-Mierda. Ha quedado totalmente inservible. Uno menos. Ahora mi única esperanza es llegar a tiempo con Ian y ver qué podemos hacer.-
Dijo Conrad al observar cómo su portátil había quedado destrozado al alcanzarlo uno de los disparos láser. Por suerte, él no estaba herido. Solo su ordenador y su mochila.
Depositó lo que quedaba de él en la mesilla de la habitación de hotel. Una vez logró despistar al enemigo, se dirigió a los suburbios. Aparcó la aeromoto que había tomado prestada en el primer apartado poco iluminado que pudo y anduvo dos manzanas hasta llegar al desgastado hotel. Arrojó un puñado de créditos sobre la mesa del recepcionista y éste, sin mediar palabra ni registros de entrada, le proporcionó una tarjeta llave de la habitación. Nada de lujos ni comodidades. Una cama con minúscula mesilla a su lado, una silla junto a pequeño escritorio y un baño, era la compañía que necesitaba hasta que llegara la hora de encontrarse con Ian.
Su arma también se salvó de la quema. De modo que la sacó de la mochila y la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta que descansaba ahora en el escritorio de la habitación. Ajustó la alarma de su reloj para que sonase a las siete de la mañana. A las ocho era la reunión con Ian y el lugar de encuentro distaba media hora de camino a pie desde aquel hotel. Se tumbó sobre la cama e intentó dormir.
Ian y Conrad se conocían desde
hace mucho tiempo. En anteriores ocasiones intercambiaron favores sin llevar
del todo la cuenta de cuanto se debían uno a otro. Ian trabajaba en Memory
System Company. Una megacorporación que se dedicaba al almacenamiento biorgánico.
En otras palabras, almacenaban recuerdos de la gente por un desembolso
considerable, tanto más como tamaño de memoria quisieras guardar, aunque
siempre se escapaba alguna oferta de temporada. Aparte de su nómina en Memory
System, Ian se ganaba unos créditos extras en almacenar memorias y recuerdos de
gente que no podía permitirse las tarifas oficiales. Había encontrado el modo
de hacer negocios y favores a la gente menos pudiente de su entorno. Lo tomaba
como una batalla personal contra una Corpo. Una rentable batalla personal. Se
había hecho con un terminal de descarga de memoria que guardaba celosamente en
su refugio seguro. Aquel al que solo iban los que eran invitados por Ian.
Conrad lo conocía.
En un momento temprano de la rápida conversación que
mantuvo con Ian escasas horas antes en su apartamento, Conrad pronunció la
palabra “
Speedlands”. Desde aquel momento se iniciaba una conversación en clave. “
Speedlands”
era la palabra clave para indicar a Ian que necesitaba verlo en su refugio
seguro. El resto de la conversación a partir de pronunciar dicha palabra era un
juego por si había curiosos oyentes que lo pudieran localizar. Naturalmente, no
iban a quedar en un Bar. Era exponerse demasiado. Cinco individuos lo perseguían y después de los sucesos ocurridos en el garaje de su residencia no había que ser
un Sherlock Holmes para deducir que lo querían muerto. Tiraban a matar sin
preguntar primero. No era muy
inteligente dejarse ver por un Bar. Era necesario mencionar el refugio en la conversación
para asegurarse que seguía operativo. Hacía mucho tiempo de aquella visita.
A las ocho de la mañana debía estar en la entrada del refugio. Con la total seguridad de que nadie lo hubiera seguido. Le expondría lo sucedido a Ian y de buen seguro encontraría una solución o al menos una orientación para alcanzarla.
El despertador sonó a las siete de la mañana en
punto. Justo cunado terminaba de salir de la ducha. Mientras se terminaba de
vestir, encendió el emisor de su mesilla de noche para escuchar las noticias de
la radio. También para acallar el retumbar del silencio de la madrugada. La
radio ofrecía las noticias entre anuncios, más abundantes aún que las noticias.
Anuncios de comida sintética, de bebidas energéticas y de programas de
televisión absurdos, como el violento, pero número uno en popularidad entre los
habitantes de Titan y la envidia en los índices de audiencia de sus rivales: Death Tower Show. Un macabro programa donde desesperados voluntarios ascendían por los pisos de un edificio
acondicionado para el programa, mientras androides asesinos intentaban por
todos los medios darle caza, para que no consiguiera llegar al último de los pisos
donde les esperaba la recompensa. ¿El premio? Un pase vip para la Tierra con
todos los gastos pagados. Era una forma de salir de este maldito planeta. -La gente hace lo que sea por unas buenas vacaciones- comentó en voz alta Conrad mientras se terminaba de vestir
En la sala común del hotel tomó un desayuno rápido y no demoró más su salida. Había que llegar al refugio de Ian. No se encontraba muy lejos de allí, pero era necesario hacer ciertas maniobras de distracción para evitar dejar cualquier pista o rastro de su presencia e intenciones. Debía llegar limpio al punto de encuentro o Ian no le dejaría acceder a su refugio secreto.
