Burocracia

Burocracia 



Último ejercicio del taller de escritura. Esta vez, toca el esperpento. Lo he intentado y al final, como reza el refrán, "la cabra tira para el monte", pues mi monte son las distopias. Espero haberme acercado al esperpento. Ya me dirán ustedes. Gracias y un saludo. Con esto, cerramos los ejercicios del taller. 


-Burocracia-


    Faltaba muy poco para que le tocara su turno. Observaba a los que iban llegando de nuevas y ocupaban los asientos que iban dejando lo que eran atendidos, si el despistado que permanecía en pie seguía sumido en su hipnosis con el móvil y no se percataba de la vacante. 

    El móvil. ¡Menudo invento nos han colado! Control. Absoluto control. La sociedad se ha encargado de que el cacharro resulte imprescindible. Tarjetas bancarias, abono de transportes, correos de trabajo… Todo está ahí dentro y todo se administra desde él. Cadenas digitales para tenernos amarrados al control del algoritmo. El nuevo dios de la era digital. Todo esto lo pensaba Ataúlfo mientras observaba a los que iban llegando de nuevas… Irónicamente, lo hacía apartando su mirada del móvil mientras esperaba su turno. Es curiosa la forma que adquiere la crítica cuando estamos sumidos de pleno en aquello que criticamos. Nos sentimos moralmente superiores porque creemos que solo nosotros percibimos el error, que somos conscientes de ello y, por lo tanto, podemos ejercer control, cuando queramos, cuando nos lo propongamos. Aunque nunca llega.  

—¡Siguiente!

    Un ruido parecido a un pitido de bocina digital acompañó la orden del funcionario. Todos cambiaron su mirada de pantalla. De la del móvil a la del gran monitor que fabricaba códigos alfanuméricos para poner orden en la sala. "MRC1977" era el siguiente. Justo el que estaba al lado de Ataúlfo. Ya quedaba poco. En el ticket que sostenía rezaba MRC1978. Era el próximo.

    Continuó mirando las noticias y redes sociales en su móvil al tiempo que intercambiaba, o más bien lanzaba, "buenos días" y “adioses” al aire, a veces sin desprender la mirada de la pantalla, otras cara a cara con los que iban llegando o marchándose del recinto.

    Noticias y artículos fabricados para alienar a los receptores. No se buscaba la verdad. Se construía a imagen y semejanza de algún interés político ergo económico. La opinión patrocinada. Todo era una propaganda incesante, infinita e incansable. Ronda de patrulla las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Todo mensaje pasado por el filtro del móvil, donde cada noticia puede no serla o serla con un propósito para esconder o ensuciar la verdad, haciendo que quede en segundo plano distorsionada por el sobredimensionamiento de cualquier basura mediática.

—¡Siguiente!

    Aun sabiendo que lo llamaban, comprobó su ticket con el monitor para ver si, en verdad, era su turno. MRC1978. Todo correcto. Se acercó a la ventanilla del funcionario y tomó asiento. 

    El funcionario escribía en su ordenador, cerrando el trámite del anterior ciudadano. Ataúlfo no pronunciaba palabra, a excepción del "buenos días" sin respuesta. No quería interrumpir. Tampoco que lo llamaran la atención de malas maneras tan temprano. Se limitó a observar cómo trabajaba el funcionario.

—Buenos días. ¿Nombre? 

—Ataúlfo.

—Completo, por favor. Nombre y apellidos. 

—Ataúlfo Pérez de la Moña. 

El sonido de las teclas del ordenador sonaban como gotas de una fuerte tormenta. 

—¿Está usted empadronado en este distrito?

—Así es, señor. Desde 2029. 

—¿Número de la seguridad social?

—Sí, un segundo —palpó sus bolsillos hasta dar con su cartera. Buscó la tarjeta sanitaria y comenzó a dictar los números —.

—Muy bien, señor, le repito: 130120130806198104061977LMM ¿Correcto?

—Correcto.

—Sigamos. Perdón, no está registrado su DNI, podría facilitármelo.

—Sí, como no. 

    De nuevo, en búsqueda y captura por su cartera localizó lo que le demandaban. El funcionario se levantó y tras él se encontraba una gran fotocopiadora con escáner de documentos. Hizo el trabajo y se lo devolvió a su dueño.  

—Vale, señor Ataúlfo. Aquí está. Veamos. El sistema me dice que ayer hizo esta misma petición. ¿Puede decirme por qué necesita una nueva? Normalmente, esperamos el plazo de una semana y se actualiza de forma automática. Una semana es el tiempo estándar y usted lo sabe. ¿Podría explicar el motivo de su pronta petición? 

—Sí, verá —titubeaba —. Ayer vino de visita inesperada mi hermano con su mujer y los niños. 

—Pero ellos tendrán sus propias peticiones, ¿o no? La guerra habrá terminado, caballero, pero no su escasez.

—Lo sé, lo sé, vayan por delante mis disculpas al sistema. Pero… Bueno, usted me ha preguntado el motivo y… Se lo estoy dando. 

—Continúe.

—Pues eso. Llegaron de sorpresa y tuve que hacer uso de la petición de este departamento. Me he quedado sin ella y solicito una nueva antes de que llegue el plazo oficial. Necesito esa petición extraordinaria. 

—¿Niños, eh? El futuro del país. Está bien. Ha logrado convencerme o ablandarme el corazón —pronuncio no carente de ironía —. Voy a acceder a su petición, pero que no se vuelva a repetir. Si por un casual, vuelve a recibir visita inesperada, adviértales que traigan sus propias peticiones. ¿De acuerdo?

—Sí, señor, así lo haré. 

    El funcionario terminó de registrar el trámite en su ordenador. Alrededor de su cuello llevaba un cordel con varias llaves. Con una de ellas abrió la cerradura de su cajonera. Abrió el cajón y extrajo una barra de pan. La puso sobre la mesa.

—Aquí tiene su petición. Por favor, firme ahí —el funcionario acercó la Tablet y el lápiz óptico para que Ataúlfo lo firmara. 

Firmó con pulso algo danzante y agarró su barra de pan. 

—Muchas gracias, que tenga un buen día. 

—Igualmente. 

    Ataúlfo se levantó de su silla con la barra de pan en ristre y sopló triunfante, echando con su aliento cualquier atisbo de nervioso estado. 

—Bueno. Ya tenemos el pan. Ahora toca la pescadería. 

—¡Siguiente! 

Volvió a vociferar el funcionario, al tiempo que el monitor entregaba otro código alfanumérico. 


—Fin—


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¡GRACIAS!

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