Recuerdo Remoto
"Capítulo 8. Cabos Sueltos."
Nota del autor:
Anteriormente en Recuerdo remoto:
-Recuerdo Remoto. Capítulo 8. Cabos sueltos.-
La pantalla del ordenador con las cuatro señales que recibían la transmisión de las cámaras que llevaban en sus gafas negras los cuatro individuos de negra gabardina, ahora eran cuatro señales que solo emitían interferencias.
Permaneció callado. Observando pensativo aquella pantalla que ya no decía nada, sentado en el escritorio del oscuro salón de su piso franco. Cerró la pantalla de su portátil. Se sirvió una copa e hizo una llamada. --Escapa. Puede que se dirija a la tierra. Avisad a los agentes de allí--
--¿Puede? No es una respuesta satisfactoria. Necesitamos datos precisos. Averigua algo más. Necesitamos algo más concreto para localizarlo y neutralizar la amenaza—
--Lo tengo presente. Hay que enviar un equipo para hacer tareas de limpieza. Mis hombres han caído. ¿Tenemos humanos aquí que puedan encargarse?
--Sí. Tenemos algunos comprados.
--Te enviaré la dirección del bar donde tienen que ir. Es muy urgente. Del otro lugar me encargaré personalmente. No creo que llame a la policía. Saldré de caza, a hacer labores de campo. Tengo una pista que seguir antes de que se enfríe el rastro. Informaré.
Terminó su llamada y de apurar su copa. La dejó sobre la mesa del escritorio con fuerza, canalizando la ira que sentía por cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Estaba en el punto de mira. No podía cometer error alguno. Arrancó del perchero su gabardina. Algo más estilizada que la de sus cuatro subordinados, acorde con su rango en la cadena de mando. En ella, repartido por sus bolsillos, tenía todo lo que podía necesitar para dar satisfecha la labor que se le presentaba. Del más pequeño del lado izquierdo interior, sacó sus gafas negras. Al llevarlas a su rostro, se conectaron, comenzando a soltar datos e imágenes a diestro y siniestro, iniciando así su sistema. Eran como una evolución o añadido portátil para el terminal personal de mano. En ellas, tenía cargada la información de las últimas transmisiones de sus hombres antes de morir.
Al salir, cerró la puerta del piso franco con la misma fuerza que antes había empleado para dejar su vaso sobre la mesa. Como si ambos, le debieran dinero.
Tenía dos
lugares a los que acudir. La prioridad era neutralizar al sujeto con
información sensible. Conrad. Era muy importante dar con él. En su poder tenía
información que podía delatarlos. Descubrirlos. Sacarlos a la luz frente a la
autoridad humana. Sus planes de conquista podrían verse seriamente amenazados.
Por lo que la elección de dónde debía dirigirse primero, no era algo que
tuviera que decidirse. Iría al establecimiento donde dos de sus hombres fueron
abatidos por el sujeto: Conrad.
Frente al portal del edificio de su piso franco, tenía listo su aerodeslizador. Mientras iniciaba el motor y se acomodaba los cinturones de seguridad, en sus gafas y como si pudiera ver dos grandes monitores en el aire, empezó a reproducir los vídeos de lo ocurrido en el enfrentamiento que tuvieron sus hombres con Conrad, en el bar de Paul. Observaba en bucle el silbar de las balas láser. Como impactaban en uno de ellos, dejando en interferencia uno de los monitores suspendidos, para volver a reproducirse el video desde el inicio.
En el segundo monitor observaba como de forma cobarde, desde su opinión, uno de sus hombres se cubría detrás de la mesa de Paul. Veía a Conrad acercarse y apuntarlo con su arma. Ahora tenía una imagen clara de su cara. Conrad disparó y el segundo monitor quedaba también con interferencias, lo justo para volver a iniciarse desde el principio, también en bucle. Tenía suficiente. Apagó la reproducción de los videos de sus gafas, desapareciendo también los monitores en suspensión que emitían.