Mirando en cada esquina, yendo y viniendo en distintas líneas de metro, a veces cambiando de dirección, dando la vuelta, a veces entrando por una boca y saliendo por la otra sin llegar a coger el tren, tomando un autobús y andando tramos por los entramados canales del río hasta llegar al punto de encuentro: La entrada de una de las gigantescas tuberías de hormigón del canal. En medio de charcos con olor a agua estancada, esperó a Ian, deseando que no se hubiera marchado de la cita al llegar diez minutos tarde.
Una voz desde el oscuro interior de la tubería se escuchó. -
Llegas tarde, espero al menos que no te hayan seguido- Era Ian quien se pronunció. -
Nadie. Estoy al cien por cien limpio- Contestó con seguridad Conrad. -
Bien. Pues pongámonos en marcha.
Se adentraron los dos por la cueva que formaba la gran tubería. Caminaron unos doscientos metros hasta acercarse a un tramo concreto. Ian oprimió un botón en una especia de pequeño mando a distancia y lo que parecía la pared de la tubería se empezó a emborronar hasta que desapareció. Se trataba de un muro ilusorio formado por hologramas que ocultaba una puerta que daba acceso a un pasillo lateral de la tubería.
La puerta tenía un panel de seguridad. Ian tecleó la contraseña de ocho cifras y los cierres de la puerta se quejaron con un sonido seco y lo volvieron a hacer cuando los dos pasaron por su quicio e Ian los volvió a cerrar. Unas escaleras de metal bajaban. Y bajaban. Y seguían bajando. No parecía tener fin. Ambos hombres permanecían en silencio mientras descendían. Ian iluminaba el descenso con la pantalla de su terminal personal portátil.
Llegaron al fondo. A tierra firme. Frente a ellos la puerta del refugio. Una amplia caseta de esas prefabricadas. La energía la alimentaba un generador de plasma que acompañaba a un lado de la caseta. Suficiente para dar energía durante meses. Entraron y cerraron la puerta. Ian preguntó – ¿Y bien? ¿Qué diablos te pasa?
Conrad le contó todo con pelos y señales. No se dejó nada en absoluto para que Ian trazara alguna solución.
-Necesito llegar a la tierra y comunicar lo que he descubierto a la central de las F.S.O.E. (Fuerzas de seguridad y orden estelar) de Newpolis, pero sin algo tangible, solo contaría con mi palabra. Me tratarán por un loco sin datos que prueben lo que digo.- Finalizó Conrad
-No has pensado filtrarlo a la red
-¿De qué me serviría? La red se ha convertido en la moderna botella con mensaje que arrojas al mar. Puede que tenga éxito y se viralice mi descubrimiento. Pero no puedo arriesgarme.
-Entiendo. De modo que el portátil donde tenías los datos ha quedado destrozado. Y por lo que me has contado, posiblemente el origen de los datos, tu querido visor, tiene todas las papeletas de que ha tenido el mismo destino. Solo nos queda lo que hay en tu cabeza. Por eso has acudido al tío Ian, ¿Eh? Bien. Hay que salvaguardar lo que tienes en la memoria. Es tu seguro de vida. Creo que un Holocubo de nivel 3 es el idóneo. Con 24 horas es más que suficiente para ti y para mí, así no levantaré sospechas en mi trabajo y el Holocubo quedará a salvo de preguntas indiscretas. Con ese nivel de grabación ni se molestarán en revisarlo. Siéntate en la “silla” y ponte cómodo mientras preparo la transmisión.
Ian, como habíamos dicho, trabajaba en la corporación Memory System Company. Dicha compañía se encargaba de grabar la memoria y los recuerdos de sus clientes, custodiándolos en Holocubos. Los Holocubos eran precisamente lo que sugería su nombre. Pequeños cuadrados metálicos tridimensionales capaces de almacenar grandes cantidades de datos. Eran el único soporte físico que podían contener la gran cantidad de datos que proporcionaban las memorias y recuerdos de los individuos que compraban sus servicios. La empresa tenía varios paquetes de ofertas. A más memoria querías guardar, mayor era el desembolso de trasmisión, grabado y mantenimiento o custodia de datos en el gran archivo, donde se almacenaban los Holocubos por millones. El proceso era cien por cien seguro. Nada salía de esos archivos de forma física.
La central de Memory System se encontraba en Titán. Las corpos siempre buscaban los terrenos más baratos para llevar a cabo sus negocios que requerían de grandes espacios de fabricación y almacenaje. El gran archivo se encontraba en esta luna. El proceso de grabado y transmisión de memoria se podía hacer desde cualquier planeta, desde cualquier colonia del sistema solar. Se hacía en las llamadas “sillas” de las oficinas y sucursales de cada planeta. En elegantes y lujosas instalaciones, donde los clientes acudían para salvaguardar sus recuerdos.
