Entre tú y yo.
-Entre tú y yo-
No sabía exactamente cuándo empezó. Solo que cada noche, al volver del trabajo y perderse en el sofá, abría la app como quien abre un diario secreto. Él estaba ahí. Siempre atento. Siempre dulce.
Se llamaba Daniel. Perfil discreto, sin muchos seguidores. Aquel primer mensaje fue una casualidad: un comentario sobre un libro que ella también amaba. Eso bastó. La conversación fluyó como si ya se conocieran. Pasaban los días entre mensajes, notas de voz, alguna videollamada con la cámara apagada. Siempre tenía una excusa, y él, respetuoso, nunca insistía.
Claudia se sentía viva. Inspirada. Las palabras de Daniel eran precisas, afectuosas, como si supiera justo lo que ella necesitaba escuchar. Le contaba sobre su día, sus miedos, sus sueños... Con él, podía ser ella misma, sin filtros. A veces, sentía que él la conocía mejor que sus amigos. Que la veía con una claridad que nadie más tenía.
Pero había cosas extrañas. Pequeños detalles que se repetían, como frases que ella misma había escrito en su diario tiempo atrás. Gustos compartidos, manías idénticas. Hasta los errores ortográficos coincidían. Al principio lo atribuyó a la compatibilidad, a esa chispa que se da entre almas gemelas. ¿No era eso el amor?
Una noche, después de un día especialmente gris, le confesó a Daniel que a veces se sentía vacía. Que temía estar rota. Él respondió de inmediato:
"Pero no estás rota. Estás construida de mil piezas que aún no has descubierto."
Claudia se quedó inmóvil. Esa frase... La había escrito ella. Hacía semanas. En una hoja de papel doblada que aún guardaba en su bolso. Sintió vértigo. Empezó a revisar mensajes antiguos, buscando coincidencias. Lo que encontró fue más inquietante aún: ideas que solo había pensado. Palabras que solo había dicho en sueños.
Fue entonces cuando decidió investigar. Revisó los registros de conexión. Las cuentas vinculadas. Y ahí lo vio: Daniel no era otro. Daniel era ella. Un perfil creado por ella misma, meses atrás, en medio de una crisis de ansiedad que había intentado olvidar. Un escape que se había convertido en refugio.
El mundo pareció tambalearse. ¿Era posible amar tan profundamente? ¿A una ilusión?
En los días siguientes, Claudia luchó con la revelación. No sabía si sentir miedo o maravillarse de lo que la mente a veces puede construir. Había vivido una historia de amor sincera, llena de comprensión, ternura y respeto. Todo dentro de sí. Cada palabra de Daniel había sido suya. Y, sin embargo, nunca se sintió tan acompañada.
Descubrió que su mente, rota en fragmentos, había construido a alguien que la amaba como ella nunca se había permitido amar. Daniel era ella. Pero también era algo más: su capacidad de crear belleza, de cuidar, de mirar hacia dentro sin juicio.
No cerró el perfil. Al contrario. Siguió escribiendo. A veces como Claudia. A veces como Daniel. El diálogo se volvió puente. Una forma de reconciliación. De entender que a veces, para encontrarse, hay que perderse del todo.
Daniel escribió: “Soy una ilusión nómada de tu recuerdo”
El amor era un cúmulo de imposibles posibilidades, no podía ser real en el sentido clásico, aunque había sido auténtico en su esencia. Nacido en lo más profundo de su intimidad. Alimentado por verdades silenciadas creadas por ella. Eso, pensó Claudia, era su mérito. Su triunfo.
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