En la pantalla de la terminal del aerodeslizador introdujo los datos de destino. Eligió la opción de vuelo automático. Cuando las puertas emitieron un sonoro resoplido que anunciaba la presurización de su interior, el cacharro empezó a tomar altura. Donde en los antiguos coches terrestres había ruedas, aquí había turbinas que destellaban intensamente fuego con tonos azulados y brillante blanco en su centro. El vehículo, con el líder de los cuatro individuos que cayeron en combate, se diluyó con el tráfico aéreo en dirección al bar de Paul.
Aterrizó cerca de su lugar de destino. Anduvo hacia el bar. Se habían dado mucha prisa. Allí estaban. El equipo de “limpieza”. Una ambulancia y un coche patrulla de la policía. Era buena señal. Si no fueran de los suyos, de aquellos que los créditos y el pecado capital de la avaricia no pudieran comprar, se habrían presentado dos patrullas al lugar de los hechos, en vez de una. Eran de los suyos. El agente al mando vio acercarse al individuo de negras gafas y gabardina oscura. Fue a confirmarle lo que ya sabía.
--Buenos días, caballero. ¿Eran amigos suyos? —agente e individuo miraban como introducían los cuerpos muertos de semejante aspecto e indumentaria en la ambulancia . – Soy de la agencia, ya sabe. —Esa frase era como una especie de clave para comunicar, de forma indirecta, que efectivamente, era de los suyos y estaban limpiando la escena del crimen. Era muy necesario. Los cuerpos medio mutilados delataban su naturaleza alienígena. Ahora quedaba solo deshacerse de los testigos, el barman y su ayudante. Uno de los agentes los llevaba esposados y los metía en el coche patrulla, no sin quejas por parte de los detenidos.
--¿Qué van a hacer con ellos?—Preguntó el líder.
Inclinando la cabeza a un lado al tiempo que alzaba brevemente los hombros, el agente al mando contestó:
--Procedimiento estándar. —Eso significaba muerte. Hacerlos desaparecer. --Mala suerte para ellos. Ya sabe, lugar equivocado, momento equivocado. Así es la vida. Tenga, esto es suyo. Lo llevaba uno de sus compañeros en un bolsillo de su elegante gabardina. Puede que le sea útil. –
El agente le dio el rastreador de huella personal. En él estaban registrados los datos de huella de Conrad con las últimas lecturas. Si el rastro seguía fresco, podría ponerlo en el buen camino. Oprimió el botón y comenzaron las lecturas en su holopantalla. Estaba de suerte. El rastro era claro. Iba en dirección a la boca de metro que se divisaba al final de la calle. Como si de migas se tratara, siguió el camino que marcaba el particular pan holográfico. Entró en el suburbano. La huella personal de Conrad desaparecía justo en el límite de las vías. Era previsible y lógico perder el rastro en aquel punto. Significaba que había entrado al vagón, ¿pero a dónde?
Se giró para observar el panel informativo donde se resumían las siguientes paradas. Tuvo que jugársela, no demasiado, en su deducción más probable, porque la vía de metro donde se encontraba, tenía como final de línea la parada del Aeropuerto interplanetario de Titán.
El sonido atronador que provenía del túnel delataba la proximidad de la llegada del tren subterráneo a la estación. Las puertas se detuvieron justo delante de él, donde estaba plantado con firme semblante y manos en los bolsillos. Pareciera que estaba ensayado. Entró y reposó su mano en una de las barras centrales. El tren silbó antes de cerrar sus puertas, para posteriormente adentrarse en el tubular túnel oscuro que lo llevara al aeropuerto.
Llegado a su destino, abandonó el vagón del metro y esperó en el andén a que la corriente de gente que compartía su misma parada, se despejara un poco para poder volver a accionar el rastreador de huella.
