El escritor

El escritor

"El escritor"


El escritor. Microrrelato original  

Muchas veces se preguntaba por qué hacía ciertas cosas. De hecho, esta era la primera vez que tenía conciencia de haber realizado un pensamiento propio. Días incontables de rutina laboral. Siempre le ocurrían cosas que merecían la pena. Algún encuentro, algún problema resuelto, algún romance. Aun así, se sentía dirigido por algo. De pronto todo quedó en pausa. Su ser y su mundo habitaban en una hoja manuscrita.

El escritor se sentó frente su máquina de escribir con su café y continuó su novela.


El escritor. Versión ampliada

En la vastedad de su rutina, el protagonista se encontraba a menudo sumido en profundas cavilaciones. Cada día era un espejo del anterior, una sucesión de eventos predecibles y sin embargo, dentro de esa previsibilidad, surgían destellos de singularidad: encuentros inesperados que prometían nuevas amistades, desafíos intelectuales que ponían a prueba su ingenio, romances que, aunque fugaces, le brindaban una dulzura efímera.

A pesar de estos momentos, una corriente subterránea de inquietud lo acompañaba. Era como si una mano invisible lo moviera a través de los días, dictando cada paso, cada decisión. Esta sensación de ser dirigido se intensificaba con cada acción que parecía surgir de su voluntad, pero que, en retrospectiva, se sentía orquestada.

La revelación llegó en un instante suspendido en el tiempo, cuando el mundo a su alrededor se congeló y su conciencia se expandió más allá de los límites de su existencia mundana. Se vio a sí mismo como un personaje dentro de una narrativa más amplia, una creación literaria en manos de un autor anónimo. Su vida, sus elecciones, sus amores y desdichas, no eran más que trazos de tinta en un manuscrito.

Mientras tanto, ajeno a la crisis existencial de su personaje, el escritor se encontraba en su estudio, rodeado de la tranquilidad de su refugio creativo. La máquina de escribir frente a él era el portal a través del cual los mundos cobraban vida. Con cada golpe de las teclas, tejía las complejidades de la trama, infundiendo en su protagonista deseos, sueños y dudas. El café humeante a su lado era su compañero constante, un testigo silencioso del fluir de las palabras que daban forma al destino de su creación.

Y así, entre sorbos de café y el ritmo metódico de la escritura, el escritor continuó su obra, ajeno a que, en algún lugar dentro de las páginas de su novela, su personaje había alcanzado la lucidez sobre su propia naturaleza ficticia.

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