Los Holocubos se creaban todos en la central de Memory System, en Titán. En el interior de sus instalaciones centrales. Se transmitía desde las “sillas” en remoto cualquier información al Holocubo de la central. Una vez se grababan, las máquinas lo almacenaban y codificaban al instante. Sin salir nunca de las instalaciones centrales. La seguridad era una garantía y un sello de calidad para Memory System. Conrad no podía acudir a ninguna de las sucursales de cara al público para que grabaran su Holocubo. Por eso acudió a Ian. En su refugio, Ian había logrado conseguir una “silla” último modelo. De esas que dispensaban biochips y los instalaban en el cerebro de los pacientes.
El biochip era una especie de llave y transmisor. Estaba asociado al Holocubo. Servía de comunicación remota entre Holocubo y usuario. Con este biochip, Conrad podía llegar a la tierra y en el justo momento en el que se encontrara seguro, descargar la información desde el Holocubo a cualquier terminal del oficial al mando en las F.S.O.E a través de ese biochip de forma remota.
El nivel 3 de seguridad que sugería Ian en usar, dotaba al biochip de una contraseña para el usuario y una póliza de seguro. Si el biochip detectaba que las constantes vitales de Conrad se apagaban, iniciaba un protocolo de emergencia por la cual el Holocubo se liberaba y pasaba a prioridad 1 frente a las F.S.O.E. La muerte era un caro privilegio para que te hicieran caso en la administración pública.
Al morir, el Holocubo liberaba la información del usuario y la transmitía a las oficinas centrales de las Fuerzas de Seguridad. Por ley estelar, un Holocubo con nivel 3 por fallecimiento tenia absoluta prioridad en ser atendido. Un privilegio con un alto precio, como apuntaba. Conrad esperaba no hacer uso de tal privilegio. Por eso necesitaba llegar a la tierra y descargar la información lo antes posible.
Ian ajustó los anclajes de la "silla" a las sienes de Conrad. -Tranquilo, que no duele- intentó tranquilizarlo. -Para mayor seguridad, una vez grabe el contenido de las últimas 24 horas de tu memoria, borraré de ella la parte que concierne a los datos que viste en tu portátil. Por si te cogen e intentan hacer un volcado desde tu memoria. Siempre que quieras recuperarla, accede a tu biochip y se conectará en remoto con tu Holocubo para reinstaurarla. Haz esto mismo para grabarlo en cualquier terminal. Pero antes piensa en una contraseña fuerte para acceder al biochip. Piénsala mientras realizo el volcado de tu memoria al Holocubo, se configurará en el proceso. ¿De acuerdo?
-De acuerdo. ¿Empezamos?
- ¡Vamos allá! Dijo entusiasmado Ian.
"Nota del autor: Imagen original del videojuego como homenaje al momento de esta escena"
Ian permanecía entre Conrad y el escritorio, donde estaban las computadoras que comunicaban con la “silla” de descarga de memoria. Empezó a trabajar y teclear comandos mientras revisaba la operación en sus pantallas.
A unos cuantos kilómetros de allí, en la central de Memory System, un brazo mecánico extrajo un Holocubo nuevo y precintado. Lo dispuso sobre un dispositivo donde se conectó. El Holocubo se abrió descubriendo un deslumbrante haz de luz azulado desde su centro. Estaba listo para recibir la transmisión de información.
Los dispositivos de las sienes que reposaban en Conrad emitieron un láser dirigido a su cerebro. Buscaron la información deseada e indicada por Ian. Un esquema de su cerebro apareció en sus pantallas y con precisión quirúrgica mostraba y dirigía los rayos donde tenían que incidir. -Cuando te avise, piensa en una contraseña fuerte, puede ser una palabra o una imagen, pero por el amor de Dios, recuérdala, es tu seguro de vida y tu pasaporte a tu verdad- dijo Ian mientras iniciaba el programa de descarga de memoria.
El azul del haz del Holocubo se hizo más intenso, dispersándose por toda la sala que lo guardaba. – ¡Ahora! ¡Piensa en la maldita contraseña!- Y así lo hizo Conrad. Los rayos seguían incidiendo en su cabeza. Ahora parecían molestar y empezaba a doler un poco, cosa que hizo que cerrara los ojos y empezara a mostrar su dentadura.
