Vacío infinito

"Vacío infinito"


Era uno de esos días en los que te adelantas al despertador y éste suena cuando te encuentras en la ducha o preparando el café. A Danny Ramis lo pilló en el segundo supuesto aquella fría mañana de invierno. Dejó su taza a medio azucarar y se apresuró enseguida a apagar el quejido del reloj que anunciaba nueva mañana. Otra de tantas mañanas eternamente repetidas. Café, ducha y bártulos para pasar el día y enfilar los pasos hacia su trabajo, inmerso en una cronometrada rutina en la que cada despertar era como una fotocopia del día anterior.

Encaminó sus pasos hacia el transporte suburbano, no sin antes encender su primer cigarrillo del día. Diez minutos separaban su casa de la entrada más cercana al transporte. Por el camino se encontraba casi siempre a los mismos compañeros de rutina encaminados también a sus quehaceres, hoy no habían faltado a su cita aquel papa con su hijo de la mano camino del cole, la señorita de minifalda perenne, hiciera frío o calor, de camino al bus, la vieja anciana esperando en la parada para ir a sabe dios donde... hoy no veía al viejo barbudo con su bolsa repleta de viejos periódicos, un momento, ahí está, acaba de aparecer ahora mismo girando la esquina, "uno de los dos se ha retrasado hoy" pensó Danny. "Parece que hoy estamos todos" se dijo.

Danny continuó su marcha y dobló la esquina por donde hacía escasos momentos estaba el viejo "Tom" con sus periódicos. No se llamaba así, como tampoco se llamaba Susan la señorita de falda estrecha, así como tampoco era probable que padre e hijo se llamaran Anthony y Robert respectivamente, pero después de unos pocos años encontrándose casi siempre con la misma gente a la hora de ir al trabajo, se hacía necesario ponerles nombres a esas caras, aunque fueran de su propia cosecha.

Dos accesos enfrentados, uno de entrada y otro de salida de viajeros, casi ocultos a ojos del despistado de no ser por las grandes arcadas de acero y neón que delataban su posición. Con escasa corriente bajaban y subían usuarios del transporte, entrando y saliendo, unos que llegaban del trabajo, otros que iban a lo mismo, turnos de mañana y noche se encontraban a esas horas de la madrugada en silenciosa procesión. Miró su reloj, marcaba las 6:35 de la mañana, le gustaba comprobar sus tiempos justo antes de entrar.

Danny se colocó al inicio de las escaleras mecánicas que bajaban al hall principal y acceso a los tornos del suburbano, frente a él, escaleras gemelas de subida cuyo punto de origen era el mismo hall que su punto de destino, de su primer destino al menos. La primera tarea del día consistía en coger el metro a tiempo y para hacerlo había que bajar con prisas pero sin pausas, uno de los pocos privilegios que le otorgaban sus madrugones era que podía disfrutar del paseo gratuito que ofrecían las escaleras mecánicas, al menos, ese primer tramo, tiempo habría de correr y bajar a pie el resto de tramos, tramos que parecían sin fin a esas horas de la mañana, tanto, que parecían casi bajar hasta el infierno.

Casi llegando al final, se descubría a vista de perfil, los pies hasta la cintura de los viajeros que salían y enfilaban camino a las escaleras de subida. Un poco más y se descubrían al completo sus siluetas. Para todos aquellos no había nombre inventado, demasiada la corriente de este río humano como para adjudicar nombre ficticio a tanta agua. Cada mañana seleccionaba para su observación, sin la menor de las consecuencias, a uno o dos viajeros al azar, como azarosas eran las características que llamaban su atención: un pelo demasiado largo, unas ropas demasiado estrambóticas o un objeto portado que rompía con la armónica rutina y hacía fijar su vista en el involuntario candidato.

Aquella mañana, algo en concreto hizo fijar la vista en un único viajante... 


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