El metro lo dejaba en el aeropuerto, pero no significaba que lo hiciera cerca de las terminales. Quedaba un respetable camino, por lo que apretó el paso al tiempo que seguía de nuevo el rastro aparecido en su aparato, en su sabueso digital. Cerca de las terminales de vuelo, solo pudo escuchar terminar la frase emitida por el interfono del aeropuerto acerca de la última llamada para embarcar, que parecía coincidir con las muestras que recogía en su rastreador.
Escuchó: “ …Nueva América. Embarquen por la puerta A2.”
Nueva América. Intuía que se dirigía a la tierra y no a ninguna colonia de mala muerte para esconderse como un cobarde. Tenía asegurado el destino de Conrad. Ahora solo quedaba apretar aún más el paso y correr, para ver si daba con él, antes de que se le escapara. Por muy asegurado que tuviera el destino, la tierra es muy grande. Si lo cazaba ahora, problema resuelto.
Corría de forma casi inhumana. Irónica descripción porque así era en verdad. Su velocidad estaba al límite de delatarlo. Empezó a desacelerar cuando vio que la azafata cerraba la puerta de embarque. Llegaba tarde. Una vez más se le escapó en las narices.
Desde el pasillo de embarque, asomado por uno de los grandes ventanales de vidrio, observaba el despegue. Observaba la escena. Vio como el avión aceleraba por la pista y se perdía en el vacío del espacio. Sacó del bolsillo de su gabán su terminal portátil personal. La silueta de un hombre se materializó con forma de holograma. --Acaba de despegar. Todos alerta allí. Acabad con él--
--¿La Tierra?
--Sí. Maldita sea. Tal y como os dije.
--No podemos basarnos en intuiciones. Ahora es factible. ¿Dónde de la Tierra?
--Nueva América.
--Insuficiente. No es precisa tu información. Es general. Nueva América es muy grande. Impreciso. Necesitamos datos precisos.
--Aún no he terminado. El vuelo es largo. Antes de que pise suelo terrícola os daré vuestros malditos datos precisos. Cierro.
Mientras se dirigía con paso firme, aunque más pausado, a la salida del aeropuerto, revisó el segundo video de sus hombres, los que cayeron bajo el láser de Ian en su refugio. De nuevo las imágenes de los monitores se proyectaban en sus oscuras gafas. Antes de dirigirse al segundo lugar donde las pistas brindaban trabajo, quiso observar, al límite del estudio, la escena donde sus subordinados habían errado perdiendo la vida. Al lugar donde iba a dirigirse lo esperaba un droide astuto, inteligente, escurridizo, precavido y, sobre todo, peligroso. Gracias a la observación en bucle de aquellos vídeos, pudo trazar una estrategia. Esta nueva visita iba a requerir de material y habilidades que hasta ahora no había tenido que usar en Titán. Podría decirse, si lo tuviera delante, que su enemigo debía considerarlo un honor.
Se metió en uno de los servicios del aeropuerto. Procuró que nadie lo interrumpiera, que estuviera vacío, lejos de miradas que pausaran su preparación. Del bolsillo interior de su gabardina, sacó una especie de tarjeta de color negro. Muy delgada. Casi parecía papel, pero mucho más rígida. La dejó sobre la palma de su mano.
La tarjeta entonces empezó a mimetizarse con la piel del alienígena, alternando con pequeños destellos de luz. Cuando terminó el proceso, la tarjeta estaba perfectamente adherida a su mano.
Entonces miró al espejo e hizo un gesto con su mano como si empuñara un arma. Al hacerlo, como de la nada, aparecieron una centena de formas semicirculares y semitransparentes. Comenzaron a materializarse y dar forma a lo que parecía un arma. Un arma extraña. Parecía una pistola de pulso láser en cuanto a tamaño, pero tenía formas y apariencias orgánicas.
Comprobado que funcionaba la tarjeta arma, el individuo abrió su palma y el proceso de nuevo comenzó, pero a la inversa. El arma empezó a adoptar centenares de formas semicirculares que regresaron a su punto de origen, la tarjeta, quedando su mano, libre de armas.
