suficiente. Había pasado ocho horas sentado en la oficina y aún quería más. Le parecía curiosa esta forma de estar cansado y al mismo tiempo descansado. Era así. Hoy tocaba así. El sueño de una mala noche ayudaba a decidirlo. Tomó asiento.
Por la ventana miraba cómo la ciudad empezaba a nublarse. Observaba el deambular de la gente, a pie o en sus coches, preparando la marcha hacia su descanso. Al menos los que se encontraran en su misma situación, ya que el ser vivo artificial de la ciudad, nunca descansa. El bus se adentraba en el torrente sanguíneo artificial camino de su casa. Se acordó de su libreta. La sacó de su bolsillo y comenzó a anotar en ella lo siguiente:
-Él-MiguelJuanCarlosFernandoAlbertoAlejandroLucasArturoRicardoAntonio-Ella-ClaraValentinaJuliaCarmenClaudiaSaraCarolinaSandraPaulaMaría
Fue anotando nombres de mujer y de hombre. Luego los tachó, excepto dos de ellos. Uno para él, otro para ella. Ambos los redondeó con un círculo. —He de encontrarlos.— Dijo. Cerró la libreta y continuó observando la ciudad a través de la ventana del autobús.
Nota del autor:
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