-El viejo Wong-
Microrrelatos. Volumen II
Cada mañana, era el primero en salir de su antiguo bloque de viviendas. El edificio, con sus paredes desgastadas y sus ventanas empañadas por el paso del tiempo, era un reflejo de la vida que llevaba. No vivía muy alejado de su establecimiento, esa era una ventaja en una ciudad donde el tiempo parecía evaporarse entre las manos.
No tenía que viajar en ningún transporte público, lo cual era un alivio. Claro que, a las horas a las que salía de casa, tampoco le hubieran servido de mucho. Los servicios nocturnos no eran un canto a la abundancia precisamente. Las paradas de autobús vacías y las calles desiertas eran testigos silenciosos de su caminata diaria. Se autoconvencía de que era un paseo agradable, aunque en el fondo sabía que era más una rutina impuesta que una elección.
Caminaba por las calles adoquinadas, con el eco de sus pasos resonando en la quietud de la madrugada. Los faroles parpadeaban, proyectando sombras alargadas que se movían al compás de su andar. Las ventanas y puertas cerradas creaban un paisaje urbano que parecía detenido en el tiempo.
Llegaba a su calle, una avenida estrecha flanqueada por edificios que antaño, habían visto mejores días. Los neones iluminaban su rostro mientras subía la puerta del cierre de su tienda. Los colores vibrantes de los letreros teñían su piel con tonos rojizos y azules, dándole un aire casi carnavalesco. Las luces intermitentes parecían darle la bienvenida a otro día de trabajo, un día que llegaba igual que el de ayer, igual que el de mañana.
Dentro de la tienda, el aire olía a libros viejos, madera envejecida y alimentos en conserva. Los estantes estaban llenos de objetos, cada uno con su propia historia, esperaban dueño. Se tomaba un momento para apreciar el silencio antes de encender las luces y preparar el lugar para la jornada. El sonido del interruptor parecía romper el encanto de la madrugada, anunciando el comienzo de otra jornada de rutina, aunque siempre con matices, los justos para que el día certificara su distinción.
La monotonía de su vida se había convertido en una constante, una melodía repetitiva que lo acompañaba en cada amanecer. Sin embargo, encontraba una extraña paz en esa rutina, una certeza de que, a pesar de todo, había encontrado su lugar en el mundo. O quizás la esperanza de proyectos futuros, venturosos viajes y acciones heroicas imaginadas, ya habían sido derrotadas. La ciudad seguía su curso, y él, como una pequeña pieza en un gran engranaje, tenía su papel en esa sinfonía urbana, un faro de luz en medio de las sombras de la ciudad.
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