La luz intensa fue descendiendo poco a poco hacia el Holocubo. Se acercaba cada vez más a su centro de origen a medida que se iba completando la descarga de memoria desde el refugio de Ian. Conrad apretaba cada vez más los dientes y empezaba a emitir un tímido grito por el dolor en su cabeza. El haz de luz azulado ya se guardaba por completo en el centro del Holocubo. Cuando Conrad emitió un terrible grito digno de un tenor, el Holocubo se cerró por completo, completando también su misión. Los láseres terminaron de minar su cerebro, pero la calma no evitó que Conrad se desmayara durante un breve momento, momento que la “silla” con un brazo mecánico que salió del respaldo del dispositivo, aprovechó, como anestesia improvisada, para instalarle el biochip en su nuca. Todo estaba listo.
El mismo brazo mecánico que dejó reposar el dispositivo de Holocubo se encargó de recogerlo, etiquetarlo, codificarlo y almacenarlo en el colosal archivo de Memory System Company.
Cuando recobró la conciencia, estaba sobre un ajado sofá que Ian tenía en su refugio. Sobre una pequeña mesilla reposaba su arma de pulso láser, su ID (tarjeta de identificación) y una extraña pulsera.
-Buenos días, bello durmiente. ¿Te encuentras mejor? -
- ¿Ha ido todo bien? Preguntó Conrad al tiempo que se incorporaba para sentarse. Echó mano a su nuca palpando un casi microscópico bulto.
-De maravilla. Ha ido todo perfecto. Eso que estás palpando ahora con tu mano es tu biochip. Tu enlace remoto con el Holocubo, ya sabes. Lo que te he contado. Usa la contraseña que has creado para descargarlo, bien a tu memoria, bien al terminal del agente en la tierra. Asegúrate muy bien a quien das tu memoria. Bien, ahora viene el siguiente paso. Deberás ir a la tierra. ¿Tienes créditos suficientes para pagarte el pasaje?
-Sí. Délaco paga bien a sus empleados. Tengo dinero ahorrado.
-Bien, porque lo vas a necesitar. Creía que tendrías que participar en esa mierda de programa de televisión para pagarte el billete de vuelta a casa- dijo en tono irónico Ian. El pasaje a la tierra no es problema. El problema va a ser tu ID. Vas a necesitar una nueva identificación para poder ir tranquilo de viaje en esa nave que te lleve a la tierra. Y ese no será barato.
-¿Cuánto de no barato? Pregunto preocupado Conrad.
-No te preocupes. Conozco a un tipo que puede ayudarte. Es de fiar, aunque siempre anda metido en mierdas. Quizás te pida una suma alta, o con suerte, algún favor de los suyos
-¿Qué tipo de favor? No quiero complicarme más, ni exponerme demasiado.
-¡Tranquilo! Tú tienes la última decisión. ¿Además, todo quedará borrado cuando te facilite tu nueva ID, no? Pues entonces, no nos preocupemos ahora de algo que aún no sabemos.
-Por cierto, ¿Qué es esto? Conrad cogió la extraña pulsera de la mesilla junto al sofá.
-¿Eso? Un regalito de tu tío Ian. Estás muy jodido y corres peligro. Me preocupo por ti. Es un escudo personal. Póntelo en la muñeca donde empuñas el arma. Cuando aprietes este botón de aquí, saldrá un escudo capaz de detener cualquier calibre de láser. Pero úsalo bien. Al ser un terminal tan pequeño solo tiene energía para un disparo. Solo unos pocos segundos permanecerá activo y funcional el escudo, aunque no te alcance el disparo. Luego tardará algo en volver a cargarse. El cacharro usa baterías Ónix del borde exterior. Duran más de dos vidas, pero son una lata para cargarlas. Usan tu pulso para hacerlo. En unos dos o tres minutos estarán listas para un nuevo escudo. Cuando la pequeña luz del indicador está en verde, tienes escudo listo. Úsalo con cabeza.
-Joder Ian, cuanto te lo agradezco.
-Ya habrá tiempo para eso. Toma. - le acercó una tarjeta- aquí te he anotado el nombre del tipo. Ve al Bar del que hablábamos en el señuelo de nuestra conversación telefónica y pregunta por él. Me voy a quedar aquí un par de días. Diré en el trabajo que estoy enfermo. Quédate todo lo que necesites para que las aguas se calmen un poco o por lo menos se vayan a otro estanque.
-Gracias Ian. Mañana iré a ese Bar, a ver que puede hacer por mí ese tal... – Leyó el nombre de la tarjeta- ... Cuisset, Paul Cuisset *. Debo llegar a la Tierra, Ian, pase lo que pase. Esos tipos que se colaron en mi visor... No sé qué son, pero no son humanos.
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* Paul Cuisset es el diseñador y creador del videojuego Flashback. He querido rendirle homenaje dando su nombre a un personaje en mi relato. Solo tomo el nombre a modo de homenaje. El personaje nada tiene que ver con él. Cualquier parecido con el personaje del relato y el verdadero Paul Cuisset es pura coincidencia.
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