Ningún arco o medida de seguridad detectó amenaza porque a sus ojos y circuitos no era más que eso, una simple tarjeta. Tecnología alienígena, de la cual las medidas de seguridad, no estaban preparadas.
Tenía la estrategia, un plan de actuación, estaba listo y armado. Ahora solo faltaba dar con el refugio de ese maldito droide. De modo que tomó de nuevo el siempre útil rastreador de huella personal. Accedió al historial de rastreo para dar con el evento del refugio. No tardó en dar con él. Transfirió la ubicación a su terminal portátil personal. Aprovechó y también llamó a su aerodeslizador para que lo recogiera en la entrada de la terminal de vuelos interplanetarios. El vehículo registró la orden y voló desde el bar de Paul hasta donde se le había ordenado. Estaba haciendo las maniobras de aterrizaje cuando el individuo de negro gabán salía por las grandes puertas de la terminal del aeropuerto. Una coordinación perfecta.
Aterrizó su vehículo en las inmediaciones del refugio de Ian. Conectó su escudo que lo hacía prácticamente invisible. Toda precaución era poca. Pasó las puertas que sus hombres reventaron, cometiendo así su más grave error. Aquello fue toda una carta de presentación para las medidas de seguridad. Llegó al inicio de las interminables escaleras que bajaban al refugio. Para no ser detectado, usó una de las habilidades que le confería su especie. Su cuerpo se convirtió en una especie de líquido denso orgánico, parecido al metal líquido, como el mercurio, pero en forma orgánica. Unido al escudo invisible, nada podía detectarlo o descubrirlo.
Con esta nueva forma se dejó caer al vacío. Llegó en tiempo récord a los pies de la entrada al refugio, entrada que también dejó atrás. Estaba dentro, pero nadie había allí. El alienígena volvió a adoptar su forma humana y observó a su alrededor. Comprobó cada centímetro del refugio. Nadie había allí. Su presa no estaba.
Las infalibles medidas de seguridad que tenía Ian se volvieron en su contra. Pasados unos minutos, su propio sistema de seguridad anunciaba su llegada al refugio. El alíen lo observaba en los monitores. Esta vez, la confianza estaba del lado de su presa que no esperaba visita. Se ocultó en el sitio más oscuro que pudo encontrar y materializó su arma. Esperó paciente su llegada.
Ian llegó y entró confiado en su refugio. Enseguida fue a uno de sus terminales y comenzó a escribir y acceder a su sistema, sin duda, preparando su siguiente trabajo. Sus sensores detectaron algo. Algún tipo de presencia que no lograba precisar, sensaciones parecidas a las ocurridas esa misma mañana. Se giró y allí estaba. Lo apuntaba con aquel engendro biorgánico.
--Vaya, voy a tener que cambiar mi refugio de sitio. Este lugar se está volviendo muy popular--
Fueron sus últimas palabras. El alien abrió fuego directo a su cuello cercenando su cabeza. Ambos pedazos de droide emitían, casi al compás, destellos de luz eléctrica. El torso de Ian cayó hacia atrás por el impacto del arma. La cabeza lo acompañó, aunque quedándose más cerca de su asesino. Prácticamente a sus pies.
Con una mano tomó la cabeza y la dejó sobre una de las mesas de trabajo. Ian tenía un equipo de primera, y su asesino no tardó en encontrar la forma de conectar la cabeza a una terminal holográfica. De los inertes ojos de Ian salieron dos luces gemelas que proyectaban el registro de su memoria. Buscó lo que necesitaba. Su visita con Conrad. Los datos hacían interferencias debido al golpe de su arma. Pero allí estaba. Claro y preciso. En un fragmento de conversación. Conrad le dijo a Ian:
--"Necesito llegar a la tierra y comunicar lo que he descubierto a la central de las F.S.O.E. de Newpolis."--
Tenía la ciudad y el lugar.
Hizo la llamada desde su terminal portátil.
--Tengo vuestros datos precisos. Se dirige a la central de la F.S.O.E. en Newpolis. Cierro.--
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